El Éxodo (Torah II)

Un episodio trastornó la vida de Moisés (y de Israel). Mientras se encontraba guardando las ovejas de su suegro, contempló una zarza que ardía, pero que no se consumía.

01 DE DICIEMBRE DE 2014 · 19:35

,zarza ardiendo

El segundo libro de la Torah -Éxodo- comienza donde terminó Génesis. Sin embargo, el punto de arranque no puede ser más tétrico. Tras la desaparición de José se produjo también un cambio dinástico que implicó la caída en desgracia de los israelitas.

Como consecuencia directa, un nuevo faraón decidió controlar el crecimiento demográfico de los israelitas mediante el exterminio de los niños varones a la vez que sometía al resto de la población a servidumbre (Ex 1). Sin embargo, uno de estos niños -al que sus padres depositan cobijado en una cestilla en el Nilo- no sólo se salvó sino que además fue recogido por una hermana del faraón que lo prohijó (Ex 2).

 

MOISÉS

Cuando el muchacho, que se llama Moisés, creció, no se identificó con su pueblo de adopción sino que se sintió solidario con el sufrimiento de sus verdaderos correligionarios. Incluso llegó a matar a un egipcio al contemplar como éste maltrataba a dos israelitas. Pero la solución violenta de Moisés no funcionó lo que constituye una lección no poco relevante. De hecho, los propios israelitas se lo censuraron –no parece tampoco que fuera gente muy dispuesta dejarse liberar- y Moisés se vio obligado a huir del país para escapar del faraón (Éx 2).

En el exilio, Moisés encontró la ocupación de pastor, contrajo matrimonio con una joven llamada Séfora e incluso tuvo descendencia. Por cierto, ese hijo no habría sido miembro de Israel según la interpretación talmúdica que sigue una línea matrilineal, pero, tal y como aparece en la Biblia, por supuesto que lo era. El hecho de que su hijo se llamara Gerson recordando que era un forastero hace pensar que Moisés añoraba en aquellos años a los suyos aunque no parece que tuviera ninguna esperanza de volver a verlos.

Entonces aconteció un episodio que trastornó su vida y la de Israel. Mientras Moisés se encontraba guardando las ovejas de su suegro, contempló una zarza que ardía, pero que no se consumía. El fenómeno no era sino una manifestación de el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, el Dios que no puede ser representado, que había escuchado el clamor de los israelitas y había decidido liberarlos. Para esa misión había elegido a Moisés, un Moisés cuya reticencia tuvo que vencer y al que reveló que su nombre era Yo soy el que soy por lo que debía anunciar a los israelitas que Yo soy le había enviado a liberarlos (Éx 3). En el cumplimiento de esa misión Moisés contaría con la ayuda de su hermano Aarón que durante ese tiempo había permanecido en Egipto.

 

EL LARGO INICIO DEL ÉXODO

Si inicialmente los israelitas se alegraron de aquella noticia, cuando el faraón se negó a dejarlos marchar y además empeoró sus condiciones de vida, su entusiasmo desapareció. El texto señala que “no escucharon a Moisés por su consternación de espíritu y la dura servidumbre” (Éx 6, 9). Sin embargo, la resistencia del faraón tuvo como consecuencia directa el que Egipto se viera azotado por una sucesión ininterrumpida de plagas. Al agua convertida en sangre (Éx 7) sucedieron las ranas; a éstas, los piojos ; a los piojos, las moscas (Éx 8) ; a las moscas, la mortandad del ganado ; al colapso de la ganadería egipcia, unas úlceras que afectaron a la población y, finalmente, aniquilando las últimas reservas del país y sus postreros deseos de resistir el granizo, la langosta y la oscuridad (Éx 10). El enfrentamiento no sólo había ocasionado terribles costes a Egipto sino que además implicó una ridiculización evidente de su politeísmo en la medida en que cada una de las plagas mostró la impotencia de una o más divinidades egipcias a la hora de cumplir con su misión. Posiblemente, el faraón seguía resistiéndose a aquellas alturas más por razones de prestigio que de verdadera utilidad. Sin embargo, cuando la población egipcia se vio asolada por una nueva plaga que afectó a los primogénitos - pero que no dañó a los israelitas que colocaron la sangre de un cordero sacrificado en el dintel de sus puertas - consintió en dejar salir a Israel (Éx 11-12).

