Evangélicos en Monterrey: 150 años

Cuando Santiago Hickey inicia en Monterrey lo que sería la Iglesia bautista, el 30 de enero de 1864, ya había antecedentes en otras partes del país de núcleos evangélicos.

18 DE ENERO DE 2014 · 23:00

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Están por cumplirse ciento cincuenta años de que se fundara la primera Iglesia evangélica en Monterrey, Nuevo León. Aunque hubo actividades protestantes con anterioridad al 30 de enero de 1864, fue en esta fecha cuando el misionero independiente Santiago Hickey bautizó a los hermanos José María y Arcadio Uranga y a Tomás Martín Westrup. Acto seguido, los tres junto con Santiago Hickey, además de su esposa, conformaron la naciente Iglesia protestante de Monterrey. Westrup fue ordenado pastor del grupo por Santiago Hickey, “con imposición de las manos y plegarias”, como quedó consignado en sus memorias por el primero.1 Es necesario dejar asentado que Santiago Hickey, en condiciones sumamente adversas, hizo una efectiva difusión evangélica, pero que su obra no fue la primera de este talante en el país. Escribo esto porque en distintos lugares se afirma que Hickey fue quien primero trajo a México el protestantismo, y/o quien fundó la primera congregación evangélica en la nación. Es de reconocerse la tarea que desarrolló, muy importante no nada más para Monterrey y el norte de México, sino también para otras zonas del país, pero, al mismo tiempo, es necesario tener presentes los antecedentes de cómo se iba abriendo paso en la nación mexicana la construcción de pequeños núcleos cristianos pero no católicos romanos. Por lo anterior, antes de aportar datos sobre Santiago Hickey y su llegada a Monterrey, de manera sucinta enlisto personajes y esfuerzos que le precedieron en la difusión del protestantismo evangélico en tierras mexicanas. El escocés James Thomson, agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, hizo distribución de materiales bíblicos en la ciudad de México y distintas entidades del país entre abril de 1827 y junio de 1830. Logró establecer un pequeño núcleo de nacionales que le apoyaron en la obra de difundir la Biblia, en la traducción católica de Felipe Scío de San Miguel pero sin libros deuterocanónicos. Thomson era de confesión bautista. Del personaje, los tres años mencionados y los resultados de sus trabajos me he ocupado en un libro de mi autoría.2 De nueva cuenta estuvo en México en 1842-1844, desarrollando esfuerzos de difusión bíblica en Yucatán. Los extranjeros protestantes radicados en el país, particularmente en la capital, tuvieron cultos religiosos privados acordes con su fe, llegado el momento que consideraron propicio para obtener permiso para la realización de sus ceremonias solicitaron el visto bueno de las autoridades mexicanas. Así sucedió hacia finales de 1849, y de ello daba cuenta alguna prensa. