El bautismo es cosa de tres

Tal día como ayer, hace 50 años, el 30 de agosto de 1964, me bauticé. Contaba entonces dieciocho años de edad.

29 DE AGOSTO DE 2014 · 22:00

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Autorretrato con Rolleiflex, 1966. / Manuel López

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo”. La verdad, cuesta creer la de ríos de tinta que se han vertido y siguen vertiendo sobre el bautismo, uno de los temas capitales en el diálogo interconfesional cristiano e interdenominacional evangélico—protestante. Sobre el papel, si nos liberamos de hueras disquisiciones teológicas, la ecuación no puede ser más sencilla: a) acto de creer, sujeto activo; b) ser bautizado, sujeto pasivo; c) ser salvo, resultado. Para nosotros los bautistas, el bautismo es ni más ni menos la ordenanza que nos distingue. Tres actores entran en escena: bautizando, ministro y Dios. Uno cree, de lo que manifiesta su fe públicamente; el otro le sumerge en las aguas del bautismo para levantarle a nueva vida; el Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, salva para siempre jamás. El creyente tiene que ser eso, creyente y actuar por sí mismo, sin ‘delegación’ en ‘padrinos’. El ministro hace de instrumento. Dios está en su papel de… Salvador. Tal día como ayer, hace 50 años, el 30 de agosto de 1964, me bauticé. Contaba entonces dieciocho años de edad. Gracias a la infinita misericordia de Dios, he podido venir caminando con él durante todos estos años. Pude emprender junto con María Rosa un proyecto de vida y hoy somos felices padres de tres hijos preciosos y cinco nietos maravillosos. Nos honramos en disfrutar del cariño de muchos hermanos en muchas partes de España y del mundo. Los primeros, lógico, los de nuestra querida iglesia. Me bautizó en la Baptistengemeinde, iglesia bautista de la calle Rheinaustrasse en Colonia, Alemania, el pastor Francisco Robles. Afincado en Wetzlar, atendía desde allí a los pequeños grupos evangélicos que residíamos en Alemania; en mi caso, el que dirigían Andrés Rabadán y Joaquina Quimeta Requena, emigrantes de la iglesia de Verdi en Barcelona. Formábamos parte del núcleo original de la COE, la Coordinadora de Obreros Evangélicos. Francisco Robles está con el Señor, pero conservo nítido el recuerdo de su potente voz cuando, antes de sumergirme en el agua, me sujetó con el brazo por la espalda y con la mano derecha extendida en alto sobre mi cabeza, me dedicó de parte del Señor el versículo 10 del segundo capítulo del libro de Apocalipsis: ”Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida”. Cincuenta años después, aquí sigo, gracias a Dios.

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