Amar a la luz del evangelio

¿Cómo podríamos los cristianos fomentar relaciones de pareja saludables en nuestro entorno? Recogemos varias opiniones.

Daniel Hofkamp

ESPAÑA · 19 DE FEBRERO DE 2015 · 20:00

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No es difícil detectar que algo va mal en cuanto a las relaciones interpersonales en nuestra sociedad occidental.

En el anterior reportaje de esta serie, diversos expertos y terapeutas nos daban su diagnóstico. No hay duda de que hay patrones destructivos en cuanto al amor y las relaciones de pareja. Películas como 50 sombras de Grey no son más que la punta del iceberg. “Relaciones enfermas y enfermantes”, nos decía Marcos Zapata, donde “el sexo se considera el valor fundamental de la relación de pareja”, apuntaba Lidia Martín. ¿Será que, en el fondo, como nos decía Esteban Figueirido nos “cuesta amar de verdad”?

La psicóloga María Jesús Núñez nos desafía a pensar en los valores que se presentan en nuestro entorno y ser críticos. “Las relaciones esporádicas, que tanto se magnifican, enfocadas en llegar al acto sexual, deshumanizan, porque no tienen en cuenta a las personas. Desmoralizan e insatisfacen, porque la parte emocional, tan importante en las relaciones queda sin cubrir. Esto produce mucha insatisfacción”. Ante estas “ideas nocivas”, expone María Jesús Núñez “la educación es importantísima. Educar a nuestros niños y jóvenes en valores es fundamental”.

Son principios y valores que los cristianos encuentran en Dios, y que hoy preguntamos cómo se pueden aplicar a nuestras relaciones.

 

¿Cómo podríamos los cristianos fomentar relaciones de pareja saludables en nuestro entorno?

 

Esteban Figueirido: Es importante que aunque entendamos, como la Biblia nos enseña, que cuando te unes a tu pareja pasas a formar “una sola carne”, eso no puede anular las individualidades, no es dejar de ser uno mismo, no es perder o ceder, sino ganar, sumar. Y eso se consigue cuando nos unimos al otro, no por necesidad, dependencia o inseguridad, sino por amor. En este sentido, lo que más protege al matrimonio de esos patrones dañinos de relación es amarse con el Amor de Dios, un amor caracterizado por la entrega incondicional, por el máximo respeto por el otro, no sujeto a la pasión, al erotismo, aunque forme parte de ello, sino a la voluntad, a la decisión voluntaria de amar al otro, en cualquier circunstancia, aunque en ocasiones por amor haya que poner una distancia cuando el otro maltrata o no respeta violando nuestra dignidad como persona. Así que es conociendo a Dios y su Amor para con nosotros que podemos empezar a amar así, el amor humano y el sobrenatural que viene de Dios se juntan, y cuando prevalece el humano hay mayor fragilidad o vulnerabilidad en la relación, cuando prevalece el divino nos aseguramos que ese amor sea el mas sano y verdadero, el que “nunca deja de ser”.

 

Ana Rodrigo: Hablando con realismo de los contras, de las dificultades, de que ninguna pareja va a llenar un hueco que le toca llenar a Dios. Que tener problemas de pareja no sea una vergüenza para poder hablarlo y pedir ayuda externa si es necesario sin sentirnos juzgados.

 

Daniel Pujol: Enseñando que el enfoque debe estar en el otro y no en nosotros mismos. El modelo de Dios es el más revolucionario y el único que ofrece garantías reales de tener relaciones sanas. Es distinto en esencia, no pretende anular el placer como algunos piensan, sin embargo el placer no se alcanza por medio de someter al otro ni de ser sometido por el otro, sino de un sometimiento mutuo no sólo en la relación sexual sino en todas las demás áreas de la vida. Esperar para tener relaciones sexuales no es ninguna bobada ¿no será mejor que la pareja aprenda a someterse primero en áreas que no impliquen necesariamente el placer? Si superan estas facetas la unión será aún más fuerte y el compromiso más sólido.

El sometimiento mutuo en la relación sexual nunca podrá llevarse a cabo de una forma sincera si primero la pareja no se ha conocido en áreas de reto o dificultad.

