Los voceros del anticristo

A los falsos profetas de entonces, al igual de a los de ahora, lo que les llama a ponerse en marcha es el olor del dinero, el descomunal negocio que supone el mercado evangélico.

18 DE ENERO DE 2016 · 12:47

,

Queridos hermanos, no creáis a cualquiera que pretenda estar inspirado por el Espíritu, sino sometedlo a prueba para ver si es de Dios, porque han salido por el mundo muchos falsos profetas.

1 Juan 4:1

Kenneth Bailey, en su libro sobre 1 Corintios Pablo a través de los ojos mediterráneos habla de algo que es muy importante para poder entender la Biblia, y es su sonido: “Si un texto en lenguaje moderno se refiere a DO-RE-MI-FA-SOL-LA-SI-DO, el lector podrá ‘escuchar la melodía’ al leer las palabras (…). De igual manera, un hebreo culto (e inculto) que escuchara o leyera un texto como el pasaje de Isaías que presentamos más arriba sería capaz de ‘oír’… y compararía de forma natural los dos fragmentos (…)”. Se refiere a un fragmento de 1 Corintios de Pablo. Pero es un sistema recurrente, y hemos de tomarlo en cuenta a la hora de leer la Biblia hoy. No son meras referencias internas: es todo un mecanismo de conexión.

Nosotros estamos acostumbrados a leer la Biblia, es decir: nuestra primera relación con ella es visual. Pero durante una grandísima parte de su existencia, el texto bíblico sonaba en los oídos de aquellos a quienes se les leía, y eran pocos los que la leían. Incluso aunque hubiera gente en las congregaciones que supiera leer, hasta la invención de la imprenta (y eso es ya el siglo XV) la Biblia no comenzó a convertirse en un objeto de uso común. De ahí que sea tan importante “la fe que viene por el oír” (Romanos 10:17). Por eso los escritores del Nuevo Testamento prestan mucha atención a las referencias internas, de las que impregnan sus textos. Son cosas que suenan en la memoria y en los oídos de la gente, y es un fenómeno que nosotros, en gran parte, hemos perdido. Pero eso no significa que no podamos rastrearlo.

A veces, hay versículos bíblicos del Nuevo Testamento que “suenan” a versículos del Antiguo, a salmos y a profetas, a palabras de la ley. No siempre las referencias son directas, como ocurre en muchas ocasiones. Y en muchas ocasiones, en la tradición cristiana, esas referencias internas se han perdido debido a que no estamos acostumbrados a esta clase de conexiones menos académicas y más sensoriales. En este texto de 1 Juan el autor utiliza un término, el de “falsos profetas”, que inmediatamente en los oídos de los judíos cristianos rebotaba en la memoria de un importante pasaje de la ley, aunque esa expresión como tal no aparece: Deuteronomio 18.

Tal vez te preguntes: “¿Cómo podré reconocer un mensaje que no provenga del Señor?”. Si lo que el profeta proclame en nombre del Señor no se cumple ni se realiza, será señal de que su mensaje no proviene del Señor. Ese profeta habrá hablado con presunción. No le temas.

En 1 Juan 4 hay una referencia explícita a cómo hemos de probar a ese profeta, y es simple y llanamente el método clásico del pueblo de Israel.

Nunca hubo profetas más que en Israel, y esto es un hecho curioso. No se ha encontrado nada parecido en ningún pueblo del entorno. Había sacerdotes, había iluminados, también, pero no una profesión, por así llamarlo, de personas escogidas por los dioses para llevar su voz al pueblo. El pueblo de Israel era único en eso, quizá de la misma manera que Dios es único. Debido a la alta consideración que tenían los profetas (sí, a pesar de los palos y la indiferencia que levantaban muchas veces), salían muchos imitadores a la plaza pública. La razón principal es que veían en ello un negocio, ya que los profetas vivían, en gran medida, de las ofrendas del pueblo. Hoy pasa lo mismo. Basta que alguien haga algo original y bueno para que se le levanten media docena de imitadores. Ya desde Deuteronomio se advierte de ese fenómeno. ¿Cómo se podría distinguir entonces a un profeta verdadero de uno falso, si ambos hablaban de cosas futuras, de estados espirituales, de cuestiones poco tangibles, al fin y al cabo? El profetismo de Israel no era tanto una cuestión mística en el sentido que entendemos hoy. Era la práctica del modo en que Dios se comunicaba con su pueblo en una época en la que apenas una décima parte de lo que hoy conocemos como Biblia se había puesto por escrito, y solo un uno por ciento de la población podía leer esos textos. La prueba del algodón puede parecernos tan obvia que levanta dudas, pero es un método cien por cien infalible: observa lo que dice el profeta. Si se cumple, viene de Dios, si no se cumple, no. No hay modo de falsificar esa prueba.

