¿Por qué permanecer virgen hasta el matrimonio?

Imaginaos que estáis casados. Vuestro cónyuge os pregunta: “¿Por qué me eres tan fiel?” Y respondéis, “Bueno, cariño, porque no quiero contraer enfermedades sexuales, ni tener un bebé no deseado o que te enfades”. ¿Qué pensaría vuestra pareja?

25 DE ABRIL DE 2014 · 22:00

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Cuando os preguntáis sobre por qué guardar vuestra virginidad, supongo que las mismas viejas respuestas que surgen en mi cabeza aparecen también en las vuestras, es decir, que deberíais guardar vuestra virginidad para prevenir embarazos no deseados o que deberíais manteneros vírgenes para evitar las enfermedades de transmisión sexual o que deberíais guardar vuestra virginidad porque si vuestros padres se enterasen tendrían un tremendo disgusto con vosotros. ¿Os suena familiar? Sin embargo, yo creo que merece la pena puntualizar que este tipo de razonamiento no da en el clavo. Me parece extremadamente superficial cuando un cristiano solo se preocupa por las enfermedades sexuales, los embarazos y los padres enfurecidos. En esa escena, la preocupación no es tanto el pecado de acostarse fuera del matrimonio tanto como las consecuencias de hacer tal cosa. ¿Qué clase de lógica retorcida es esa? Dejadme que lo ilustre. Imaginaos por un momento que estáis casados. Vuestro cónyuge os pregunta: “¿Por qué me eres tan fiel?” Y vosotros respondéis, “Bueno, cariño, te soy fiel porque no quiero contraer enfermedades sexuales, no quiero tener un bebé no deseado o no quiero que te enfades”. ¿Qué creéis que pensaría vuestra pareja? ¿No le sentarían esas palabras como una bofetada en la cara y le harían sentirse como un montón de basura? ¿No es el motivo real para la fidelidad el amor por vuestro cónyuge? ¿No le deberíais de haber respondido, “Te soy fiel, mi vida, porque te amo con toda la fuerza de mi corazón”? Cuando amas a alguien, no le engañarás. Tal idea ni siquiera pasa por tu imaginación. Incluso los no creyentes saben esto. La misma regla es aplicable a Dios. Alguna gente no peca contra Dios por miedo a ser descubiertos. Otros no pecan por temor a las consecuencias. Pero la verdadera razón para no pecar es el amor a Dios. La ética cristiana se basa en el amor. Cualquier otra cosa es legalismo y religiosidad. Los verdaderos santos obedecen a Dios porque les encanta obedecer a Dios, no porque tienen que hacerlo. Es su deleite y no un simple deber. Esa es la razón por la que guardan su virginidad con tanto celo y pasión. Porque quieren, porque desean, porque se regocijan en hacerlo. Están consagrados y son soldados fieles, no pobres bobos y enclenques. Hay que tener agallas, agallas de verdad para mantenerte firme en tus convicciones. Los memos y débiles siguen la corriente. El amor por Dios es la verdadera raíz de todo lo que estamos llamados a hacer como seguidores de Jesús. Por eso no me gustan para nada muchos talleres que se dan a los jóvenes hoy día sobre el tema del sexo. Muchas veces los exponentes intentan asustar a los jóvenes citándoles estadísticas, encuestas y porcentajes para que los chicos (y las chicas) no se acuesten antes del matrimonio. Lo que la gente joven necesita desesperadamente es pasión por Cristo y celo por la santidad en lo más profundo de su ser. Eso es lo que los sacará de la impiedad. No miedo. Exactamente así es como Pablo razonaba con los tesalonicenses. Él les decía que la voluntad de Dios era la santificación de sus cuerpos. Su vida sexual ya no podía ser como la que vivían los paganos que les rodeaban (1 Tesalonicenses 4:3-5). Notad que el apóstol no les dio una conferencia acerca de las enfermedades sexuales o de niños no deseados o sobre los enfados de los padres. Pablo sabía que quienes aman a Dios guardarían sus cuerpos en santidad para la gloria de Dios. ¿Así que, por qué deberíais guardar vuestra virginidad? Respuesta: porque amáis a Dios. Es así de simple. Cualquier otra razón es secundaria y completamente indigna del Dios de amor quien os ha entregado vuestra virginidad. Honradle. Amadle. Servidle. Y que Él os dé agallas, verdaderas agallas que glorifiquen a Dios. Traducido por: Antonio Espino

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