Jesús y el endemoniado de Gadara

El Evangelio de Marcos: (5: 1-20). Seguir a Jesús implica una conexión directa con el Dios Todopoderoso, pero también puede dañar nuestros intereses más queridos.

17 DE SEPTIEMBRE DE 2015 · 16:00

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El pasaje del endemoniado de Gadara es uno de los más desconcertantes del Evangelio. Bertrand Russell –cuya vida personal fue todo menos ejemplar– incluso lo utilizó para criticar a Jesús alegando que no había tenido la menor compasión hacia los cerdos, algo que no le habría pasado a Buda. Russell no sólo no estaba en su mejor día cuando escribió esa necedad sino que además dio muestras de no ser capaz de entender absolutamente nada en relación con el episodio.

Desde luego, su contenido resulta enormemente práctico. El contexto de entrada es bien revelador. Los discípulos acababan de pasar por la experiencia de la tempestad y ahora, a salvo pero calados hasta los huesos, cansados y de noche, llegaron a la zona de Gadara.

Era creencia común que los demonios salían a pasear a altas horas de la noche –lo que hay que reconocer que no resulta especialmente atractivo– y justo cuando ellos saltaron a tierra se dieron de manos a boca con un personaje que estaba sometido a un espíritu inmundo y que comenzó a dar alaridos nada más ver a Jesús (5: 7). Como forma de acabar un día en que se ha pasado por una tormenta en medio de un lago en que la embarcación estuvo a punto de irse a pique hay que reconocer que no estaba mal.

Pero detengámonos en el hombre que causó la inquietud, como mínimo, de los discípulos de Jesús. Su estado era realmente penoso. Lo era por su sufrimiento y lo era porque la comunidad de la que formaba parte no había dado con una forma mejor de tratarlo que la de recluirlo en el cementerio y encadenarlo. Como tantas veces a lo largo de la Historia, ya que no se podía solucionar el mal se escondía debajo de la alfombra o entre las tumbas. En eso no ha cambiado tanto la especie humana.

Sin embargo, como siempre que se quiere ocultar la desgracia aquel hombre no aguantaba bien la idea de que se le borrara del mapa. No sólo es que rompía las cadenas con las que pretendían tenerlo sujeto (v. 4) sino que además se pasaba el día entero aullando y ofreciendo el espectáculo sobrecogedor de autolesionarse (v. 5). Ni siquiera parece que aspirara a que nadie lo ayudara a juzgar por las palabras que dirigió a Jesús (v. 7). No se esperaría otra cosa de alguien poseído por muchos demonios.

Como Jesús tenía poder para enfrentarse con el Diablo no se le pasó por la cabeza comenzar un complicado ritual de exorcismo como se da en ciertas religiones. Él tenía autoridad y precisamente por ello no se entregaba a ceremonias que, por regla general, además de no funcionar deben provocar las carcajadas de cualquier ser demoníaco.

Acorralados, los demonios le suplicaron que les permitiera entrar en unos cerdos que estaban allí cerca (v. 12) y Jesús se lo permitió, momento que aprovecharon para despeñar la piara en el mar y ahogarla (v. 13). Es precisamente en ese momento cuando la historia llega a su punto culminante.

Los porqueros habían quedado lógicamente horrorizados por lo que habían visto y se dirigieron a la población cercana para informar de lo sucedido. Como era de esperar, los habitantes se precipitaron a ver lo que había de verdad en las palabras de los que cuidaban los cerdos (v. 14) y entonces lo que se ofreció a su vista no pudo ser más claro.

A un lado, podían verse los cuerpos de los cerdos flotando en el lago; al otro, al hombre al que no habían podido ayudar quizá durante años que ahora estaba sentado, vestido y en su sano juicio (v. 15).

Marcos cuenta que tuvieron miedo y es que no era para menos.

A lo largo de la vida, los prejuicios o el sectarismo pueden ayudar a ocultar lo que es evidente, pero en aquella ocasión no había manera. Aquel hombre que había resultado un problema insoluble estaba bien y la causa era Jesús. Pero, ¡ojo!, aquel Jesús también era el causante de la pérdida de los cerdos al permitir a los demonios entrar en ellos y precipitarse al mar. Los dos extremos eran tan claros que sintieron miedo porque era obvio que Jesús podía hacer lo que para ellos había resultado totalmente imposible, pero también sus acciones tenían consecuencias que dañaban a su economía y no había más que ver lo que había pasado con la piara.

Pongámonos en su lugar. Seguir a Jesús implica participar de una conexión directa con el Dios Todopoderoso que puede derrotar con una sola frase a una legión de demonios, pero también puede dañar nuestros intereses más queridos.

¿Y si seguir a Jesús implica –como ciertamente implica– rechazar el maridaje del poder político y de la religión? ¿Y si seguir a Jesús implica sufrir pérdidas económicas? ¿Y si seguir a Jesús te coloca en el punto de mira de aquellos que, aunque se digan religiosos, aborrecen su mensaje porque ya han abrazado otro más adecuado para su soberbia espiritual? ¿Y si…?

Llegados a ese punto, ¿nos quedamos con Jesús o con nuestros intereses que también se pueden disfrazar de religión? La gente de Gadara no lo dudó. Entre aquel poder que era capaz de realizar lo imposible y su economía se quedaron con la economía y le pidieron a Jesús que se fuera (v. 17).

No negaban la realidad. Simplemente, es que no estaban dispuestos a que la realidad les amargara sus intereses. Hoy, habían sido los cerdos ¿y mañana? Mañana, Jesús – que a fin de cuentas era un judío – era capaz de decirles que sólo se puede rendir culto a Dios y que no es lícito rendir culto a una imagen como enseña el Decálogo que Dios le entregó a Moisés (Éxodo 20: 4 ss). No, mejor que se fuera. Que se fuera y cuanto antes y más lejos, mejor.

El antiguo endemoniado veía las cosas de otra manera. Sabía cuál había sido su situación y cuál era ahora y deseaba subirse a la barca con Jesús (v. 18). Sin embargo, Jesús no se lo permitió. Por el contrario, le dijo que fuera a los suyos y les contara las grandes cosas que el Señor había hecho con él y cómo le había mostrado Su misericordia (v. 19).

Nuevamente –como tantas veces antes y después– Jesús volvió a enfatizar la gracia totalmente inmerecida de Dios. No le dijo: “gracias a tus méritos los demonios salieron de ti” o “el ceremonial del exorcismo funciona, hijo”. Ni por aproximación. Su mensaje como siempre fue: “No te merecías absolutamente nada, pero Dios tuvo misericordia de ti y realizó en tu vida algo incomparable”.

El hombre captó a la perfección lo que Jesús le había dicho y comenzó a recorrer otras ciudades paganas –las conocidas como Decápolis– contando lo que Jesús había hecho con él y, como no podía ser menos, la gente se quedaba pasmada (v. 20).

 

Continuará

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