Esta semana Will Graham escribía un artículo sobre cómo diferenciar a un falso profeta encima de un púlpito. Además de eso, muchas veces los peores falsos profetas acampan a sus anchas por muchos otros lugares que no son púlpitos. Yo, por ejemplo, debo tenerlos a todos en Facebook. Me llenan el muro de mensajitos ridículos, de palabra de profecía cutres y de órdenes de que si realmente amase a Dios escribiría “Amén” en los comentarios o compartiría esos horribles carteles llenos de faltas de ortografía que harían llorar a María Moliner. El caso es que a los falsos profetas de entonces, al igual de a los de ahora, lo que les llama a ponerse en marcha es el olor del dinero: el olor del inmenso, enorme, descomunal negocio que supone el mercado evangélico. No hablo de que no se puedan comercializar productos especiales para gente que tenga su fe puesta en Dios. No hablo de que las Biblias deban ser gratis, ni de que cerremos las librerías evangélicas o que no podamos regalar una taza con un versículo impreso. Hablo del negocio basado en falsas enseñanzas, o al menos en enseñanzas de chichinabo, con el que se lucran unos cuantos a costa de los ingenuos, a costa de los que, sin saberlo quizá, están haciendo de voceros del anticristo.

Cuando en 1 Juan 4 sigue explicándonos el tema de los falsos profetas, expone un fenómeno que sí es exclusivo del mundo después de Cristo: “todo profeta que no reconoce a Jesús, no es de Dios sino del anticristo. Vosotros habéis oído que éste viene; en efecto, ya está en el mundo”. Yo tengo la extraña sospecha de que el tema del espíritu del anticristo, que no es un tema doctrinalmente complicado, está plagado de misticismo y superstición precisamente porque a los embajadores de ese espíritu les conviene. Igual que los voceros del espíritu del anticristo te embarran el tema de la oración, que es algo sencillo y al acceso de todos, convirtiéndolo en una especie de fenómeno parapsicológico de premisas místicas solo accesibles para los iniciados. El espíritu del anticristo, que ya está en el mundo, no es algo exclusivamente escatológico, como muchos quieren entender. Es algo que hace referencia a una realidad que se vive en el día a día: Jesús molesta al príncipe de este mundo, y molesta a los que no quieren arrepentirse de sus pecados. Su nombre, su figura, sus enseñanzas, a la vez que atraen (en ese abismo de luz del que hablaba Kafka), molestan y repugnan a muchos que se ven influidos por este espíritu, esta corriente, que existe en el mundo desde que llegó el mismo Jesús. El ejemplo es una anécdota que no recuerdo quién contaba una vez: en lo profundo del cinturón bíblico de Estados Unidos, donde la fe cristiana, se supone, es cosa del día a día, una vez pidieron a un pastor que bendijese una actividad deportiva con una oración. Los organizadores le dijeron: “Puedes decir lo que quieras, pero no ores en el nombre de Jesús”. Podemos hablar de Dios, de la fe, de la bondad, del amor, y estos cartelitos de Facebook abundan en ello con frases que a veces dan incluso vergüenza ajena de los simplistas que resultan. Pero de Jesús, del mismo Jesús, de su sacrificio, de su poder y autoridad, se habla poco. Más bien nada. No es ya que no se atrevan a hablar del mal del pecado, o de la puerta estrecha, sino que simple y llanamente omiten a Jesús.

El espíritu del anticristo, pues, me temo, campa a sus anchas y muchas veces más cerca de lo que creemos. Mantiene muchas veces a los que se creen cristianos en una delicada carencia alimenticia, igual que un maltratador tendrá en ocasiones gestos de amor con su maltratada para que ella no sospeche sus verdaderas intenciones. Hay quien lo llama anorexia espiritual, una cualidad que consiste en alimentar un poco el espíritu, apenas lo justo, apenas con un versículo bíblico al día, sacado con pinzas, igual que quien da de comer un trozo de lechuga y un poco de pan con lo justo para poder subsistir hasta la siguiente toma, y el resto lo llenan de palabrería y de sus opiniones, de aspavientos, música tierna y luces de colores. Es como alimentarse de chucherías: te llenan el estomago, pero no alimentan. Escuchas sus predicaciones y te quedas hambriento. Su elocuencia, si te despistas, impacta, pero no alimenta, igual que por mucho que lo llamen alta cocina un trozo de pastel minúsculo emplatado glamurosamente no alimenta igual que un plato de torrijas. Lees sus devocionales y te quedas igual, solo que después de haber perdido quince o veinte minutos leyéndolo crees que has hecho algo útil para tu alma. Mi marido a muchos de estos devocionales los llama “los horóscopos cristianos”, y siempre me ha hecho gracia. Es triste, pero es verdad.

Estos falsos profetas, al igual que los del antiguo Israel, viven del dinero que les dan los que les escuchan. Del mismo modo que a los del antiguo Israel, deben ofrecer cosas que parezcan proféticas para recibir ese dinero, que halaguen los oídos de aquellos que en realidad les están sosteniendo, pero no dicen nada que se parezca necesariamente a la verdad del evangelio; aunque tampoco la desdicen. Se mantienen en un estrecho margen a medias en la oscuridad. No soportarían un escrutinio profundo, pero es que ninguno de sus seguidores va a realizar ese escrutinio. No van a seguir el consejo bíblico de 1 Juan 4 de ser críticos y poner a prueba, porque estos falsos profetas, igual que los maltratadores, les llenan la cabeza de amenazas. “¡No toquen al ungido del Señor!”, gritan entre aspavientos cuando se ven amenazados (normalmente gritan más si hay una cámara delante), como si ellos supieran acaso qué es un ungido o quién es el Señor.

