Facebook

Facebook es una vitrina.

15 DE AGOSTO DE 2015 · 22:10

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Facebook o ¿Adónde va Vicente?

«Aparezco en facebook, luego existo» (Westinghouse)

«Y si no aparezco, es porque no existo» (el Escribidor)

En Chile, se le conoce como «Mercado Persa»; en Costa Rica, «Mercado de las Pulgas» que es una traducción literal de cómo se le conoce en los Estados Unidos, «Flea Market». ¿Y en la Web? Facebook.

Allí se encuentra de todo. Como en botica.

Alguna vez conté de mi feliz encuentro con un gran novelista español cuya existencia me era desconocida pese a que siempre he sido un buen amigo de los libros: José María Gironella (nacido en Darnius, Gerona, el 31 de diciembre de 1917 y fallecido el 3 de enero de 2003 a los 86 años en Arenys de Mar, Cataluña).

Recorría digo, a paso lento y despreocupado, los diversos vericuetos del mercado de las pulgas de Flagler y la calle 37 del sudoeste de Miami, donde se exhibe el más variado surtido de cuanta cosa se puede vender y se puede comprar. De pronto, en medio de una cantidad de partes de maquinaria y artefactos, cables y tornillos de segunda, tercera y hasta cuarta mano, distribuidos delicadamente en pequeños montoncitos a ras de suelo, un libro. La duda inquietante (novela, 1988, Premio Ateneo de Sevilla) de Don José María.

Fue un encuentro feliz con una buena novela y un mejor escritor. Un verdadero hallazgo. Me lo fui leyendo en el camino de regreso a casa mientras conducía mi automóvil y no paré (de leer) hasta terminarlo. Lo que no conté fue una experiencia no tan feliz que tuve en otra de mis visitas a ese mismo «pulguero».

Se vendía, por un precio irrisorio, una máquina de escribir Selectric II de la IBM. (¡La Selectric II, de bolita, fue una doña máquina antes que la computadora la mandara al carajo donde hoy por hoy se encuentra!) La compré. Nunca la pude hacer funcionar. Al final, tuve que tirarla al basurero sin haber podido escribir en ella una sola palabra.

Algo parecido me pasa cuando visito facebook. De vez en cuando «hago una buena compra»; las más de las veces… máquinas de escribir Selectric II «que no sirven para nada». Cuando hago por los dominios de facebook mis ocasionales vuelos rasantes, me encuentro con gente conocida y gente desconocida.

Cada una, a través de lo que “sube”, sea una foto, una frase, un chiste, un comentario, una noticia, se me proyecta de alguna manera. Veo referencias sesudas, fotografías, algunas desprovistas de vanidad y que comunican algo positivo; y veo también de las otras.

Y en cada caso, me formo una idea de la persona que está detrás de esa ventana a través de la que se muestra al mundo.* Y trato de imaginarme qué había en su mente cuando saltó a facebook diciendo o mostrando algo que muchas veces no logra traspasar los linderos de lo estrictamente personal. O familiar.

(¿Será que todavía no he podido entender los misterios comunicacionales de esta red social?)

Hace algunos años, un humorista en el Festival de Viña del Mar terminó su rutina de chistes y esperó los aplausos del público. Lo aplaudieron, aunque no con el entusiasmo como quizás él esperaba; así es que cerró ese segmento diciendo: «Gracias a mis familiares y amigos por esos aplausos».

Facebook es una vitrina.

No es mi ánimo criticar a nadie por lo que «sube» a facebook. Cada uno tiene derecho a usar ese sitio según se lo dicte su nivel de autoestima, su respeto a los demás, su forma de evaluar lo que vale y lo que es chatarra. Solo que –como el médico que mira al paciente a través de aquella  pantalla mencionada más arriba— a veces no veo más que un esqueleto. **

Cuando mi amigo Westinghouse ve a tanta gente mostrándose en esa ventanota, me pregunta: «¿Y usted, qué espera para salir a decir no solo que existe sino que es la octava maravilla del mundo?» Capto su sorna y, pacientemente, trato de convencerlo de mis criterios para mantenerme al margen —o casi al margen porque de vez en cuando me da por reaccionar ante algo que creo que vale la pena y me motiva a agarrar la pluma y decir algo— pero no lo logro.

Y pienso en los carritos de los supermercados de hoy. ¡Qué feliz se siente la ama de casa o el marido que la acompaña, empujándolo mientras ella no deja de echar cosas adentro, cosas que quizás nunca van a ocupar! Eso del carrito es uno de los inventos más afines con el prurito humano de la vanidad. ¡Qué astucia la de Sylvan Goldman, aquel judío-americano de Oklahoma, que lo inventó! 

Isabel Allende en su obra «Mi país inventado» cuenta de aquellos «pitucos»*** de la clase alta de Santiago, que van a los mejores supermercados de la capital, recorren los pasillos echando cosas adentro y cuando ya calculan que todo el mundo los ha visto y se han llenado de envidia, los dejan abandonados con todo y mercadería en cualquier lugar y se van con las manos vacías. Hasta el próximo show.

Ellos no van a comprar. Van a exhibirse. ¡Y les encanta hacerlo con los carritos hasta el tope!

Entonces le digo a mi amigo Westinghouse: «¡Westin, aunque tú no lo creas yo existo, con facebook o sin facebook!» Weston frunce los labios como diciendo: «¡Qué va! ¡Usted está como la farmacia de Condorito: No tiene remedio!» Da media vuelta, y se retira, dejándome solo. Solo y con mis déficits publicitarios.

 

*A veces pienso que esas ventanas son como aquellas pantallas médicas detrás de las que se pone el paciente con todo y ropa para que lo examine el médico quien, por el frente, ve nada más que su esqueleto.

**Si le parece que lo estoy aludiendo a usted, quiero decirle que, precisamente usted es una de las personas que se salvarían de la crítica, si la hubiese.

**Pituco, o pituca: Expresión que en Chile se aplica a una persona acomodada, arrogante, que le gusta aparentar y que respinga la nariz; cuando toma té («¡rico tu té, chiquilla!» La Pérgola de las Flores, comedia musical chilena de los años 60) lo hace levantando coquetamente(?) el dedo meñique.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Facebook