No obstante, una vez que los israelitas se vieron libres el faraón se arrepintió de su decisión. Quizá pensaba que había capitulado cuando estaba a punto de cansar a su adversario o simplemente la idea de la derrota se le hacía insoportable. Fuera como fuese, el caso es que movilizó a sus fuerzas militares y salió en persecución de los israelitas con la intención seguramente de reducirlos o exterminarlos. El faraón logró alcanzarlos a la altura del mar de las Cañas, pero el resultado de la expedición de castigo no pudo resultar más nefasto. Los israelitas comenzaron a cruzar a pie enjuto una extensión que había quedado seca poco antes, pero cuando los egipcios se lanzaron en su persecución se vieron anegados por las aguas (Éx 14).

 

EN EL DESIERTO

En los capítulos 16-19, el Éxodo narra el camino de Israel hasta el Sinaí donde Dios iba a entregar a Moisés la ley –la Torah- en virtud de la cual vivirían. Este conjunto de normas aparece recogido en los capítulos del 21 al 23 y contiene los denominados diez mandamientos (Éx 20) consistentes en 1. Tener un solo Dios rindiéndole sólo culto a él, 2. No hacer imágenes ni rendirles culto; 3. No tomar el nombre de Dios en vano; 4. Acordarse del día de descanso semanal que debía favorecer incluso a siervos, emigrantes y animales; 5. Honrar al padre y a la madre; 6. No matar; 7. No cometer adulterio; 8. No hurtar; 9. No levantar falso testimonio y 10. No codiciar ningún bien del prójimo.

Asimismo en las disposiciones entregadas por Dios a Moisés se limitó la duración de la esclavitud a un máximo de siete años que debían ser seguidos por una indemnización del antiguo dueño (Éx 21), se incluyeron normas que castigaban los atentados contra la libertad, la vida y la integridad de las personas (Éx 21), se estableció la obligación de restituir en daños y hurtos, se incluyeron una serie de leyes humanitarias que iban desde la prohibición de oprimir a extranjeros o de prestar con interés a la proscripción de brujas o normas de carácter ecológico (Éx 22). Por último, los capítulos del 24-31 señalan las tres fiestas religiosas anuales que deben celebrar los israelitas y la manera en que tenían que fabricarse diversos objetos de culto como el arca del testimonio, la mesa de los panes de la proposición, el candelabro, el tabernáculo, el altar de bronce, etc.

Precisamente mientras Moisés estaba recogiendo la ley de Dios los israelitas decidieron fabricarse un becerro de oro (¿una referencia al buey Apis egipcio o a un animal sobre el que se posaba Dios supuestamente para ser adorado?) al que rindieron culto (Éx 32). Aquel episodio significó la primera fractura de importancia entre Israel y el Dios que deseaba suscribir un pacto con ellos y fue asimismo ocasión del primer enfrentamiento entre israelitas en el que corrió la sangre.

Los capítulos 33-34 narran como el pacto entre Dios e Israel fue, no obstante, renovado y los 35-40 describen la construcción del tabernáculo con todos sus aditamentos.

Al acabar el libro, Israel cuenta con una identidad espiritual, una normativa por la que regirse y sólo espera poseer el suelo en el que se asentara como pueblo.

Como lecturas recomendadas para comenzar a familiarizarse con el libro del Éxodo, podemos ver:

- Éxodo 1. La esclavitud de Israel.

- Éxodo 2. El fracaso y la huida de Moisés.

- Éxodo 3 y 4. El llamamiento de Moisés.

- Éxodo 11 y 12. La última plaga y la liberación de la Pascua

- Éxodo 20: 1-17. Los diez mandamientos

- Éxodo 40: 34-38. La nube guiando a Israel

Continuará

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - La voz - El Éxodo (Torah II)