“El islam es mucho más que una religión”

“Se trata más bien de todo un sistema”, dice el experto Federico Bertuzzi, cuyas implicaciones van “más allá” de la expresión de una fe privada.

Daniel Hofkamp

ESPAÑA · 19 DE ENERO DE 2015 · 17:44

Momento de oración en una mezquita. / Hurriyet Daily News,
Momento de oración en una mezquita. / Hurriyet Daily News

La Unión Europea está debatiendo estos días una toma de postura común en seguridad hacia el terrorismo yihadista, una amenaza no sólo externa, sino que también echa raíces entre europeos.

Ante la vigencia del tema, seguimos sumando voces al debate sobre multiculturalismo, la presencia del Islam en Europa, si es posible una convivencia y cuál debe ser el papel de la iglesia ante este desafío.

En esta ocasión hablamos con Federico Bertuzzi, involucrado en el ministerio de misiones PM Internacional y con un acercamiento teórico y práctico al pueblo árabe, algo que ha plasmado editando trabajos de investigación como los libros “Ríos en la soledad” y “Ríos en tierra seca” - del que se puede leer una parte aquí (PDF) -.

 

Pregunta.- ¿Es posible la convivencia con comunidades musulmanas?

Respuesta.- Por supuesto que es posible —y deseable—, como se ha dado a lo largo de la historia, aunque debemos admitir, no siempre exenta de conflictos de diversa magnitud.

P.- En tu opinión, ¿qué medidas sociales y políticas pueden tomarse ante situaciones como las ocurridas recientemente en Francia?

 

Federico Bertuzzi.

 R.- Los crímenes cometidos fueron espantosos y dignos de la más severa repulsa y condena. La actuación de las fuerzas del orden, así como las impresionantes manifestaciones contra el terrorismo, pusieron en evidencia un generalizado rechazo al fanatismo religioso. Nadie en el mundo civilizado quiere dejarse intimidar por él. Pero a lo acaecido en Francia días atrás —lamentable como fue— debería agregarse que barbaries no menores ocurren a diario y sin tantas repercusiones también en Nigeria, Irak, Siria o Afganistán, por mencionar sólo algunas de las naciones más castigadas con este flagelo.

Por regla general, los gobiernos europeos han dado muestras de apertura y respeto para con las minorías extracomunitarias, musulmanes incluidos. Pero lo que no han hecho es bregar por los derechos y las libertades de las minorías religiosas en los países de procedencia de esos inmigrantes, cristianos incluidos, que son de los que más sufren. Es bien sabido que los cristianos allí son hostigados, encarcelados, martirizados, pero Occidente no ha presionado ni sancionado a esos regímenes tiránicos, y si acaso alguno osó hacerlo, fue muy tímidamente y a destiempo.

Los políticos, sea porque se manejen con los criterios de lo que hoy se entiende como “políticamente correcto”, o porque soportan el peso de la culpa por un pasado colonialista deshonroso, o porque no quieren malograr algún sustancioso negocio (léase petróleo, tren ave, etcétera), lo cierto es que han traicionado sus proclamas de libertad, igualdad y derechos humanos. Han dejado la cuerda demasiado floja y no han sabido ni querido tensarla como hubiera sido de esperar.

Permiten que cuantiosísimos fondos de países musulmanes se inviertan en Europa. Con plena libertad levantan mezquitas, publicitan sus líneas aéreas, adquieren clubes de fútbol y bancos o propagan por televisión su religión. ¿Y a cambio de qué? De nada. Arabia Saudí no permite que en su península se erija templo cristiano alguno, ni católico, ortodoxo o protestante, ¡ni siquiera una modesta capillita de barrio! Si entre las partes se acostumbra aplicar medidas de reciprocidad en cuanto a materia comercial o diplomática se refiere, ¿no sería lógico suponer que se lo haga también en cuanto a lo religioso? ¿Conque no nos queréis dar permiso para hacerlo en vuestras tierras? Pues bien, entonces tampoco tendréis vosotros el permiso para hacerlo en la nuestra. Eso sería equidad y justicia.

P.- Comenzamos a escuchar voces de políticos y estadistas que hablan del “fin del multiculturalismo”. ¿Es posible construir una Europa que respete la identidad musulmana, o se debe poner límites a su establecimiento en nuestro continente (limitación de construcción de mezquitas, mayor control migratorio...)?

