Wilde y su retrato de Dorian Gray

La nueva adaptación al cine de la obra de Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray (1891), trae de nuevo a la actualidad un clásico, que es cada vez más leído en clave cristiana. Hubo un tiempo en que la figura de Wilde se consideraba el más claro ejemplo de la decadencia moral victoriana. Los estudios más recientes insisten sin embargo, no sólo en la fe que aparece al final de su vida –antes de morir de sífilis el año 1900–, sino a la atracción que sintió por el cristianismo desde su infan

21 DE JUNIO DE 2010 · 22:00

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El director Oliver Parker afronta con esta película su tercera adaptación de una obra de Wilde –tras Un marido ideal (1999) y La importancia de llamarse Ernesto (2002) –. Adopta sin embargo esta vez una lectura fantástica, intentando adaptar el relato clásico a los hábitos de consumo del público contemporáneo, convirtiéndolo en un descafeinado terror posmoderno, carente de todo interés. Lo único que se reconoce ahora de la novela es el personaje de Lord Henry Wotton –magníficamente interpretado como siempre por Colin Firth, en el papel del sofisticado y deslenguado iniciador de Dorian Gray al mundo hedonista–. El deshilvanado tono general hace que la actuación de Firth parece que vaya por su cuenta. Aunque sea realmente él quien hace creíble la transición del cinismo a la dolorosa autoconciencia de su personaje. El protagonista de El príncipe Caspian (Ben Barnes) carece de toda malevolencia, para mostrar el proceso de perversión del protagonista. Le quita así fuerza e intensidad a esta exploración de la corrupción de un alma, que logró Wilde en este magistral relato sobre la belleza, el placer y la vanidad. ¿MORAL DECADENTE? El retrato de este joven hermoso, que envejece para que él permanezca joven, se enraíza en la tradición de Fausto, por el cual alguien intenta vender su alma al diablo, para alcanzar la inmortalidad. El pintor Basil Hallward retrata de esa manera al artista puro, enamorado de la belleza platónica y cultivador de la juventud como culto sagrado. ¿Se trata del propio Wilde enamorado de ese joven y guapo poeta, llamado también John Gray, que el escritor amó y admiró?
 
Wilde es uno de esos pocos autores que despierta tanto interés por su vida como por su obra. Su tumba en el cementerio de Pére-Lachaise, la casa en la que nació en Dublín o vivió en el barrio londinense de Chelsea –con su esposa y sus dos hijos–, se han convertido en lugar de peregrinación para muchos de sus lectores. La prisión de Wilde sin embargo en la cárcel de Reading en 1895, a causa de la acusación de haber tenido relaciones homosexuales con Lord Alfred Douglas, le convirtió en un símbolo para el movimiento gay. Sus últimos tres años en París –tras su liberación en 1897–, son sin embargo de descubrimiento de la fe católica ortodoxa, no de búsqueda de los placeres de la carne. Esta perspectiva ha dado nueva luz a obras como El retrato de Dorian Gray… “LA VERGONZOSA ORTODOXIA DE WILDE” El profesor de la Universidad de Ontario (Canadá), Michael Buma, publicó el año 2005 un artículo académico en la revista de estudios victorianos Victorian Newsletter, cuyo título ya lo dice todo: El retrato de Dorian Gray, o la vergonzosa ortodoxia de Oscar Wilde. En él defiende el carácter profundamente moral del relato de Wilde, como el mismo reconoció en una carta al creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, cuando dijo en 1891: “No puedo entender cómo pueden tratar mi Dorian Gray de inmoral”. En una carta a la revista St. James Gazette, escribe Wilde que su obra: “es una historia con una moral, y la moral es ésta: Todo exceso, así como toda renuncia trae su propio castigo”. El problema es que es él mismo quien dice en el prefacio de la obra que “no existen libros morales o inmorales”, sólo “bien o mal escritos”. ¿No está defendiendo el arte por el arte? Según el profesor Buma, “lo último que Wilde quería parecer era ortodoxo”. Estos comentarios pretendían “oscurecer el hecho de que había escrito un libro de evidente moral cristiana”. El problema tiene que ver con el doble sentido de la palabra “moral” en inglés, que generalmente suele significar “enseñanza o lección práctica de una ficción o fábula” –o sea moraleja–, pero que también puede tener la acepción que Wilde prefiere de “sentido o significado” –lo que encaja mucho más con la actual teoría narrativa postmoderna–. LA SUTILIDAD DEL MAL La primera generación de críticos de la obra reaccionaba negativamente ante la moral de una historia que veía dominada por la presencia del mal. Este adquiere en la narración de Wilde, el sentido claro bíblico de pecado. El retrato de Dorian Gray es una novela que se sumerge en los abismos de mal, desde la perspectiva cristiana de un universo en el que Dios existe y hace al hombre responsable de su bondad o maldad.
Al principio, la Biblia presenta al hombre y la mujer en un mundo que no ha sido todavía arruinado. El mal entra en el Edén (Génesis 3) por una entidad externa, la Serpiente, que tienta a Adán y Eva a comer del fruto del árbol prohibido. Al hacerlo, irrumpe el pecado en el mundo. Al ser expulsados del Paraíso, no sólo experimentan problemas y dificultades, sino que su propia naturaleza moral ha cambiado. El mal está en su interior. Como Dorian dice a Basil: “cada uno de nosotros tiene el Cielo y el Infierno dentro de él”. En la novela, Lord Henry actúa de forma similar a la serpiente del Edén. Como Adán y Eva, Dorian es seducido a pensar que puede pecar sin sufrir mal. “La única manera de librarse de la tentación es ceder ante ella”, dice una famosa frase del libro. “Todos los impulsos que nos esforzamos en estrangular se multiplican en la mente y nos envenenan” –dice Lord Henry– “que el cuerpo peque una vez, y se habrá librado de su pecado, porque la acción es un modo de purificación”. Ya que para él, “después no queda nada, excepto el recuerdo de un placer o la voluptuosidad de un remordimiento”. ¿”UN NUEVO HEDONISMO”? La mala influencia de Lord Henry está siempre envuelta en el ingenio, la observación y el encanto. Es manipulador, sinuoso, insidiosamente astuto. Nos desvela la sutilidad del mal. En la película Sospechosos habituales (1995), el personaje de Kevin Spacey nos recuerda que “el mayor truco que el diablo ha inventado, es hacer que el mundo crea que no exista”. Eso es lo que hace Lord Henry con Dorian Gray.
 
