La vanagloria de lo deshumanizante

Con todo nuestro conocimiento humano, la confusión de hoy es mayor que nunca: las imágenes acaban por obnubilar, y los decibelios, por atorar las opiniones.

28 DE SEPTIEMBRE DE 2014 · 05:30

Nueva York.,Nueva York
Nueva York.

Ya he respondido en otros artículos, al porqué tras más de treinta y cinco años escribiendo al menos un artículo semanal, sigo haciéndolo cuando ya estoy al borde de los 70 años. Una de las razones es porque sigo siendo “un aprendiz de escribidor” y otra por hoy, porque la mente se oxida, se devalúa, se inutiliza a fuerza de no usarse.

He conocido a personas que habrían sido ejemplares y llenas de agudeza y de sentido si hubiesen cultivado la buena costumbre de pensar y seguir aprendiendo. “Desde el Corazón” no os permitáis abdicar ahí: el ejercicio de la razón serena que es un patrimonio de nuestro ser humano, ni abandonar la premisa bíblica de “examinadlo todo, retened lo bueno”; no lo olvidéis, a pesar de que la crisis económica nos haya hecho dejar de sonreír; a pesar de que un mañana que no veis luminoso os haya desilusionado; a pesar de que un ambiente de enfermedades os esté dejando indecisos y doloridos; aun cuando la fe religiosa de muchos esté haciendo desaparecer la teología de la vida de la Iglesia y de no pocos líderes y esta orquestación se manifieste en una religión de necia adoración, de filosofía consumista y de marketing, de una predicación más psicologizada que bíblica que erosiona las convicciones, con su estridente pragmatismo, con su inhabilidad de pensar profundamente sobre la cultura, en su atracción por lo irracional; no lo olvidemos, a la hora de proyectarnos hemos de hacerlo con valentía y hacia adelante.

Vivimos rodeados de gente a la que no interesa que nos cultivemos en la mayor profundidad (no en vano, los evangélicos decimos que vamos todos los Domingos al “culto”); que desprecia la reflexión espiritual sobre uno mismo y siguiendo el manual del propio Creador: el primer paso de cualquier sentir y cualquier comprender.

De gentes que abren el periódico y leen que el tierno físico Stephen HAWKING (realmente teórico físico que no científico) dice: “No hay ningún dios. Soy ateo”, que lo viene diciendo ya veinticinco años, y la gente lo cree a pies juntillas; cuando si no fuese por la influencia mediática que le acompaña, con su silla de ruedas y sus tecnológicos medios de comunicación, nadie consideraría a este “teórico de la física” el mejor científico de este siglo. Y si el polémico biólogo darwinista de Oxford, Richard DAWKINS en el reciente Festival Científico en Tenerife, afirma: “Es arrogante pensar que el ser humano no está solo en el Universo”, sin probar nada, la gente ofimática le cree sonriente.

La clara enseñanza bíblica a que “pensemos”, hasta el punto de afirmar que: “cual es el pensamiento en el corazón del hombre, así es él” nos llama hasta el saber dudar, y a plantearse la duda, como una vía de pensamiento silencioso, examinante de todo, pacífico, reteniendo lo bueno; a dejarse atravesar por la pasión, el pensamiento y la fe que hizo de los seguidores de Cristo tan grandes como fueron.

Sobre nosotros se vierte cada día tal diluvio de una información tan desmedida que tiende a cegarnos; la masificación ensordece el verdadero sonido de la ideas; los ecos no permiten escuchar las auténticas voces: hay que estar más atentos que nunca. Porque los creyentes tendremos no sólo que dar testimonio de la esperanza que hay en nosotros, sino ser el delicado, duradero y convincente ejemplo de nuestro tiempo, y analizar, para proceder con sensatez las tendencias y las presiones que mueven los sucesos, las políticas y las enseñanzas de este siglo.

Con todo nuestro conocimiento humano, la confusión de hoy es mayor que nunca: las imágenes acaban por obnubilar, y los decibelios, por atorar las opiniones. ¿Quién nos servirá de guía o de luz en tiempo en que la televisión estupidiza, enajena con su sabiduría de calendario, y que nos lleva a convertirnos en alguien que aprieta botones, lee pantallas que le resuelven en apariencia los problemas, o empuña el dinero electrónico de las tarjetas de crédito, si es que se tiene, y se vanagloria de una tecnología que nos deshumaniza?

¿Cómo continuar siendo uno mismo ante la falsa equivalencia de la virilidad con una colonia, de la realización con la conducción de cierto coche, del atractivo de poseer el último portátil aparecido? ¿Qué convicción conseguirá resistir ante la continua igualación de la categoría con la anécdota, de lo sustancial con lo accesorio, de lo verdadero con el papanatismo, de la reflexión con la ignorancia? No es posible aceptar t ales enseñanzas sin pasarlas por el tamiz de la fe que ilumina la razón. No es en vano, que el gran Pablo nos escribiese: “… todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre, si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad…” Procurémonos pues el ejercicio de la razón con la lucidez del Evangelio, la razón de nuestra vida, y con la fe de la revelación, la fe que nos amplíe la fortaleza para huir de la vanagloria que deshumaniza.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - La vanagloria de lo deshumanizante