El Zar vs. el Sultán Otomano

Los desafíos del panorama actual exigen una respuesta. El problema está en que la alternativa que Occidente ofrece al fundamentalismo es el vacío del secularismo.

03 DE DICIEMBRE DE 2015 · 16:47

Estambul. / Sammsky (Flick, CC),estambul
Estambul. / Sammsky (Flick, CC)

Aunque en occidente hemos separado (o así nos parece) la religión del estado en todos los ámbitos, desde esta parte del mundo las decisiones políticas y militares que toma occidente no se ven precisamente de esta manera.

Por un lado se intenta mantener el equilibrio entre la denuncia y repulsa de los fanatismos, a la vez que se procura contener todo brote de la llamada “islamofobia”. Y se piensa que el remedio sigue siendo el secularismo.

Llama la atención los primeros eslógans que aparecieron tras los horribles atentados de Paris: “orad por Paris”. Parecía que esta era el mejor recurso en un principio, pero pronto se cambió al dicho popular de “A Dios rogando y con el mazo dando”.

De hecho, no son ni mucho menos pocos los enfrentamientos bélicos que ambas potencias (Rusia y los otomanos) protagonizaron en el pasado. Es interesante ver desde ésta parte del mundo que el heredero del imperio comunista se levante en defensor de los valores de la cristiandad (como cuando Putin denunció que EE.UU. le había dado la espalda a Dios, tras ratificar el Tribunal Supremo el derecho a los matrimonios homosexuales).

A su vez el heredero del imperio otomano se erige en defensor de las libertades, el laicismo y la democracia avanzada (como la llaman aquí). Defiende la libertad de los sirios por reclamar e incluso derrocar el régimen existente, pero envía a la cárcel a aquellos responsables de los medios de comunicación en su país que ponen en evidencia la supuesta ayuda del estado turco con armas a sectores rebeldes del país vecino.

Los países europeos, a su vez, se enzarzan en la lucha armada “contra el terrorismo yihadista” y para ello consideran bombardear el Estado Islámico que, directa o indirectamente, ellos habían armado. Cuando todo lo que obtienen es reavivar el fuego, como el que trata de apagarlo con gasolina.

Está claro que nadie puede permanecer de brazos cruzados contra la barbarie del autoproclamado Estado Islámico. Pero desde el 11 septiembre, ¿cómo ha contribuido la llamada guerra contra el terrorismo yihadista en Iraq, Afganistán, etc.? ¿No está ahora el mundo peor que antes? La forma en que las potencias occidentales tratan de hacer frente a estos problemas, es el tan odiado por ellos “ojo por ojo, diente por diente”, que en otras ocasiones ellos mismos denuncian como fanatismo religioso.

Y en parte el problema es que la alternativa que Occidente ofrece al fundamentalismo es el vacío del secularismo. No se da cuenta que las tres cuartas partes del mundo siguen moldeando su cosmogonía en base a sus creencias. O dicho de otra manera: sus creencias moldean sus reacciones ante el mundo. Y la forma de encontrar la paz y la conciliación entre los diferentes no puede ser combatiendo la violencia con más violencia. De esta forma lo único que confirmamos es que Occidente sigue promoviendo las cruzadas (sobre todo si hay petróleo de por medio).

¿Cuál es la alternativa? Escuché hace un tiempo que el general McArthur, tras la Segunda Guerra Mundial, estando en su cargo de “virrey” del Japón, financió la importación de ocho millones de Biblias en japonés para contrarrestar el odio, que provocaba múltiples atentados suicidas en Japón. Yo no sé si la historia es cierta o no. Ni mucho menos creo que tengamos que esparcir millones de Biblias en Oriente Medio sin ton ni son. Lo cual sería, quien sabe, aun una ofensa mayor. Pero lo que sí quiero decir es que la manera de contrarrestar el radicalismo religioso es exportando valores de reconciliación y hermandad, que existen en la cultura occidental precisamente por ser una herencia que ha recibido del cristianismo. ¿Cómo hacerlo? Pues no dejemos de orar...

 

Carlos Madrigal es pastor y fundador de la Iglesia Protestante de Estambul.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Actualidad - El Zar vs. el Sultán Otomano