Contrarreforma

 Toda la “defensa” de Cristo de estos autores papistas es, al final, una defensa del Vicario, para lo cual se usa al Señor, que queda reducido a uso y disfrute de su representante.

04 DE JULIO DE 2015 · 12:44

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Juan Donoso Cortés.

 Empiezo por donde anuncié la pasada semana, con Donoso Cortés. Personaje al que se nombre siempre con su apellido Donoso, también Donoso Cortés (tenía más), o como marqués de Valdegamas, casi nunca por su nombre de pila. Yo puse José, no sé por qué, pues es Juan (y algunos más). El porqué puede ser el recuerdo de cómo me lo recomendó (y escribió José) un autor de extremo conservador evangélico, pero que lo consideraba de “los nuestros” en sus planteamientos políticos frente a los revolucionarios. Asombroso desde luego, pero significativo; porque esto nos coloca en la reflexión que quiero compartir con ustedes, pues el lenguaje de este personaje, o de otros, a veces tiene un sonido parecido con el que podemos expresar la radicalidad de la Reforma, pero ellos lo usan como defensa del papado. No es lo mismo ni es el mismo barco; sin embargo, con facilidad te puedes encontrar con una bandera de defensa, casi mística, de la cristiandad, de Dios, de la Biblia, de la familia, etc., y a nada que te descuides te metes en el barco, y luego, ya tarde, te das cuenta que es negrero. Esto es aviso para navegantes hoy, con eso de papistas y evangélicos juntos, eso de juntos contra leyes, etc.

Seguimos caminando por el XIX, con todas sus confusiones en el mundo, y nosotros aquí en España, con el recuerdo del trabajo de Usoz. En ese XIX, en 1848, tenemos el manifiesto comunista, nada menos; las revoluciones inmediatas. El papado con sus alianzas y trapicheos de supervivencia, en algún momento saliendo su cabeza por piernas. El Syllabus en 1864 (perdón por lo ofensivo, pero si no conocen este listado, lean). En ese contexto vive y escribe Donoso Cortés (1809-1853); precisamente el Syllabus le debe una buena parte de su contenido, como lo expresó en carta al cardenal Fornari (junio de 1852) explicando las razones de la obra de referencia de Donoso, el Ensayo (junio de 1851; se cita así, pero entero dice Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo), que representa la sumisión al papado y su defensa como la misión por excelencia de su última etapa.

Antes, como orador formidable en el Parlamento, ya había señalado sus cimientos. En enero de 1845, con el “Discurso sobre el Culto y Clero”, supedita el trono al sacramento vaticano, lo que algunos dicen “altar”. El mensaje es significativo: Ningún trono civil puede estar por encima del altar (pero obviando que el altar está como instrumento de otro trono, éste universal, el del papado, que también es civil en su ejercicio), es decir, que ningún trono puede estar por encima del papado. Claro, y de ahí el engaño, esto se dice con la proposición de que ningún trono puede estar sobre el trono de Cristo. Toda la “defensa” de Cristo de estos autores papistas es, al final, una defensa del Vicario, para lo cual se usa al Señor, que queda reducido a uso y disfrute de su representante. Más adelante, enero de 1849, Donoso pronuncia su “Discurso de la Dictadura” (en defensa de la excepción del gobierno de turno). Se trata de salvar a la sociedad, claro, siempre; y cuando no basta la legalidad para ello, es legítima la dictadura (¿les suena?). En todas estas cuestiones, y sobre todo en el Ensayo, algunos leen una “filosofía política”, y otros la reciben como tal, pero en realidad de lo que se trata es de una teología política. (Nada extraño que Carl Schmitt considere a Donoso un referente.)

Cualquier acción es moralmente buena si conduce al fin de la gloria del papado. (Por supuesto, dirán, de Dios, pero nada, eso es palabra inflada.) Pues todo será un proceso que no se puede mirar en la parcela concreta, lo que se esté haciendo, sino en la terminación; y la terminación siempre es el final ordenado del ser. Y eso, como lo monta el tomismo, es lo que se tiene por el amor; el amor que es ese ímpetu, ese empuje, del ser hacia su condición final, su perfección. Con esta teología (la de la Antigua, para no confundirnos) se tiene que el absolutismo político es malo, siempre que no sea al servicio del papado; entonces sí vale. La tiranía es mala y hay que eliminarla, pues no deja en su lugar al trono del altar (ya sabemos, el Vaticano). Un tirano ve siempre como el mal supremo a otro tirano; pero si la tiranía se muestra al servicio del papado, ya no es mala, solo queda el tiempo del desarrollo necesario para que se le pasen los malos humos. Ya avisamos la semana pasada de los engaños del lenguaje; aprendamos, que, por ejemplo, con los jesuitas nos encontramos con afirmaciones solemnes del derecho de resistencia contra los tiranos, incluso pudiendo llegar a su eliminación física, como el bien hacer del ciudadano por el mejor fin de la sociedad. ¿Pero quién es tirano? Pues el que no deja la sandalia del papado por encima; es tirano el gobernante que no reconoce la superioridad del papado (dirán, de Cristo, pero ya sabemos cómo habla la Antigua). De manera que tenemos, y tenemos que andarnos con cuidado, un discurso sobre la libertad civil, sobre el derecho de eliminar a los tiranos, etc., que suena parecido, en algunos renglones idéntico, al que podemos expresar desde la radicalidad de la libertad protestante, pero que son diferentes en su fundamento y fines: uno te pone al lado del Señor, y el otro te mete dentro del Templo que el Señor ha destruido.

