La creatividad como pena

Hoy en día hacen más falta que nunca artistas que hablen al mundo desde la perspectiva de la verdad de Dios.

11 DE ABRIL DE 2016 · 11:16

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Yo, de mi parte, estoy plenamente convencido en el Señor Jesús de que no hay nada impuro en sí mismo. Si algo es impuro, lo es solamente para quien así lo considera.

Romanos 14:14

Esta semana hemos terminado los talleres de escritura presenciales que planeamos desde Suburbios y ADECE junto con la librería Abba de Barcelona. El caso es que yo he sido la primera en aprender y comprender muchas cosas nuevas. Entre ellas, nos ha valido para reflexionar sobre el verdadero papel de la creatividad y el arte en el reino de Dios. No hablo de su papel en la iglesia, sino en el reino de Dios. A veces, algunas, no son la misma cosa.

Estoy contenta por todos los que han venido y por haber podido conocer sus inquietudes y proyectos. Y en todos los casos hay un factor común muy interesante: todos conocen y entienden la dimensión divina del arte y la literatura; todos quieren ponerlo en práctica. Y todos han pasado por el proceso de tener que renovar su comprensión de lo que es el arte y la literatura, de lo que es ser un artista, y qué papel pueden tener como agentes de Dios, cada uno a su nivel.

El último día de uno de los talleres conversábamos sobre un tema aparentemente inocuo: cómo enfrentarnos a un bloqueo, a esos momentos en que parece que no somos capaces de hilar un par de letras y empezar a escribir. Puesto que el enfoque del taller había sido eminentemente espiritual, habíamos ido incluyendo la perspectiva de nuestra relación con Dios en todo el proceso, incluido el momento del bloqueo. Resumiendo, no es que tengamos que orar para no bloquearnos, o para salir de un bloqueo (que también), sino comprender de qué manera, si ponemos nuestro fundamento en Cristo, tendremos las herramientas necesarias para solventar ese bloqueo cuando llegue. Que siempre llega.

Sin embargo, en la conversación salió la idea de, viendo lo sencillo que es este tema desde Cristo, cómo solucionarán ese proceso otros artistas o escritores que no conocen al Señor. Estos artistas que siempre nos dan la imagen de ser personas enteras, sin problemas ni fisuras. Algunos tienen una salud emocional muy buena, pero otros, como comentó una de las participantes, superan el momento del bloqueo por medio del alcohol, experimentando con drogas o con setas alucinógenas. Yo he visto a gente bajo el efecto de las setas y no es nada glamuroso, al menos visto desde fuera. No podemos pensar que desde esa perspectiva se puede crear un arte, una literatura, que inspire, desafíe e ilumine a la sociedad. Así andamos, que las ferias de arte causan más inquietud que admiración, y los artistas, me da la sensación, acostumbrados a no iluminar nada, consideran que hacer arte (o literatura) consiste más en provocar, ruborizar y transgredir que en aportar algo valioso.

Y me voy a tomar la libertad de hablar de este tema hoy, que para mí es uno de mis retos diarios, parte importante del llamado que el Señor me ha encomendado y de mi labor en el reino de Dios. Otras de las cosas que hablamos en los talleres, casi sin pretenderlo, fue de esa inquietud común que muchos de los participantes tenemos de que desde hace mucho tiempo los ejemplos de artistas, o escritores, dentro de las iglesias es más bien escaso. Los que conocemos el mundo del arte y la literatura desde fuera y también lo podemos observar desde dentro de las iglesias comprendemos que esa falsa separación entre lo sagrado y lo secular ha afectado demasiado a nuestra naturaleza creativa. La creatividad a veces se considera una bendición práctica para cierta resolución de problemas cotidianos, o para labores del hogar; a veces se mira con condescendencia, y a veces se observa como un castigo que sufren los que son creativos, una especie de dios falso ante el que se rinden. Una pena que sufren, en el fondo. Puesto que Dios es creativo, y él nos ha hecho a su imagen y semejanza, todos los seres humanos somos creativos igualmente de una forma amplia, explosiva y en una enorme pluralidad de manifestaciones: exactamente igual que la propia creación de Dios se muestra en todo momento. No es una condena, o no debería serlo.

Yo creo que cualquier forma buena de arte siempre está comunicando algo, explicando ideas, conceptos, nociones que nos conectan con la parte más impalpable de nuestra realidad, o con aquello que más asumimos y no reflexionamos. Y me vais a perdonar, pero visto así, el arte puede ser algo profundamente conectado con el corazón de Dios. Si el arte no comunica no es arte del todo; al menos, lo será en la forma, o en la técnica, pero no en la emoción. Muchas veces no entendemos el arte contemporáneo, primero porque no nos han enseñado a hacerlo, y segundo porque no se puede sacar nada de donde no lo hay. Al menos en el caso de la literatura sucede demasiado a menudo. Hay muchos libros que se admiran y se ensalzan desde los círculos literarios que, en realidad, son una pena. Pero no sé si es que nadie se percata de ello o si es que no se atreven a decirlo porque piensan que, en el fondo, no hay nada mejor en el mercado.