R.- Los musulmanes, como cualquier otra minoría, deben tener su legítimo espacio en la Europa del siglo XXI. No son árabes solamente, sino también centenares de otras agrupaciones etnolingüísticas y sociales, todo lo cual representa un enorme caudal de riqueza antropológica que pone de manifiesto la inconmensurable grandeza del Creador. ¿Cómo podríamos privarnos de contar con semejante multiculturalismo polifacético?

Pero lo dicho no niega el hecho de que Dios “ha prefijado el orden de los tiempos y los límites de su habitación” (Hechos 17.26) a todo el linaje humano. Así, pues, el espacio temporal y el espacio territorial, ambos están en manos de Aquel que “quita reyes y pone reyes” (Daniel 2.21; 4.26), el mismo que mora en los cielos y se ríe y “burlará de ellos” (Salmo 2.4). Por tanto, es menester que como cristianos acomodemos nuestra percepción transcendente a estas realidades últimas que nos revela la Biblia y que gobiernan la faz de la tierra. Con nuestra doble ciudadanía —celestial y terrenal— habremos de alzar nuestra voz y ser agentes de cambio, participando cívicamente con los valores del Reino de Dios.

P.- Como cristianos somos llamados a amar al enemigo, al que ahora muchos identifican como “los musulmanes” en general. ¿Cómo podemos ser sal y luz en un entorno en el que crecen la crispación y el odio?

R.- Efectivamente, nuestro Señor Jesucristo nos mandó amar a nuestros enemigos (Mateo 5.44). Por eso, aún en el supuesto de que alguien pudiera considerar a los musulmanes como “enemigos de la cruz de Cristo” (Filipenses 3.18) no debemos dejar de amarlos, entendiendo que el amor, más que un sentimiento, entraña una actitud que brota de una resolución del corazón.

Permítaseme pecar de “políticamente incorrecto”. Cristianismo e islam se diferencian —como el día de la noche— si comparamos el origen y la naturaleza de cada uno. El cristianismo se fundamenta en la Biblia y en Jesucristo; el islam, en el Corán y en Mahoma. Jesús jamás le alzó la mano a nadie; Mahoma blandió su cimitarra ensangrentada más de una vez. Uno, enseñó a ofrecer la mejilla al agresor; el otro, a atacar y castigar a los infieles (Corán 4.89, 91; 5.33; 8.12; 9.5; 47.4). Uno, negó que su reino fuera de este mundo; el otro, dijo que había que luchar hasta dominarlo.

El islam es mucho más que una religión: se trata de todo un sistema que incluye aspectos políticos, jurídicos, económicos, militares, estratégicos, laborales, familiares, etcétera. Es cierto que la inmensa mayoría de musulmanes que residen en Europa son pacíficos y probablemente no tengan conciencia ni abriguen aspiraciones hegemónicas, pero el germen de su cosmovisión está contenido en su libro sagrado, el Corán. Se lo podrá interpretar de maneras diversas, pero no se lo podrá negar. Forma parte de la dawa, su misionología, y según discurre el tiempo, daría la impresión de que van ganando cada vez mayor espacio.

Fue un español, Pablo Orosio (385-420 d.C.), discípulo de San Agustín, quien escribió acerca del avance de los bárbaros sobre la Europa cristiana: “Si sólo por esto los bárbaros fueron enviados dentro de las fronteras romanas, para que por todo el Oriente y el Occidente la iglesia de Cristo se llenase de hunos y suevos, de vándalos y borgoñones, de diversos e innumerables pueblos de creyentes, loada y exaltada ha de ser la misericordia de Dios porque han llegado al conocimiento de la verdad tantas naciones que no hubieran podido hacerlo sin esta ocasión, aunque esto sea mediante nuestra propia destrucción”.[1]

Paradójicamente, si cambiamos “bárbaros” por “musulmanes”, las palabras de Orosio podrían aplicarse —¡dieciséis siglos después!— a lo que acontece en la Europa de nuestros días. Al margen de que si su presencia y crecimiento podrá frenarse o no, como hijos de un Padre misericordioso, no debemos caer presa del temor, los prejuicios o el fatalismo.

Por el contrario, debemos amarlos y batallar espiritualmente para que conozcan al Príncipe de paz, y obtengan la salvación eterna en virtud de la sangre que un día se derramó en el Calvario. El anciano apóstol Juan nos señaló que “en el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor” (1 Juan 4.18). Él “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo 2.1-6).

 

[1] Historia de las misiones, Justo González, La Aurora, Buenos Aires, 1970, p. 87.

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