Los adivinos de la noche

Dice el diccionario que zapear es un verbo que se emplea cuando hablamos de ahuyentar a los gatos.

03 DE MAYO DE 2011 · 22:00

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En estos tiempos de tantos aparatos electrónicos decimos que alguien está zapeando- zapping en el inglés que nos ha traído la palabreja- cuando se sienta ante el televisor con el mando en la mano y va saltando de una emisora a otra, sin quedarse en ninguna. Fue lo que yo hice noches atrás, en busca de los adivinos nocturnos. Y los encontré. En el canal Club hallé a uno de estos adivinos apodado El Cristo de Limpia dando consejos para que la mujer que había llamado-Loli- pudiera echar fuera de su cuerpo los malos espíritus. Dos ayudantes, hombre y mujer, le apoyaban en sus predicciones. A su izquierda, una mano hecha de algún material, totalmente pintada de rojo, rojo sangre. En estos espectáculos embaucadores la escenografía está cuidada, aunque ver a algunos personajes, hombres y mujeres, la estética repele. Continué zapeando. En Astrocanal, otro hombre que al principio me pareció mujer, echaba las cartas a la televidente que había llamado. Quería saber cómo sería el futuro laboral y sentimental de su hija. Manejando las cartas le respondió que pronto encontraría mejor trabajo y que caería en amores con un buen hombre, aunque divorciado. Cortó pronto la supuesta adivinación y concluyó con un “Dios te bendiga”. Mejor montado lo tenía el adivino de turno en Metropolitan. Vestía totalmente de negro, cadena larga de pequeños eslabones colgada al cuello. Junto a él, dos mujeres del mismo ambiente. Concluyó su trabajo diciendo al hombre joven que lo había llamado que le esperaba un futuro brillante. Después, alegando que estaba cansado, cedió el turno a las mujeres que lo asistían. A este ejército de supuestos videntes, que cobran un mínimo de 1,16 euros el minuto, lo he seguido en otras emisoras; Premium, Channel, Canal Trade, Orient TV, etc.Generalmente transmiten de madrugada. Instalados en el dial, los formatos adivinatorios constituyen un lucrativo negocio para los supuestos videntes y para las emisoras que les dan plataforma. Este es uno de los muchos consejos que dan: “Si buscas trabajo, pon el as de oros bajo el colchón”. Ya lo saben quienes no tienen trabajo: En lugar de apuntarse en la oficina del paro, una carta bajo el colchón. ¡Qué absurdo! Adivinar es sinónimo de predecir el destino. En este sentido, se puede afirmar que la humanidad, desde la hoja de parra a la minifalda, no ha cambiado.Siempre se ha dado la misma inseguridad, la misma necesidad de conocer el futuro. La adivinación institucional, sacerdotal de las civilizaciones antiguas se ha ido mezclando o ha sido sustituida por la superchería popular, unida a la superstición, que practican ahora nuestras televisiones. Conocer el futuro ha sido el sueño eterno del ser humano en todos los tiempos. El salmista David pedía a Dios hace tres mil años: “Hazme saber mi fin; y cuánta sea la medida de mis días” (Salmo 39:4). Conocer nuestro futuro en la tierra sería demencial. Habría que multiplicar los manicomios, las cárceles, los hospitales, los cementerios. Y reestructurar los cimientos de la sociedad. Vagaríamos sonámbulos por las calles. Nos morderíamos y nos comeríamos unos a otros. Se haría realidad la conocida frase: “Para cuatro días que voy a vivir” robo a éste, mato a aquél, me vengo de uno, hundo a otro. Según el francés Julián Tordrian, nada atrae tanto como lo secreto. Siempre ha ejercido poderosa atracción, una verdadera fascinación sobre el espíritu humano. La Bibliaenseña que el mañana y el pasado mañana de la vida están en las manos de Dios. El árbol de la ciencia del bien y del mal, instalado en el Edén, representaba la ciencia completa, la omnisciencia, el conocimiento absoluto de todas las cosas. Al comer de él, la primera pareja humana adquirió un conocimiento superior al de sus limitaciones naturales. Hasta tal punto, que el Creador dice: “He aquí que el hombre es como uno de nosotros” (Génesis 3:22). En el paraíso, Adán y Eva entraron en posesión de todos los misterios de Dios. Al igual que los seres celestiales, según lo escribe Pablo, llegaron a participar “de todos los misterios de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:2-3). Después de la caída y tras ser expulsados del paraíso, Adán y Eva perdieron la sabiduría que habían adquirido al comer del árbol de la ciencia. Conservaron el conocimiento del bien y del mal, que transmitieron a todas las generaciones hasta el día de hoy, pero no retuvieron la ciencia de Dios, ni la sabiduría de Dios, ni la capacidad de predecir el futuro. Nadie puede hacerlo. Por muy grandes que sean las pretensiones de los supuestos adivinos, lo que haya de ocurrir en nuestras vidas mañana, o el año que viene, o dentro de cincuenta años, sólo Dios lo sabe. El echador o la echadora de cartas pretenden conocer las circunstancias coyunturales de la persona y adivinar su futuro. El Tarot, que se compone de un paquete de 26 cartas mayores y 56 menores, no es más que una versión sofisticada de las cartas que echan las gitanas. El Tarot, trampa que manejan los supuestos videntes en emisoras de televisión, constituye un auténtico frenesí que atrae a los incautos. A toda esa clientela angustiada que en horas de la noche y de la madrugada gasta su dinero en mercancía falsa, cabría recordarle la queja de Dios a través del profeta Jeremías: “Me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua” (Jeremías 2:3).

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