Cena íntima en un restaurante cualquiera

Existe un mundo de historias que una ve con los ojos y que entran en la mente como no podría relatarlas un libro. Gertrude Bell

05 DE FEBRERO DE 2012 · 23:00

,
Era moreno verdoso, del tono que toma el brécol cuando lleva un rato hervido. Usaba camisa a rayas gris claro y gris oscuro. Sobre el cuello lucía un pin de plata con el pez que representa a los cristianos. Ella, de tez blanca como la coliflor recién cortada, llevaba un triste vestido de flores otoñales. En su pecho reposaba, perezosa, una pequeña cruz de oro. La fe de ambos quedaba manifiesta. Guardando las distancias se sentaron en una mesa situada en la penumbra, previamente reservada por teléfono. Él pidió un Bitter Kas muy frío. Ella eligió una tónica con limón y alcaparras en vinagre. De primero tomaron sopa de acelgas al silent. De segundo merluza al horno con patatas a la indifference. Para endulzar la velada, degustaron el mismo postre, helado de chocolate con crema chantilly y barquillos sadness, al tiempo quemojaban sus labios en la copa de un licor suave. Daba gusto verlos cenar juntos. Debían pasar los sesenta. Ambos metiditos en carnes. Buena presencia. Buenos modales. También daba cierta pena, pues durante el tiempo que duró la velada se observaron varias veces sin dirigirse la palabra, sin que se apreciara ningún gesto de emoción en sus ojos, sin que se les notara ninguna alegría por estar juntos, sin que se percibiera en ellos ningún disgusto. Nada. Silencio y nada. Indolencia. Eran como dos seres antiguos que no tienen nada nuevo que contarse. Dos cristianos sosos que habían dejado de construir su amor en pareja. Un hombre y una mujer en los que no se apreciaba la vida abundante que regala el Señor, aún sabiendo que todos somos producto de nuestra historia y al mismo tiempo tenemos la libertad para modificarla (Elena Ochoa).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Cena íntima en un restaurante cualquiera