La ternura

En cuanto la vio llegar, abandonó el asiento que durante horas había ocupado y se acercó a ella. Tomándola de la mano la situó frente a él cuajando un beso en su mejilla e instándola a que permaneciera de pie mientras le ponía el abrigo.

07 DE FEBRERO DE 2008 · 23:00

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Ella, como una niña mimada, se negaba a permanecer un instante más de pie, así que tras ser ataviada, dejó caer su cuerpo en el asiento de aquella sala de espera. Él, sacó de su bolsillo un peine y lo pasó por los crespos cabellos de ella alisándolos con el cuidado que una madre pone al desenredar el cabello de una hija. Las tres personas, que cual espectadores, observábamos la tierna escena, no vimos obligados a esbozar una sonrisa. Un pliegue de labios en los que, con toda seguridad, estaba implícita la palpitación que aquella ternura nos había provocado. Un sentimiento de dulce emoción ante un acto que había sido realizada con total sencillez y sin más pretensiones que la de cuidar al ser amado. Las imágenes tienen la facultad de quedar grabadas en la memoria y retornar cuando, sin ser o siendo requeridas reaparecen en el presente. Ellas nos muestran la simplicidad de un momento al que le sobran palabras. Exponen ante nuestros ojos una gama de sentimientos inusitados e inimaginables. La ternura de aquella escena me hace corroborar que la magia de un instante se encuentra en saber apreciar los matices que lo componen. Que estar alerta, vigilante, hace que recibas de forma sorprendente los destellos de lo rutinario que pasan desapercibidos ante los ojos de quienes transitan distraídos alejados de la belleza. Un simple gesto, una mirada, una tibia sonrisa puede hacer que tu rutina tenga un tono distinto, que la ternura te visite y consiga hacerte cosquillas en el corazón.

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