Entrevistas allá arriba

Puedo decir que me he acercado a los santos, más que con lágrimas, con el ánimo de anhelar santidad.

25 DE ENERO DE 2014 · 23:00

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No estoy en condiciones de afirmar si tiene razón Ruth PATXON, cuando en su libro “Llamados a ser Santos” dice: “Hasta finales del siglo XVII abundaron los tratados sobre la perfección, así como admirables poemas sobre la santidad. Era como si no se concibiese la vida cristiana sin anhelar la santidad”. Pero ahora, digo yo “Desde el Corazón”, que aquellos escritores, como la poseían, hablaban, escribían, se gozaban en ella, por eso se les definía como “beatos” (felices) mas los de hoy, los que nos hemos detenido en medio del camino nos hemos descuidado de ella. Yo, aparte de alguna predicación al respecto, no me he atrevido a escribir un firme tratado sobre la perfección de una manera actualizada. Y “Desde el Corazón” sé que de parte de la Gracia de Dios soy “uno de sus santos”, pero en mi vivir diario me reconozco, sin dificultad, en un santo fracasado. Y digo esto, porque con mucha imaginación he escalado allá arriba con mi libreta de apuntes (no me han permitido mi móvil grabador, con este sólo se puede bajar al Hades) no ciertamente para consolarme, pues ya me llegará el momento dichoso, ni tampoco para llenarme de pena por mi frustración; sí para reabrir la belleza que se encuentra en la santidad. Un poco también para ser como el primer entrevistador radiofónico de santos, que pudiera obtener respuestas a estas dos preguntas: “¿cómo lo habéis conseguido? o ¿cómo se consigue? y las tuviera de tal forma, que me confirmaran que es inaudito el sistema de hacer beatificaciones, canonizaciones para terminar en santificaciones, por los precios que marca la Santa Sede y coste económico para levantar a los altares a su santo o beato local. “Desde el Corazón” he planteado estas preguntas, no por curiosidad, sino con un sentido de culpabilidad; pues al hacerlas y obtener las respuestas que iré desgranando, me he dado cuenta por los interrogatorios, que debo confesar de mis fracasos, de mis derrotas, de mis caídas. Todos los personajes celestes que ya he interrogado, y que irán apareciendo, se han mostrado muy condescendientes conmigo, dándome más de lo que esperaba, respondiéndome con claridad, simplicidad y biblicismo. No se han atrincherado en báculos ni birretes de monseñores, ni en lenguajes edulcorados acerca de cómo ven las Iglesias y el mundo de hoy. Así he podido comprobar, que el lenguaje allá arriba tiene libre ciudadanía, es veraz y consiste en una unanimidad de criterios, que incluso los que resultan impertinentes para los de abajo, son incuestionables en su autoridad e inspiración. Solamente he tenido que lamentar en mi libreta, que me he encontrado con revelaciones de proporciones preocupantes. Aunque iré desvelando las diversas entrevistas, limitándome a un número discreto para no aburrir a los lectores y oyentes, trataré sobre los elegidos a voleo. De esta forma recuerdo que han quedado fuera, por un lado, uno de los últimos santos que ha llegado recientemente al cielo, José GRAU, y por otro lado, citaré otros de los clásicos dejados fuera de mis entrevistados: Abraham, Jocabed, Moisés, Sephora, Débora, Ruth, Daniel, Isaías, Simeón, José, María, Pablo, Lidia, Juan, Crisóstomo, Zwinglio, Spurgeon, Edwards. Julianillo, de Valera, de Reina… y los muy curiosos san Anónimo, san Generoso, san Pacífico, san Grato y hasta… una madre en el séptimo cielo. Y si algún lector me indica que está interesado por las confidencias de lo alto de los que he dejado fuera de mi libreta, en otros escritos del corazón no tendré dificultad alguna en sacarlas. Sé “Desde el Corazón” que los conocimientos adquiridos no me acercan a la santidad, sino más bien al despertar de las lágrimas que duermen en lo más íntimo de mi ser, pues bien que sé, que por la Gracia de Dios estoy santificado, es mucho lo que descubro me falta para ser santo. Gracias a esas lágrimas que revelan mi sensibilidad, me provocan a alcanzar la comprensión de cómo se puede llegar a santo después de haber sido hombre. Puedo decir que me he acercado a los santos, más que con lágrimas, con el ánimo de anhelar santidad. Y creo que ellos, viendo mi vulnerabilidad, han aprovechado sus admirables vivencias para ayudarme a resistir en medio de las tentaciones. Ellos me han dado ánimos al enseñarme que dentro del corazón cada creyente tiene una semilla de santidad presta a brotar y a perfumar con su fuerza el universo. Pero es necesario romper la envoltura que la aprisiona para transformarla de semilla congelada en yema de amor. ¡Vamos a intentarlo!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Desde el corazón - Entrevistas allá arriba