Tengo envidia de sus ojos

Un buen libro es un regalo precioso, que el autor hace a la humanidad. Joseph Addison

15 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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Ya me sienta bien o mal, nunca he leído tanto como en los últimos años. Los libros, nuevos o viejos, son mi vitamina diaria. Reconozco en la lectura una buena compañera, una maestra, no un adorno más en la estantería de casa. A pesar del trabajo, a pesar del cansancio, a pesar del sueño y de todas mis responsabilidades, me encanta tener historias nuevas en las manos. Sentirme protagonista de ellas. Quisiera tener más y más ojos para disfrutar de cuantos libros están a mi alcance pues de cada uno se aprende algo bueno. Si alguien en un parque tiene uno abierto entre sus manos, siento envidia de sus ojos. Al ver a los chavales entrar al colegio con la mochila cargada, siento envidia de sus ojos. Cuando viajo en autobús, o en tren, me gusta observar a quien lee porque siento envidia de sus ojos. Al cruzar el umbral de una librería, se me hace la boca agua y las pupilas de mis ojos se ensanchan ante tanta hermosura que no pasa de moda. La lectura perdura a través del tiempo, aunque en tiempos de conflicto hagan desaparecer los libros. ¿Cuántas veces nos sentimos plenamente comprendidos al leer las historias que otros escriben? Reconozco que se me enganchó la pasión por la lectura en alguna parte del camino de la infancia. En el ámbito social de mi pasado, la lectura se consideraba una pérdida de tiempo. Sin embargo, he tenido la oportunidad de volver atrás y rescatarla, me he desquitado a gusto, os lo aseguro. Si no lo hubiera hecho, hace años que habría comenzado a morir de vieja. Recomiendo tener siempre un libro abierto, alimentarse de él. Cada cual busque su estilo, su rato, su hora para hacerlo. Pero leamos. Leamos mucho y percibamos esos nuevos mundos que se abren ante nuestros ojos. La lectura, además, trae consigo el deseo de expresarnos, de escribir. Es algo maravilloso. Disfrutemos de todo tipo de escritura sin olvidarnos de escudriñar el Libro principal que alimenta nuestra fe. Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la ambición les impiden decirme lo que debo hacer. Alfonso IIdeAragón

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