Los voceros de estos falsos profetas son los que llegan luego al Facebook de publicaciones como Protestante Digital y, al igual que los hijos de padres maltratadores, repiten el esquema de los abusos que ellos sufren. Si les llevas la contraria, te amenazan con la condenación divina. Si les dices que no crees que tengan razón, te amenazan con que Dios te va a condenar por tu incredulidad. Si les muestras la falsedad de sus argumentos, entran en cólera e insultan. Normalmente sus argumentos descansan sobre tres pilares: la Biblia solo se puede interpretar literalmente, solo valen las interpretaciones que les han enseñado a ellos sus líderes y pastores y cualquiera que se salga de ese esquema va a ir al infierno. Cansan, agotan y se repiten. No tienen más argumentos.

Lo más divertido de todo esto es que, de verdad, mueven mucho dinero. Por eso el negocio sigue abierto.

No todo en Facebook es horrible. Hay una cuenta chilena que a veces nos alegra el día. El otro día me compartían una imagen que ilustra fielmente esto de lo que estoy hablando:

 

Imagen: Teografías Digitales.

En las librerías evangélicas hay libros maravillosos. Hay libros que inspiran, animan y acercan a Dios. Hay escritores que honran a Dios con sus palabras, clásicos y modernos. Estos ejemplos no son de ellos. El problema es que, muchas veces, está todo mezclado. Esta clase de libros, por desgracia, copan el mercado porque mueven mucho dinero. La gente sigue con hambre espiritual, y buscan comida. En serio, solo es necesaria la Biblia, pero les han dicho que si no leen la Biblia “como debe leerse” (es decir, como a cierta gente le interesa que se lea) van a caer en condenación. Así que gastan su dinero en apoyar a líderes, profetas, que les llenan los oídos de seguridades caducas que no tienen nada que ver con el evangelio.

Si en algo los que lean esto me pueden hacer caso, si acaso en una cosa, os diré que esta clase de mala literatura cristiana es una copia barata de la literatura de autoayuda que ya existe en el mercado secular. Cambias la frase de Paulo Coelho por un versículo sacado de contexto y ya tienes el trabajo hecho.

Como dice en 1 Juan, en nuestra mano está la prueba que inutiliza a estos profetas. Se pasan el día hablando de que si obedecemos los métodos y preceptos que ellos enseñan todo nos irá bien: tendremos todo el dinero “que nos merecemos”, adelgazaremos, nuestros maridos nos amarán, seremos líderes en nuestra comunidad… Pero, al igual que con los libros de autoayuda, por cada paso adelante das treinta para atrás en otras cosas, y lo haces sin darte cuenta. A ti te parece que avanzas, pero no es más que una ilusión óptica. A todos aquellos sobre los que estos falsos profetas han “decretado” prosperidad, salud y bendiciones, ¿lo han recibido? De hecho, creo que si estas personas siguen ahí, adictas y necesitando esta clase de enseñanzas en vez de ser maduras y autosuficientes, poco efecto han tenido sobre ellos tanta palabra profética, tanto decreto espiritual.

No me llamen escéptica. He conocido casos en que gente de Dios ha realizado sanaciones. He visto a la gente curarse. He visto a la gente salir de una situación económica precaria y tener lo suficiente como para compartir y ayudar a otros a salir de su situación. He visto a cristianos prosperados y bendecidos. He visto ministerios florecientes. Lo curioso es que casi nunca esos cristianos escriben libros y se hacen books de fotos con corbatas impecablemente planchadas y sonrisas blanqueadas. Tampoco necesitan pedir dinero con grandes actos musicales ni tener equipos de marketing y publicidad para mantener vivo el negocio. Normalmente, estos verdaderos profetas pasan “desapercibidos” y bendicen y prosperan todo lo que tocan (como asegura Deuteronomio 28) sin necesidad de tener un equipo de música detrás aumentando la intensidad de la alabanza. Los mejores cristianos discipulan desde las mesas de sus cocinas, y no desde los escenarios. Los verdaderos profetas no piden edificios más grandes, ni jets privados. Y son prósperos, qué duda cabe. Tienen familias felices, no salen en escándalos cada dos por tres y no tienen que lanzar comunicados desdiciéndose de declaraciones realizadas en el momento del calentón. Se les conoce más por cómo aman a los que les rodean que por cómo les ministran.

No hagáis caso de las portadas de colores, de las frases impactantes, de los ministerios de millones de dólares, de los escenarios de luces de colores. No todos son gente mala, claro está, pero probémoslos. No existen métodos nuevos para ser un cristiano efectivo. El único método lo explica la Biblia: vivir por el Espíritu (Gálatas 5). Y como dice 1 Juan 4, si de verdad prestamos atención, podremos pillar enseguida a los falsos profetas. El método de Deuteronomio 18, de tan obvio, sigue siendo infalible miles de años después.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Los voceros del anticristo