Amabilidad y bondad

No consiste en la nuestra, sino en cómo podemos reflejar la de Dios en nuestras vidas; solo así será el auténtico fruto del Espíritu.

04 DE ENERO DE 2016 · 12:19

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Seguimos con la serie del fruto del Espíritu. Hasta aquí hemos visto el amor, la alegría, la paz y la paciencia como cualidades del carácter de Dios en nosotros, un regalo de la nueva vida en Cristo. Hoy seguimos con la amabilidad y la bondad, aunque dependiendo de la traducción que utilicemos pueden llamarse de maneras muy diferentes.

Para χρηστοτης existen diferentes traducciones al castellano, aunque la más común es “amabilidad”. Algunas otras versiones lo llaman gentileza o benignidad, y la palabra original griega adopta el sentido de honradez, bondad o clemencia. En interesante porque esta palabra está emparentada etimológicamente con χρηστος, un adjetivo verbal que aporta la idea de algo utilizable, virtuoso, feliz y benévolo, e incluso el ser un buen ciudadano. Semánticamente está muy cerca de αγαθωσυνη, la que se suele traducir por “bondad”. Las dos, en el original, son prácticamente sinónimos, aunque no podemos pensar que Pablo se dedicó a poner palabras para rellenar. Creo que estas dos palabras están relacionadas para explicar una de las dimensiones en las que el Espíritu funciona a través de nosotros en el mundo.

El ser amables y buenos, para empezar, a nosotros no nos parece nada extraordinario; nada que pueda pensarse que lo necesitamos como un regalo divino. No hay nada sobrenatural en cederle el asiento a un anciano en el autobús, en dejar salir antes de entrar o en saludar a nuestros vecinos cuando nos los encontramos en la escalera. Todas estas cosas hablan de que, moralmente, somos amables y buenos, que seguimos las normas de convivencia que nos enseñaron de pequeños. Pero no parece que esto se pueda considerar un fruto del Espíritu en su sentido espiritual, y esto es así porque (hablo de mi error, que creo que comparto con bastante gente) hemos considerado el fruto del Espíritu como una cuestión moral más que espiritual. Como algo que solo nos compete a nosotros, cuya responsabilidad solo es nuestra. Pero no es esto lo que nos enseña este pasaje.

En Gálatas 5 Pablo está hablando de que por nosotros mismos no podemos vencer las malas obras de nuestra naturaleza humana. Ese pecado inherente que nos lleva a actos detestables solo se puede vencer sometiéndonos al Espíritu, viviendo por él, dejando que sea él la influencia primaria en nuestra vida.

Esta es una cuestión absolutamente clave para entender todo el pasaje. No podemos interpretar la vida en el Espíritu desde ninguna otra perspectiva. No podemos reacomodarlo a una cuestión moral que nosotros podamos medir y controlar, porque la moral (con todo lo necesaria que resulta), no nos va a salvar. Y sin embargo, aquí estamos nosotros, frente a un texto inspirador que ofrece una visión completamente nueva de cómo puede ser nuestras vidas si las confiamos a Cristo, intentando dividirlo y, en vez de cederle el control al Espíritu, transformarlo en pequeñas piezas que podamos medir y controlar nosotros. Ese es el problema de sustituir la espiritualidad por la religiosidad y la moral. Si no nos damos cuenta, nuestra tendencia humana es desechar una espiritualidad que no depende de nosotros por tomar el control de una moralidad y una religiosidad que está regida únicamente por normas humanas. Pensamos que estamos más seguros siendo amables “porque hay que serlo”, en vez de tratar de entender de qué manera Dios, por medio del Espíritu, puede hacer factible su amabilidad y su bondad en el mundo por medio de nosotros.

Ahí está la clave. Esta amabilidad y esta bondad de Gálatas no son cosas que nosotros realizamos para obtener una superioridad y una justificación moral para nuestras vidas, sino que es algo que Dios hace en nuestras vidas para mostrar su amabilidad y su bondad al mundo. Cuando hablamos de manera abstracta de que queremos que la gente vea al Señor a través de nosotros, eso que suena tan bonito y tan etéreo se realiza de forma palpable y concreta por medio del fruto de la amabilidad y la bondad.

¿De qué manera Dios ha sido amable a lo largo de la historia? ¿De qué manera hemos podido ver su bondad? De qué manera protegió Dios al pueblo de Israel por medio de un acto de bondad de alguien como Rahab; de qué manera Dios salvó a la viuda de la inanición por medio de Eliseo; de qué manera Jesús y sus discípulos dieron de comer a una multitud hambrienta por medio del humilde ofrecimiento de un muchacho.

Esa amabilidad divina excede a lo que corresponde por derecho; excede incluso a la justicia o al orden. La bondad de Dios se nos ofrece a pesar de que no la merecemos.

La amabilidad que no es moral, que proviene del Espíritu, es la forma en la que Dios hace que su evangelio rebose las vidas de los creyentes y alcance a aquellos que necesitan la gracia. Cuando experimentamos la bondad generosa y abundante de Dios en nosotros es un espectáculo que no tiene comparación, pero es aun más sorprendente cuando esa bondad nos sobrepasa a nosotros y alcanza a los demás. Es la manera de que el reino de los cielos se expanda por esta tierra, anunciando el día en que el Señor regrese y termine de inundarlo todo.

Por esa razón voy a intentar terminar este artículo sin dar un solo consejo de cómo debemos ser amables y buenos, para que no se nos ocurra hacerlo. No consiste en nuestra amabilidad ni nuestra bondad, sino en cómo podemos reflejar la de Dios en nuestras vidas; solo así será el auténtico fruto del Espíritu. Consiste en vivir en el Espíritu y abandonar nuestra manía de buscar cosas que justifiquen que tampoco hacemos las cosas tan mal.

Si alguien está leyendo esto y quiere descubrir la manera de que Dios muestre su amabilidad y su bondad a través de él, que se siente a orar, que se siente a leer la Biblia, y que pida cómo hacerlo. Dios es el más amable de todos y nunca deja una pregunta sin respuesta.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Amabilidad y bondad