Despertar al drama

Pocas veces una imagen consigue remover la conciencia de una sociedad como la del niño Aylan ahogado. Ante esta crisis, los cristianos tenemos algo que decir y hacer.

04 DE SEPTIEMBRE DE 2015 · 12:46

Aylan Kurdi, el niño sirio que murió ahogado en el Egeo.,aylan kurdi
Aylan Kurdi, el niño sirio que murió ahogado en el Egeo.

Los líderes políticos de la Unión Europea llevan varios meses evitando un asunto que, finalmente, ha estallado. La crisis de refugiados se está gestando desde hace varios años, pero ha sido este 2015 cuando se ha convertido en un desafío ineludible.

En lo que va de año se han celebrado varias cumbres internacionales para intentar dar una respuesta coordinada al desafío que se presenta. Miles de personas intentan llegar a Europa en una ruta peligrosa. La mayoría proceden de lugares en conflicto, de donde han tenido que huir para salvar su vida y buscar un futuro para sus familias.

Son refugiados. Por definición, personas que “debido a un miedo fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad (…) se encuentra fuera de su país de nacimiento y es incapaz de servirse de la protección de aquel país; o de quien, por no tener nacionalidad y estar fuera del país de su antigua residencia habitual como resultado de tales eventos, es incapaz, debido a tal miedo, de estar dispuesto a volver a éste”.

A pesar de la crisis económica que ha atravesado a Europa estos últimos años, la UE tiene capacidad para responder adecuadamente, y acoger a los refugiados de forma equitativa. Recientemente el director de Human Rights Watch explicaba que “el flujo de este año sólo supone 0.068 por ciento de la población de la UE. Teniendo en cuenta la riqueza de la UE y su avanzada economía, es difícil argumentar que Europa carece de los medios para absorber a estos recién llegados”. Es importante recordar que países con una economía mucho más débil, como Turquía, Líbano o Jordania, han acogido a millones de personas desde que comenzó el conflicto en Siria.

La llegada masiva de refugiados ha puesto en evidencia las diferencias entre los países de la UE a la hora de enfrentar este problema, del que venían avisando entidades internacionales y ONG desde hace tiempo. Mientras que países como Suecia o Alemania llevan varios años respondiendo más allá de lo comprometido a las solicitudes de asilo, otros han optado por políticas de cierre de fronteras - como Hungría o Serbia- o por aceptar a regañadientes y, sólo tras una gran ola de presión mediática y ciudadana, aumentar la cuota de refugiados – como Reino Unido o España-.

 

Una de las imágenes estremecedoras. / Reuters

Esta presión ciudadana se ha multiplicado tras la publicación de la foto de un niño de 3 años, Aylan, muerto en una playa de Turquía. El pequeño, junto a su familia, había huido de Kobane, ciudad siria asolada por el Daesh. Aylan es uno más de los fallecidos, porque son miles los que este año han encontrado la muerte en esta ruta que emprenden para buscar un futuro mejor.

La imagen, ya simbólica del drama de los refugiados, es devastadora y ha despertado en la ciudadanía algo más que el dolor o la compasión. Nos preguntamos qué es Europa, qué tipo de Unión queremos ser, qué valores son los que todos, autoridades y ciudadanos, debemos mostrar.

En la defensa del refugiado hay pocos escritos más contundentes que la Biblia. En un contexto en el que los extranjeros solían ser considerados enemigos, Dios pidió a su pueblo que los amasen (Deuteronomio 10.19) y que los tratasen con equidad (Levítico 19.34). Jesús reafirmó su preocupación por los más débiles (Mateo 5) y fue enfático al referirse al cuidado del forastero (Mateo 25.35-40). La iglesia también recogió esta enseñanza (Romanos 12.13).

Ante esta crisis, los cristianos podemos dar ejemplo a nuestros conciudadanos y ser constructivos. Tenemos la oportunidad de poner en práctica estos principios: pidiendo a los gobiernos sensibilidad y políticas valientes que acojan al extranjero, instando a los gobiernos locales que se impliquen en las iniciativas que están surgiendo para ofrecer alojamiento y ayuda, y también desde las iglesias y ministerios podemos ofrecer los recursos de los que disponemos para ayudar a los que llegan, así como implicarnos en programas que desde hace varios años se llevan a cabo para atender a este colectivo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Editorial - Despertar al drama