La droga que borra los malos recuerdos, más cerca

En Estados Unidos, científicos de Brooklyn (Nueva York) afirman estar cerca de hallar una droga capaz de bloquear algunos recuerdos respetando otros. Se podría provocar, por ejemplo, que el paciente “olvide” que una vez fue fumador o adicto a la heroína. O el dolor asociado a la pérdida de un ser querido. ¿Amnesia a la carta? ¿Es posible? ¿Y qué consecuencias tiene?

NUEVA YORK · 20 DE ABRIL DE 2009 · 22:00

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El doctor Todd C. Sacktor, neurocientífico que lidera el equipo del SUNY Downstate Medical Center de Brooklyn, lleva tiempo investigando cómo inhibir la enzima PKMzeta, cuya acción hace tiempo que se vincula con las asociaciones neuronales que sostienen como un andamio la memoria a largo plazo. La memoria no “está” sino que “es”, no ocupa un lugar concreto del cerebro sino que se produce cuando una serie de neuronas se agrupan o alían en la vertebración de un recuerdo. Cuando eso ocurre hay cambios físicos, algo así como un fortalecimiento y espesamiento de las células implicadas. La PKMzeta es esencial para garantizar el proceso. Si se inhibe, se pierden recuerdos. CON RATONES, FUNCIONA En Brooklyn lo han probado con ratones de laboratorio. Por ejemplo, enseñaban a un ratón que si pisaba determinada parte del suelo de su jaula recibiría una descarga eléctrica. A base de repetir la descarga muchas veces grababan a fuego esta advertencia en el cerebro del ratón, que ya nunca más volvía a pisar el área peligrosa, eludiéndola cuidadosamente. Hasta que le daban una inyección del inhibidor de la PKMzeta. Era recibir la droga y olvidar todo lo aprendido. El ratón volvía a caer víctima de las descargas, que le sorprendían como si fuese la primera vez. El equipo de Brooklyn admite que esto aún no se ha probado con seres humanos. Pero en declaraciones al diario The New York Times, el doctor Sacktor expresa una fe casi ilimitada en este campo de investigación, que además le fue sugerido por su difunto padre. Él está convencido de que con esto se podría ayudar a la gente a “superar adicciones (que no dejan de ser comportamientos aprendidos), borrar traumas y, en última instancia, mejorar la memoria”. Esto último lo dice al final y como de pasada, cuando en el contexto es bastante más importante de lo que parece. Para empezar, esta investigación no sería posible, y mucho menos en el SUNY Downstate Medical Center de Brooklyn –muy respetable, pero que lógicamente no tiene nada qué ver con instituciones como Columbia o Harvard– dado el creciente interés en la neurociencia, y más específicamente en las ciencias que lidian con la memoria. El alzheimer y otras demencias seniles afines son claramente el próximo gran reto sanitario y farmacéutico para las sociedades occidentales, cada vez más envejecidas. Por ello cada vez salen más fondos para investigar estos temas. Pero que haya más fondos no significa que no haya que competir muy duramente para conseguirlos. Eso explica a veces cierta tendencia a exagerar en la presentación pública de resultados y de expectativas. Hay quien ha reaccionado al anuncio de Brooklyn acusándoles de “vender” algo que en realidad no se puede hacer. O aún falta mucho. ¿ES ÉTICO APLICARLO A PERSONAS? El argumento es que una cosa es inhibir un reflejo condicionado en una rata, y otra muy distinta bloquear enteras extensiones de la memoria humana, mucho más sofisticada y asociada. Cualquiera sabe hoy que la memoria se forma como un jersey que se va tejiendo, y donde cada punto está vinculado con todos los demás. Destejer partes aisladas y encima a la carta sigue siendo para muchos una misión científica imposible. Pero aunque se consiguiera, hay quien presenta graves objeciones éticas: si borramos el recuerdo de un trauma –por ejemplo, si logramos que alguien “olvide” que cometió un asesinato– destruimos también todo posible fundamento de la conciencia moral. ¿Volveríamos todos al estadio primerizo de la infancia, cuando todo lo malo parece que está bien? Incluso los más nihilistas tienen reparos. Hay a quien le importa un poco convertirse en la práctica en un psicópata pero en cambio tiene mucho miedo de dejar de ser uno mismo si su memoria resulta alterada. No somos lo que comemos sino lo que recordamos. Como decía un expresivo comentario de un lector de la noticia en The New York Times, uno que aseguraba haber estado en la guerra como médico y padecer estrés postraumático severo: “¿Quiero borrar de mi mente esas memorias atroces del campo de batalla? Me gustaría dejar atrás mis pesadillas y terrores, pero quiero seguir recordando que la guerra es algo completamente equivocado. ¿Qué hago?”. APLICACIÓN: DOS SENTIDOS OPUESTOS Otros lectores bromeaban con que la “amnesia selectiva” ya está bastante extendida en el colectivo criminal o en el de los financieros de Wall Street, y abogaban por una droga contraria: una que refresque la memoria de la gente sobre sus propias vergüenzas. Lo cual también puede entrar dentro del campo de investigación emprendido en Brooklyn: trabajando sobre la PKMzeta se puede avanzar en una dirección o en la contraria, en el debilitamiento de la memoria o en su fortalecimiento. Pero entonces la pregunta ética que surge es todavía más inquietante: ¿a disposición de quién estaría esta droga, y a disposición de quién no, y por qué y para qué?.

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