La Navidad según Giovanni Papini

Nadie escribió con tanta pasión, tanta profundidad dialéctica, tanta poesía, tanta alegría testimonial sobre Cristo.

25 DE DICIEMBRE DE 2013 · 23:00

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Giovanni Papini.

Giovanni Papini nació en Florencia el 9 de enero de 1881. Murió el 8 de julio de 1956. De formación autodidacta, hacia los 20 años se reveló como periodista de clase y garra. El padre de Papini contaba entre los ateos anticlericales de la época. En este ambiente nació y creció nuestro autor. Los primeros libros de Papini, EL CREPÚSCULO DE LOS FILÓSOFOS y LO TRÁGICO COTIDIANO se publican en 1906. Cuando escribe el último, JUICIO UNIVERSAL, obra fuera de lo común, Papini está ciego y sufre de una desastrosa enfermedad. Fue dictando trabajosamente las palabras una a una a su nieta Anna. Entre unos y otros, más de treinta libros con ciento cincuenta traducciones a diversas lenguas y dialectos, entre ellas el árabe, el japonés, el chino, el lituano, el maltés y el yiddish de los hebreos. En 1921, Papini, que hasta entonces se había mostrado agresivamente ateo, después de algunos años de hondas y profundas reflexiones religiosas y espirituales, sumido en una lectura devoradora de la Biblia, más concretamente del Nuevo Testamento, asombra al mundo con la publicación de un libro que marca su conversión al Cristianismo: HISTORIA DE CRISTO. Hasta entonces la historia de Cristo había sido contada centenares de veces en todos los idiomas por autores que pensaban diferentemente, pero la obra de Papini era y continúa siendo única. Nadie había escrito con tanta pasión, tanta profundidad dialéctica, tanta poesía, tanta alegría testimonial. Papini dedica bellísimos párrafos a la historia de la primera Navidad. Inspirado en Lucas 2:7, “lo acostó en un pesebre”, escribe: “un establo, un verdadero establo, no es el alegre pórtico ligero que los pintores cristianos han edificado al Hijo de David, como avergonzados de que su Dios hubiese nacido en la miseria y la suciedad… Un establo, un establo real, es la casa de los animales, la prisión de los animales que trabajan para el hombre. En antiguo, el pobre establo de los países antiguos, de los países pobres, del país de Jesús, no es el pórtico con pilastras y capiteles, ni la científica caballería de los ricos de hoy día o la cabaña elegante de las vísperas de Navidad. El establo no es más que cuatro paredes rústicas, un empedrado sucio, un techo de vigas y lanchas. El verdadero establo es oscuro, descuidado, maloliente: no hay limpio en él más que la pesebrera donde el amo prepara el heno y los piensos”. Una vez descrita la naturaleza real del establo donde nació Jesús, Papini roza el corazón del ser humano que vive en otro establo a dos mil años de distancia. Continúa el autor florentino con una predicación que dirige a todos nosotros: “no nació Jesús en un establo por casualidad. ¿No es el mundo un inmenso establo donde los hombres engullen y estercolizan? ¿No cambian, por infernal alquimia, las cosas más bellas, más puras, más divinas en excrementos? Luego se tumban sobre los montones de estiércol y llaman a eso “gozar de la vida”. ¿Quiénes eran los pastores? ¿Dónde estaban? ¿Por qué creyeron el anuncio del ángel? ¿Qué hicieron? Continúa Papini: “después de las bestias, los guardianes de las bestias. Aunque el Ángel no hubiese anunciado el gran nacimiento, ellos hubieran corrido al establo para ver al hijo de la Extranjera….. Y apenas vieron, en la escasa luz del establo, una mujer joven y bella, que contemplaba en silencio a su hijito, y vieron al Niño con los ojos abiertos en aquél instante, aquellas carnes rosadas y delicadas, aquella boca que no había comido aún, su corazón se enterneció. Un nacimiento, el nacimiento de un hombre, un alma que viene a sufrir con las otras almas, es siempre un milagro tan doloroso, que enternece aún a los sencillos que no lo comprenden. Y aquel nacido no era para aquellos que habían sido avisados un desconocido, un niño como todos los demás, sino aquel que desde hacía mil años era esperado por su pueblo doliente”. “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos” (Mateo 2:1). Teólogos especializados en la profecía bíblica ven en este relato el cumplimiento de Isaías 60:5: “las riquezas de las naciones hayan venido a ti”, y del Salmo 72:10: “los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones te servirán”. Escribe Papini: “los Magos no eran reyes; pero eran en Media y Persia señores de los reyes. Los reyes mandaban a los pueblos, pero los Magos guiaban a los reyes….Los Magos en Belén significan las viejas teologías que reconocen la definitiva revelación, la ciencia que se humilla ante la inocencia, la riqueza que se postra a los pies de la pobreza. Ofrecen a Jesús el oro que Jesús pisoteará; no lo ofrecen porque María, pobre, pueda necesitarlo para el viaje, sino por obedecer por adelantado a los consejos del Evangelio: vende lo que posees y dáselo a los pobres. No ofrecen el incienso para vencer el hedor de los establos, sino porque sus liturgias van a acabar y ya no tendrán necesidad de humos y perfumes para sus altares. Ofrecen la mirra que sirve para embalsamar a los muertos, porque saben que aquél niño morirá joven, y su madre, que ahora sonríe, habrá menester aroma con que embalsamar el cadáver”. Los relatos de la primera Navidad concluyen en HISTORIA DE CRISTO con la huida a Egipto: “apenas se hunden en la oscuridad las casas de Belén y se encienden las primeras luces, la madre sale a escondidas, como una fugitiva, como una perseguida, como si fuese a robar. Y roba una vida al rey; salva una esperanza al pueblo; estrecha contra el pecho a su hijo, su riqueza, su dolor. Se dirige hacia occidente, atraviesa la antigua tierra de Canaán y llega en cortas jornadas –los días son breves- a la vista del Nilo… Cristo dará la respuesta definitiva y eterna al terror de los egipcios. Enseñará la vanidad de la riqueza que viene del barro y barro se vuelve, y condenará todos los fetiches de los ventrudos ribereños del Nilo y vencerá a la muerte sin cajas esculpidas, sin cámaras mortuorias, sin estatuas de granito y basalto, enseñando que el pecado es más voraz que los gusanos, y que la pureza de espíritu es el único aroma que preserva la corrupción”.

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