¿Dónde están las mujeres?

Casi todos admitirán que en sus iglesias hay mujeres inteligentes, formadas, capacitadas, serviciales, llenas del amor y la sabiduría de Dios. Sin embargo, hay muy pocas probabilidades de que sean invitadas a cierta clase de eventos.

30 DE JULIO DE 2015 · 21:55

Micrófono. Evan Forester (Flickr, CC),microphone
Micrófono. Evan Forester (Flickr, CC)

Que es verano no solo se nota en el calor, también en la extraña proliferación de melodías pegadizas, sandalias y moscas. Y también porque se nos llena la agenda de encuentros y conferencias, muchos de ellos especialmente dedicados a jóvenes, que son los que menos tiempo libre tienen el resto del año.

En una curiosa conversación por Twitter con algunos hermanos, acabamos hablando de por qué a uno de esos citados encuentros juveniles no se había invitado a más mujeres a exponer sus ideas. Había un lujoso cartel lleno de dignos conferenciantes… y dos mujeres. Una de las dos iba acompañando a su marido. Ante la pregunta: “¿Por qué no se ha invitado a más mujeres?”, surgió otra pregunta: “¿Dónde están esas mujeres a las que invitar?”.

No penséis que estoy obsesionada con este tema. Pero sí me sorprende la cantidad de gente dolida y trastocada, desorientada de las grandes cuestiones que se nos ha encomendado a hacer para el reino de Dios, porque nos andamos peleando por estos temas menores; es cierto que no resulta fácil encontrar el equilibrio entre el feminismo trasnochado de la sociedad actual, las tendencias machistas que se resisten a desaparecer y el principio bíblico de igualdad entre hombres y mujeres en Cristo. En la sociedad en que vivimos, al mismo tiempo que sigue existiendo un machismo galopante, existe un movimiento de desprecio a lo masculino promulgado por señoras que creen que humillar a los hombres es la mejor manera de compensar el machismo. Igual de eficaz que tratar de matar mosquitos con un AK-47.

Dentro de las iglesias, muchos no saben cómo enfrentarse a estos movimientos avasalladores, y recurren a convertir en dogmas bíblicos viejas tradiciones culturales, recurriendo al argumento de que se vivía mucho mejor en tiempos pasados cuando había más respeto y decencia; cosa que no se parece ni de lejos a la realidad, pero ya lo dijo Eclesiastés: “Nunca preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor. No es de sabios hacer tales preguntas” (7:10). La Biblia recuerda que la igualdad es de doble vía, y que el respeto entre hombres y mujeres debe ser mutuo, defendiendo las diferencias naturales y fomentando que todos estamos bajo el mismo Espíritu y la misma fe. Dicho esto, a estas alturas ya se ha estudiado, explicado, defendido y argumentado suficientemente bien que la Biblia dice que las mujeres no están discriminadas de ninguna manera en el nuevo orden bajo Cristo, y que tienen las mismas capacidades y responsabilidades que cualquier hombre.

Supongo que si acceden a los enlaces que pongo aquí arriba y leen estas argumentaciones tan bien explicadas, casi todos las darán como ciertas. Casi todos admitirán que en sus iglesias hay mujeres inteligentes, formadas, capacitadas, serviciales y llenas del amor y la sabiduría de Dios. Y sin embargo, hay muy pocas probabilidades de que sean invitadas a cierta clase de eventos. No exagero, hagan la prueba. Busquen la publicidad de todos esos encuentros que se van a realizar en los próximos meses. Muchos de ellos ponen las fotografías de los conferenciantes. Cuenten las mujeres que haya. Observen que, cuando las hay, pocas veces habrá mujeres que hablen de temas relacionados con la fe, la política, la cultura o la teología.

Empecé hablando de sandalias y música pegajosa porque en realidad es un tema muy triste. Desde mi experiencia puedo decir que hay dos razones por las cuales las mujeres no están en los grandes eventos. La primera es que las propias mujeres no quieren ir. Muchas no tienen ningún reparo en participar de actividades a nivel local, pero nada a nivel nacional. Declinan las invitaciones o se parapetan detrás de una extraña humildad que no concuerda con su capacidad. Puede que eso sea, en parte, porque no quieren enfrentarse a todo ese sector que considera pecado que una mujer pueda enseñarles nada. Puede que ellas mismas se crean que Dios les ha dado un papel secundario en el mundo. Puede que sea, por otro lado, porque se han acostumbrado a ese pequeño círculo de comodidad y no se atreven a salir de ahí.

La segunda razón es todavía más triste. Me lo dijo una amiga y desde ese día no he dejado de darle vueltas. De hecho, fue lo que propició este artículo: para que una mujer llegue a tener cierta buena fama tiene que demostrar muchos más credenciales que cualquier otro hombre que se encuentre en su mismo nivel de popularidad. Las mujeres que sí participan y sí dan conferencias tienen que demostrar sus estudios de grado superior, su profesionalidad y sus años de experiencia, o ser las esposas de alguien importante. Y no quiero que esto suene a acusación de patio de colegio, pero a gran parte de los conferenciantes masculinos que acuden a los mismos eventos no se les reclama tanta preparación. Muchos no tienen estudios universitarios, y otros han estudiado algo que no tiene nada que ver con su ministerio. Otros tienen simplemente su título de diplomado en teología. Simplemente, son buenos. Simplemente, se ve que Dios los utiliza. Para los hombres ese buen argumento vale, pero para las mujeres no.