Lord Henry se presenta como un observador indiferente. No parece actuar con malicia, pero pervierte a Dorian. Tras su aspecto de inofensiva decadencia epicúrea, está el superhombre nietzschiano, que cree haberse librado de las restricciones de una moralidad impuesta. Su propósito en la vida es “estar en armonía con uno mismo”. El error de Lord Henry es el del personaje de Satanás en El Paraíso perdido: “Mejor reinar en el Infierno, que servir en el Cielo”. Su posición moral es similar a la del diablo, la antigua Serpiente del Edén, tentando a Dorian a seguir un “nuevo hedonismo”, ya que “no hay nada en el mundo excepto la juventud”. La actualidad de la obra de Wilde no puede ser más evidente: un nuevo hedonismo, el culto a una eterna juventud, cuando se trata de la vanidad de una belleza temporal… Esta historia podría ser un perfecto retrato de nuestra época. Son las falsas promesas que el mundo nos sigue ofreciendo todavía hoy. EL PODER DEL ENGAÑO El principal esfuerzo de Satanás en la Biblia es recomendar, promover, ayudar, seducir y confirmar nuestra inclinación a pecar. Cuando pecamos, le damos “cabida al diablo” (Efesios 4:27). Su interés no es asustar con efectos estrafalarios, como en las películas de terror, sino corromper a los hombres con falsas promesas y malos pensamientos. Se trata de la destrucción de la fe. Porque ¿cuál es la raíz del pecado? No estar satisfecho con todo lo que Dios es para nosotros en Cristo Jesús. Es la incredulidad en la superabundante gracia de Dios. Poner nuestra confianza en cualquier otra cosa que no sea Dios, es lo que nos hace pecar. Caemos así en el poder del engaño de confiar en nosotros mismo o cualquiera de las cosas que Dios nos da. Satanás arroja dudas desde el principio sobre la bondad de Dios. Su meta es socavar nuestra confianza en Él, para que creamos que la promesa del pecado es más satisfactoria que la Promesa de Dios. Su única esperanza de triunfo es esconder de nuestra mente la verdad y la belleza de Cristo (2 Corintios 4:4). Cuando nuestra sed de alegría, sentido y pasión, se satisface en las promesas de Cristo, el poder del pecado es quebrado. Esa es la fe que vence a la mentira, la confianza en lo que Dios es para nosotros en Cristo Jesús. ¡No hay otra belleza que dure para siempre!

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