En 1953, no recuerdo si ya con concordato, se decía de Donoso (y esto nos servirá para conocerlo y ver si estamos juntos, como ahora están tantos, con el papado) que le salvó de “despeñarse en las banalidades europeizantes de la Europa revolucionaria… su condición nativa de extremeño”. [Qué cosas forman el alma española según el papado.] “Esgrime la pluma como pudiera embrazar la lanza al servicio de las Españas contra Europa, ni más ni menos que un soldado de la Contrarreforma”… “Centinela en la línea de las Españas, defendiendo a la Cristiandad contra Europa, frente a dos extranjerizaciones que hasta entonces habíamos padecido: el absolutismo dieciochesco y el liberalismo ambiente. Y continua la línea de las Españas con gesto inconmovible de santa intransigencia, prefiriendo perderlo todo a pactar con el error, igual que Felipe II prefería perder sus reinos antes que conceder nada a la herejía protestante”. Este defensor de la “rotunda verdad de nuestra tradición política, la continuidad en aquel empeño de defender la Cristiandad caída contra la Europa en alza”. “Este embajador que gasta de cilicios y amartilla herejes… Puso su templo hidalgo al servicio de la Dulcinea católica y en ese acierto se encontró a sí mismo al descubrir en su venas la esencia virgen de las Españas”.

Según la teología política papista de Donoso, el gran mal del tiempo: el absolutismo y la revolución, sobre todo ésta última, es fruto de la Reforma Protestante, pues quitó lo que es fundamento de la sociedad: la autoridad papal. (Recordemos, en el lenguaje de la Antigua se dice “autoridad divina”.) Desde ese momento se vive la crisis de la civilización, cuya salvación solo puede venir de la “civilización papal” (la que ya sabemos dirá: “civilización cristiana”. ¿Les suena?) No te confunda la pancarta para estar juntos. Donoso lo explica muy bien: “Siendo el Catolicismo el orden absoluto, la verdad infinita y la perfección perfecta, sólo en él y por él se ven las cosas en sus esencias íntimas”. Efectivamente, la civilización papista es en este modelo la culminación del ser de las cosas, también de la sociedad, cuya finalidad es la armonía bajo la cabeza papal, fin de todo ser (la Antigua dirá, “porque ahí está el Dios soberano”). Nada, pues, de constituciones nacionales basadas en el consenso y voluntad del pueblo; eso no vale, eso procede del desorden que trajo la Reforma Protestante con el libre examen, con la pretensión de que el hombre puede pensar por sí mismo sin la guía del orden sacramental, de la encarnación (ésa dirá “de Cristo”) en la figura de la autoridad suprema, el papa. No, lo que existe, para estos defensores del papado, y que siguen hoy convidando a uniones en contra de las uniones esas tan malas que han formalizado en leyes (esa unión entre la Reforma y la Contrarreforma sí que es contra natura en grado sumo), o a favor de la familia (¿qué familia existe en el Vaticano?), la que existe, digo, es la constitución histórica, que bebe de la fuente donde han sacado el agua (o lo que sea, más bien vómitos de la Antigua) de la Tradición. Es el ser en la Historia, que se mueve, siempre, con el impulso de finalidad hacia el papado, con el final en esa cabeza. Esto es el papado, no conviene olvidarlo; y luego surgen discursos, a veces, contrarios en apariencia, pero que mirados en la esencia histórica son sólo momentos en el caminar ascendente de todo hacia el momento del orden supremo: el papado. Sin papado no hay civilización cristiana, eso dicen, y eso se lo creen los que acuden a la manifestación en defensa de los “valores” de esa civilización. Por eso el ecumenismo jesuítico tiene discursos tan “modernos”.

Les pongo una nota del final del Ensayo, se resume ahí la posición contra la Reforma. Aunque pueda parecer para algunos, me temo, algo tan “evangélico”. “Todas estas cosas significan aquellas palabras memorables que Jesucristo pronunció al tiempo de expirar, cuando dijo: ‘Todo se ha consumado’. Que fue tanto como decir: ‘Acabé con el amor lo que no pude con mi justicia, ni con mi misericordia, ni con mi sabiduría, ni con mi omnipotencia, porque borré el pecado, que hacía sombra a la Majestad divina y a la belleza humana, y saqué a la humanidad de su vergonzoso cautiverio, y di al hombre la potestad que con la culpa había perdido de salvarse. Ya puede bajar mi espíritu a fortificar al hombre a deificar al hombre, porque le he atraído a mí, y le he unido a mí con potentísima y amorosísima lazada”.

“Cuando aquella palabra memorable fue pronunciada por el Hijo de Dios al expirar en la cruz, todas las cosas quedaron maravillosamente ordenadas y ordenadamente perfectas”.

Confusión extrema del extremeño; Cristo es Señor y Redentor y Rey de reyes, sólo por el papado. Quitas el papado, y te has quedado sin Señor. Por eso la Reforma Protestante es la raíz de todos los males, porque quitó la autoridad y señorío del papado. Una curiosidad (siempre con el abrazo de la entrañable misericordia del Redentor a todos los redimidos que están en ese barco), ¿quieren los evangélicos de hoy que se derrumbe el papado?

Lo dejo aquí. La semana próxima, d. v., vemos a Jaime Balmes. Les recomiendo la lectura, yo lo uso como referencia, el texto de Antonio Rivera, Reacción y revolución en la España liberal (2006).

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