No estoy hablando por hablar. Vayan a una librería evangélica y observen las contraportadas de los libros que nos llegan traducidos del otro lado del Atlántico. Aquellos escritos por mujeres, ¿cuánta acreditación aportan? Toda la que sea posible, y aun así deben decir de quién son esposas. Observen también las biografías de los autores masculinos. Gran parte de las veces solo hablará de sus años de experiencia en tal o cual congregación o ministerio. A ellas siempre se les pide que expliquen si tienen hijos; a ellos, por lo general, no. Es mucho más probable que una editorial del ámbito cristiano publique un libro, sea cual sea el tema, si el autor es un hombre. Si el libro escrito por una mujer habla de temas femeninos o familiares, también tiene posibilidades de ser publicado. ¿Pero libros de mujeres hablando de teología? ¿De temas sociales o de pensamiento? ¿Comentarios bíblicos escritos por mujeres? No digo que sea norma, pero sí es una tendencia, y bastante alarmante.

Fuera del mundo evangélico es misteriosamente similar. Los ensayos punteros sobre temas de importancia científica suelen estar escritos por hombres, salvo contadas excepciones. A principios de verano Jesús García Sánchez, conocido como Chus Visor, el editor de una de las editoriales de poesía más importantes en lengua castellana, decía en una entrevista: “La poesía femenina en España no está a la altura de la masculina”. “No hay una poeta importante ni en el 98, ni en el 27, ni en los 50, ni hoy. Hay muchas que están bien, como Elena Medel, pero no se la puede considerar, por una Medel hay cinco hombres equivalentes”. Frente a tal declaración varios colectivos llevan todo el mes de julio quejándose.

En otro mundo totalmente diferente como es el de los videojuegos está el caso de Zoe Quinn y Anita Sarkeesian. La primera es una desarrolladora de videojuegos (un mundo mayoritariamente masculino) y la segunda es una activista que cierto día decidió denunciar el machismo imperante en esta industria. La respuesta de los gamers (jugadores de videojuegos) masculinos del mundo fue el llamado el Gamergate, una campaña de acusaciones y desprestigio a las mujeres que corrió por las redes sociales y foros de Internet, que duró varias semanas y que abrió un importante debate acerca de cómo es posible que después de todos los movimientos a favor de la igualdad de los últimos cuarenta años, de las campañas y las políticas sociales, se esté dando esta peligrosa deriva hacia actitudes machistas y dominantes entre las jóvenes generaciones.

Existe una página web buenísima y muy triste donde la gente puede contar sus experiencias con los llamados micromachismos”, expresiones cotidianas de discriminación hacia la mujer. Expresiones comunes, incrustadas en lo profundo de nuestra identidad cultural. Cosas que se vienen repitiendo desde hace siglos, e independientemente de los avances y las políticas sociales se siguen transmitiendo. Cosas que denigran a las mujeres, pero también a los hombres que las dicen.

El hecho de que tanto dentro como fuera de la iglesia el tema sea tan asombrosamente similar debería hacernos sospechar. Yo creo que mucha gente cristiana que defiende que la mujer no debe hablar ni predicar (y mucho menos ser invitada a eventos como conferenciante), y que argumenta que los que creen lo contrario “se dejan llevar por el mundo” o por “interpretaciones liberales de la Biblia”, no son conscientes de que, ironías de la vida, en realidad son ellos los que están intentando aplicar con calzador a la iglesia lo que traen aprendido de la calle. Me explico (aunque ya hablé aquí de esto no hace mucho): la Biblia repite sin cesar que en Cristo ya no hay hombre ni mujer, ni esclavo ni libre. Que Dios nos creó hombres y mujeres y que ambos somos, en la misma medida, y cada uno con sus cualidades particulares, una expresión de la imagen específica de Dios. Los versículos que parece que dicen lo contrario deben interpretarse a la luz de la propia Biblia, y no de manera independiente, algo que es un principio básico de la hermenéutica. La verdadera iglesia de Cristo debería ser quien predicase principio igualitario, como Jesús hacía dejándose ver rodeado de mujeres, comiendo con ellas, compartiendo su tiempo con ellas en una época en la que eso era una brutalidad. Lo que no es de Dios, lo que no estaba en su plan, era la desigualdad, la opresión, el machismo. Eso es consecuencia del pecado. Así pues, quienes defienden que lo más cristiano es que la mujer adopte un papel secundario y supeditado al hombre en todo lo referente al reino de Dios, en realidad son los que menos entienden qué es ser cristiano. Ellos son los primeros que están intentando colar como santa una idea que no pertenece a la nueva vida en Cristo sino a toda una vida asimilando mensajes discriminatorios y estereotipados.

A las mujeres que se sienten preocupadas o agobiadas en su entorno por este tema, que no se desanimen. Lo que el Señor ha destinado para nosotras es que podamos hacer el bien y vivir sin ningún temor (1 Pedro 3:6), sea donde sea que él nos quiera colocar. No somos más santas por estar más calladas.

A los organizadores de eventos estivales me gustaría dejarles un mensaje final: no tengáis miedo de admirar a vuestras mujeres y de invitarlas a que compartan lo que el Señor les ha enseñado. Si no las encontráis, buscadlas, porque las hay. Dios lleva preparándolas muchos años para lo que viene por delante.

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - ¿Dónde están las mujeres?