 

Marcos Zapata: Creo que podemos y debemos ser ejemplo de una relación sana e igualitaria. Hay algunos aspectos que hay que trabajar en nuestras propias relaciones matrimoniales, como:

Buena comunicación. Es crucial poder hablar abierta y honestamente para que no haya malentendidos y para establecer un terreno común y crear un acuerdo mutuo. Las cosas que no nos gustan o nos hacen daño tenemos que poder comunicarlas y resolver los conflictos pacíficamente.

Hay respeto mutuo. Las opiniones de las dos personas son valoradas aunque sean diferentes. Somos escuchados y tenidos en cuenta. No tenemos miedo de opinar y decir lo que pensamos.

Confianza y sinceridad. Es imposible confiar en alguien que no dice la verdad y es imposible mantener una relación sana cuando desconfiamos de nuestra pareja.

Justicia e igualdad. Cuando una relación se convierte en una lucha de poder, cuando una de las partes intenta imponer constantemente su voluntad, la balanza no está equilibrada.

Respeto a la identidad de cada uno. Cada persona es libre para seguir cultivando nuevas habilidades e intereses y seguir avanzando en la vida. Cada integrante de la pareja puede tomarse un tiempo para hacer cosas sin que el otro esté presente o vigilando.

 

Sara Moreno: Primero debemos orar para que sea el Señor quien guíe nuestros pasos, y después actuar, Dios quiere que nos movamos. No hay mejor forma de influir que tratar directamente con parejas siendo sinceros y sencillos. Es importante escucharles, saber cuáles son sus temores, dudas y problemas como pareja, y no sólo quedarnos en machacar lo que deberían hacer.

 

Daniel Oval: No siguiendo las corrientes que nos marca la sociedad. Integridad, fidelidad y vivir nuestro noviazgo o matrimonio con total naturalidad. Se puede y de hecho se es muy feliz teniendo relaciones sanas y saludables según los principios bíblicos.

 

Lidia Martín: Los cristianos hemos perdido el norte en casi todas las cosas importantes. Siento decirlo de esta forma tan tajante, pero así lo pienso. Ojalá me equivoque, aunque la ventana privilegiada a través puedo ver ciertas cosas y tomar el pulso de otras, que es la propia consulta, me transmite esto y no de forma puntual, sino bastante frecuente.

Se nos han olvidado los parámetros en los que se mueve Dios, y que no podemos “comulgar” con aquello que Dios no comulga. ¿Dónde queda el ser iguales a Cristo cuando lo que miramos nosotros no es el corazón de las personas, cuando las convertimos en meros objetos, cuando sólo las vemos como un medio para producirnos satisfacción personal o, más allá, simplemente sexual, lo cual es aún más superficial, en vez de recordarnos que Dios creó la pareja, el sexo y el matrimonio, y no sólo como algo bueno, sino como algo MUY bueno, pero para ser vivido dentro de sus pautas y no de nuestras propias apetencias? ¿En qué punto aparece la dignidad de la persona cuando estamos dispuestos a machacarla para vuestro propio beneficio (y quede claro que no hacen falta látigos y esposas para eso; basta con palabras, desdenes, abandonos, desprecios, deslealtades e infidelidades…)?

No creo en cristianos que puedan trabajar en fomentar relaciones de pareja saludables en su entorno cuando no las promueven en el suyo propio, cuando lo que más sigue preocupando a muchos cristianos es exactamente lo mismo que preocupa a los de fuera, cuando se mueven por los mismos criterios superficiales que el resto, cuando no somos defensores de nuestros propios matrimonios como tendríamos que serlo, cuando nada nos diferencia del resto. Empezar por fuera en vez de hacernos una profunda revisión nos convierte en absolutos hipócritas, lo cual desde luego, no ayudará en nada a construir fuera. Ese es y ha sido siempre nuestro gran problema: criticamos fuera lo que tenemos dentro, vigas y pajas vistas siempre en orden inverso al real, que contribuyen a nuestro propio autoengaño, a acallar nuestras conciencias, pero no a propagar las verdades y bondades del Evangelio, también para el mundo de las relaciones.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Opinion - Amar a la luz del evangelio