¡Vaya cóctel! Cuerpo, alma y...

El cristianismo distingue en el ser humano, no solo el alma y el cuerpo sino también el espíritu.

Francisco Sánchez

01 DE JUNIO DE 2015 · 12:02

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Los jóvenes de hoy tienen tableta. “¡Viva la ropa ajustada!” o “el músculo cuenta” podrían ser algunos de sus lemas. Pregúntaselo a ellos. “¡Qué cuerpazo!”. ¿Te suena? Ser una “tía buena” o un “tiarrón” ya no es opcional. Dime cómo posas –en calzones, con perdón– y te diré quién eres.

Los carteles publicitando gimnasios inundan la ciudad. Ahora que llega el verano, las paradas de autobuses se poblarán de modelos deslumbrantes posando sus “trajes” de baño.

El caso es que el culto al cuerpo no es nada nuevo. Si visitas el museo arqueológico nacional te darás cuenta de que los griegos y los romanos ya, por entonces, lo tenían muy claro. Sabían muy bien que el ser humano puede llegar a ser muy bello, por fuera. No estoy en contra de lucir bien. La imagen cuenta y es muy importante, pero no lo es todo.

¿El cuerpo importa? Sí, pero el cuerpo no es solo imagen. Gracias al cuerpo podemos ver, tocar, sentir, oler y degustar, entre otras muchas acciones. “Somos lo que comemos”, nos dicen. Debe ser por esto que lo que llaman “el Tercer Mundo” es tan poca cosa.

En ocasiones, nos salpica una triste noticia sobre alguien conocido que ha sufrido un infarto o alguna otra grave enfermedad. Entonces, tomamos más conciencia de cómo se encuentra nuestro propio cuerpo. Nos acordamos del tipo que vemos corriendo y haciendo ejercicio todas las tardes por el parque, mientras tomamos el café con un dulce, nuestro capricho después de todo un día de trabajo sentados frente a la pantalla. “El lunes empiezo” sin falta con el ejercicio, te dices saboreando ese último mordisquito de azúcar. El tabaco perjudica seriamente la salud, lees mientras ves la foto del pulmón seco en el paquete de tu compañero de trabajo.

Dentro de poco, las bolsas de alimentos traerán también fotos desagradables. Mientras una parte del mundo agoniza por falta de alimentos, la otra lo hace por el consumo excesivo de los mismos. ¿Es nuestro cuerpo algo más que imagen y salud?

Vamos con el segundo ingrediente de este maravilloso cóctel. Decía Aristóteles que “el alma es aquello por lo que vivimos, sentimos y pensamos”. Si por “vivimos” se refiere a la voluntad humana, estoy de acuerdo. El alma incluye los sentimientos, los pensamientos y la voluntad humana.

La sociedad del XXI no solo rinde culto al cuerpo, también adora al alma. La psicología se erige a pasos agigantados como madre de todas las disciplinas. “Coach” o “coaching” empiezan a ser ya términos archiconocidos. Nos quieren convencer de que necesitamos preparadores no solo físicos sino también entrenadores del alma que nos enseñen a repetir como papagayos “yo valgo, yo puedo, yo lo lograré” o “sueña y que nada ni nadie te impida alcanzar tus sueños”. “La vida es sueño y los sueños sueños son”, decía Calderón de la Barca.

Hay personas que hablan constantemente de lo que les gustaría hacer, sueñan lo que les gustaría ser, hacer, sentir... Y permanecen en ese estado de ensoñación sin llevar a cabo los pasos necesarios para ver alguno de esos sueños cumplidos. Me preocupa que enseñemos a soñar (o “ensueñemos”) a las nuevas generaciones sin presentarles la otra cara de la moneda, la del trabajo duro y pesado, la de la rutina de sacrificio que conlleva luchar por lo crees. ¿Sirve el alma para algo más que lucir sueños, pensamientos y emociones?

El cristianismo distingue en el ser humano, no solo el alma y el cuerpo sino también el espíritu. Has oído bien. Piensa que el ser humano no solo es cuerpo y alma, también es espíritu. Cuesta hablar de este tercer ingrediente, el espíritu. Y cuesta porque, de los tres, parece el menos tangible, a primera vista. Hay personas que no se atreven a hablar del espíritu y entonces empiezan a usar expresiones sinónimas raras como “sentido de trascendencia”, “algo más allá” o “la esencia de uno mismo”, por ejemplo. Otras lo confunden con el alma. Sienten paz en un momento determinado y piensan que son muy espirituales; pero pensar y sentir tienen que ver mas con el alma que con el espíritu.

A diferencia de otras religiones, los cristianos pensamos que el espíritu es imprescindible para tener una relación con Dios. Hay una gran diferencia entre los cristianos espirituales y los que no lo son. Los primeros se centran en el Gran Yo Soy, los segundos en el “yo soy, yo hago y yo quiero”. Los primeros no suelen hablar tanto de yo, me, mi, conmigo sino de tú, te, ti contigo. Los segundos suelen seguir este orden: yo-tú. Los primeros invierten el orden y dicen todo lo mío es “ tú-yo”. Los primeros permiten que el espíritu gobierne sus emociones, sus pensamientos y hasta su voluntad. Los segundos lucen una espiritualidad superficial que pasa de largo ante la necesidad del prójimo porque siempre están ocupados haciendo algo para sí mismos.

Los cristianos espirituales saben que la función principal del cuerpo es ser templo, habitáculo, del Espíritu Santo. Los segundos conocen todas las teorías espirituales y sueñan con ellas, pero no toman nunca la cruz porque aplasta sus cuerpos y sus emociones hasta doblegar su voluntad.

Espíritu, alma y cuerpo, ¡qué cóctel más explosivo! Me preocupa que no hablemos a las nuevas generaciones de esta realidad tripartita del ser humano. Me preocupa porque el creador de este cóctel sabe que se pierde su sabor si se altera la receta. Necesitamos los tres ingredientes, necesitamos no descuidar ninguno de ellos. ¿Mens sana incorpore sano? Por supuesto que sí, pero no olvidemos que la cita original de Juvenal es “orandum est ut sit mens sana in corpórea sano” (“oremos para tener una mente sana y un cuerpo sano”).

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