La reina Esther, una judía en Babilonia

Los libros históricos (XII): Esther. Mardoqueo le señaló a Esther: Y ¿si todo se debía a que Dios la había colocado en ese puesto para salvar a Su pueblo?

16 DE JULIO DE 2015 · 16:00

,mujer judía, israelita

No todos los judíos exiliados en Babilonia regresaron –como Zorobabel, Esdras y Nehemías– a su solar patrio. A decir verdad, no fueron pocos los que consideraron que dar ese paso constituía una señal de imprudencia y más cuando la vida resultaba placentera en el suelo donde estaban asentados.

Esta circunstancia suele ser poco conocida y muchos creen que la Diáspora judía se inició con el final del Segundo Templo en el año 70 d. de C.

A decir verdad, comenzó en el siglo VI a. de C., con la deportación a Babilonia ya que desde entonces la mayoría de los judíos no ha vivido en su tierra. En la época de Jesús, por ejemplo, sólo un tercio vivía en Erets Israel mientras que dos terceras partes se hallaban en el exterior y esa situación no ha cambiado ni siquiera con la fundación en 1948 del estado de Israel.

Esther nos relata un episodio de la vida de los judíos en la Diáspora –en este caso en el imperio persa– dejando de manifiesto cómo, al igual que sucedería en los siglos venideros, podía alcanzar cotas muy relevantes de poder e influencia y, a la vez, sufrir de inmensa fragilidad.

La historia se desarrolló durante el reinado del persa Asuero al que conocemos mejor por el nombre de Jerjes y su participación en la segunda guerra médica donde, por ejemplo, aplastó a los 300 de Leónidas en las Termópilas, pero fue derrotado por los atenienses en Salamina.

De manera bien reveladora, Jerjes no toleró que su esposa Vasti no acudiera cuando la llamó para participar en una fiesta y se divorció de ella (c. 1). En algunas sociedades, como la española, donde se contempla muchas veces como un hecho normal que la esposa se ría del marido delante de otras personas realizando comentarios burlones, la posición de Jerjes puede parecer extrema, pero lo cierto es que los persas se tomaban muy en serio el respeto entre cónyuges y el rey de forma aún más acentuada si cabe.

Sea como sea, el rey decidió buscarse otra esposa y, tras un cuidado escrutinio de las mujeres de su reino, eligió a una judía llamada Esther (c. 2). La elección vino propiciada por el hecho de que uno de los personajes más relevantes de la corte era un judío llamado Mardoqueo -un hijo del tío de Esther– que adelantó su candidatura.

Como en tantas ocasiones a lo largo de la Historia –la Europa católica de la Edad Media es uno de los ejemplos más claros– los judíos de corte se encontraban en una situación peculiar.

Por un lado, habían alcanzado una posición que solía deberse a sus méritos y mejor preparación; pero, por otro, esa circunstancia provocaba envidias y odios.

Si en España, obispos, nobles, frailes y pueblo llano andaban a la espera de que el judío cayera para mover a la casilla vacía a uno de los suyos; en Persia, existía un personaje llamado Amán que deseaba exactamente lo mismo (c. 3).

Los argumentos dados por Amán (3: 8) al rey de Persia fueron repetidos durante el Medievo por frailes, obispos y papas a nobles y monarcas. Los judíos son gente que tiene sus propias leyes, que no guardan la legislación del país y que no benefician a nadie.

En ocasiones, semejantes acciones acababan con la expulsión, con normas discriminatorias o confiscatorias o con baños de sangre. Amán estaba determinado a lo último y no le debió costar convencer a un rey que había sufrido un durísimo revés contra unos extranjeros llamados griegos. Como en tantas crisis, el nacionalismo –y el odio al otro– pareció una buena salida.

En medio de esa situación extremadamente amenazadora, Mardoqueo acudió a su prima Esther. La muchacha no experimentó precisamente alegría al escuchar a Mardoqueo.

Era plenamente consciente de que su situación privilegiada peligraría (4: 10-11) y quien podía asegurar que no le sucedería algo peor. A lo largo de la Historia no son pocos los judíos –y los cristianos– que ante una situación de riesgo para su pueblo han preferido confundirse con el paisaje a la espera de verse libres de la desgracia.

Pero la respuesta de Mardoqueo no pudo ser más clara. Más tarde o más temprano, Esther y su familia acabarían pereciendo ante planes semejantes.

Efectivamente, los judíos que pensaron escapar de la persecución en la España de los Reyes Católicos convirtiéndose en católicos no tardaron en darse cuenta de que su sangre era impura en términos legales y de que eran objetivos privilegiados de la Inquisición.

Cuando algunos incluso abrazaron la Reforma en el siglo XVI su destino ya fue directamente la hoguera. No, volver la mirada hacia otro lado a la espera de que todo amaine no siempre –juicios morales aparte- da resultado.

Pero además existe otro factor que Mardoqueo le señaló a Esther. En esta vida, lo que sucede tiene una razón de ser y esa razón de ser no suele ser nuestro mero disfrute. Esther era reina y gozaba de una posición envidiable, pero ¿qué le hacía pensar que había llegado hasta ahí para beneficio propio? Y ¿si todo se debía a que Dios la había colocado en ese puesto para salvar a Su pueblo? (3: 14).

Esther se sintió conmovida por aquellas palabras y pidió a Mardoqueo que los judíos comenzaran a orar con ella mientras se dirigía a un rey que era su esposo, pero que también podía ser su verdugo (4: 15-17). .

El resto del libro constituye una trama más que atractiva en la que Esther invita al rey y a Amán y consigue, no sin serios riesgos, ir abriendo el terreno para la liberación de su pueblo y el castigo del que había pensado aniquilarlo (c. 5, 6 y 7). Finalmente, el mismo Asuero decretaría la norma que permitiría que los judíos se pudieran defender (c. 8) y derrotar a sus enemigos (c. 9).

Todavía en la actualidad, los judíos siguen recordando la Historia de la liberación experimentada gracias a la valentía de Esther.

Sin embargo, las lecciones del libro van mucho más allá. Entre ellas, sin duda la más importante es la que nos recuerda que no hemos aprendido una profesión, pasado a dirigir un medio, alcanzado una cualificación o desempeñado un trabajo o una ocupación fundamentalmente para nuestro único deleite o beneficio. En realidad, lo más seguro es que Dios nos haya situado allí para Sus propósitos y, precisamente por ello, debemos de estar más que gustosos de arriesgar su pérdida e incluso la de nuestra vida por El y por los demás. Como hizo Esther.

 

Lectura recomendada: Esther (es un libro breve. Léalo entero)

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