La imagen del artista o el escritor que tenemos en mente, el estereotipo, no coincide con esto. Pensamos que son personas desarrolladas, crecidas, que saben lo que hacen, que no tienen huecos ni carencias. Y aun así, la imagen del escritor relevante tiene un aura de malditismo bastante insoportable: es ese hombre (pocas veces mujer) un poco desterrado de la sociedad, que bebe demasiado, fuma demasiado, se junta con malas influencias y se deja llevar por los arrebatos emocionales. A veces, claro está, experimenta con setas alucinógenas. Desde dentro de la iglesia no es de extrañar que, si se nos insiste en que solo se puede hacer arte desde esa clase de dolor, de maldición, de búsqueda insatisfecha, lleguemos a la conclusión de que el arte no tiene nada que ver con Dios y que no cabe en las iglesias.

Sin embargo, hoy en día hacen más falta que nunca artistas que hablen al mundo desde la perspectiva de la verdad de Dios. No es que hagan falta, es que son bastante imprescindibles, precisamente porque, de no ponerse en marcha, de no disponerse a mostrar su arte, toda la idea de arte que quedará en la sociedad será ese arte maldito, ridículo y pobre. Y a Dios también le interesa el arte. De verdad. Le interesa todo lo que hacemos, igual que a un enamorado le interesa cada pequeño detalle de la vida de su novio o novia.

Por eso cito el versículo del comienzo: la vida artística solo es impura, impropia de la iglesia, para aquellos que creen que atenta contra la piedad y la virtud. Tengo amigos pintores e ilustradores, cristianos, a los que se ha hecho pasar por una dura crisis de fe cuando, en sus estudios, les tocaba dibujar desnudos y en sus familias e iglesias ponían el grito en el cielo. Hasta donde yo sé, nadie pone el grito en el cielo cuando un estudiante de Medicina tiene que aprender la anatomía humana y, hasta donde sabemos, la anatomía también se tiene que aprender con el sujeto desnudo. El tema es lo que dicen en el versículo que encabeza el artículo: muchas veces el pecado está en los ojos del que mira y no en el objeto en sí. En este texto de Romanos Pablo está insistiendo en que no se puede normativizar qué clase de comida era pura o impura para un cristiano puesto que esa condición no existe, a diferencia de todo el resto de religiones mundiales, que siempre tienen normas en cuanto a este tema. Pero Pablo insiste: “… no hay nada impuro en sí mismo. Si algo es impuro, lo es solamente para quien así lo considera”. Sé que se refiere a la comida, pero no dejo de pensar que estos principios se aplican de forma directa al arte. Entiendo que este tema tiene muchos matices y no me voy a meter a profundizar, en parte porque se trata solo de un ejemplo, y hay muchos otros: ¿un escritor puede describir escenas de sexo si la narración lo requiere? (Aunque el verdadero dilema es: ¿existe alguna manera de narrar algo así de forma bella, con buen gusto?) ¿Se puede usar como protagonista a un delincuente que carezca de cualquier clase de virtud o moral? ¿Podemos escribir cuentos de terror o escribir guiones policiacos donde haya mucha sangre, o dirigir películas donde se narren asesinatos? Siempre nos lleva a la misma cuestión: ¿cuál es la finalidad? Eso es lo importante; si lo hacemos por alimentar nuestro afán de violencia, de lujuria u odio, tenemos un problema. Pero si el explicar esas cuestiones nos ayuda a ir a algo más puro y profundo, no debemos apagarlo, siempre de la mano del respeto y el buen gusto (por favor). Y no olvidemos que uno de los grandes factores de la presencia del Espíritu Santo en la vida de alguien es la libertad que provoca; por supuesto, no para sumirnos en el pecado, sino para poder acercarnos a observarlo y a mostrárselo a los demás sabiendo que ya hemos sido liberados de él. De otra manera, ¿qué haríamos con Flannery O’Connor? Siempre pongo el mismo ejemplo cuando me piden que explique esto, y no solo porque sea de mis favoritas. Ella es una de las grandes escritoras de Estados Unidos del siglo XX. Era católica pero tenía un corazón sincero delante de Dios y comprendía el evangelio. Escribió muchos relatos absolutamente deslumbrantes, y muchos tenían en común su preferencia por los sucesos macabros y los personajes desgraciados. Recibía muchas cartas de cristianos criticando su actividad. Muchas de esas “advertencias” le decían que si fuera una cristiana de verdad escribiría cosas “que elevasen el corazón”. O’Connor les respondía diciendo que si un cristiano tiene el corazón donde debe tenerlo, no tendría problema de elevar su corazón al leer sus historias. Ella decía que la manera más lógica que encontraba para mostrar la gracia de Dios era hablando de personajes que carecían de ella, de desgraciados.

Hay lugares oscuros de la realidad donde solo se puede llegar a través del arte; del mismo modo que hay rincones perdidos del alma del ser humano donde solo se puede llegar a través de la poesía, y los Salmos son el mejor ejemplo de ello: ¿cómo es posible que unos poemas escritos hace miles de años sean capaces de conectar con nuestro interior de esa manera? Simplemente, porque están hablando de la verdad de Dios y de la verdad de nosotros mismos. Pero aunque no estuvieran hablando de nada conocido, estarían honrando la creatividad de Dios por medio de la belleza, y solo por eso merece la pena.

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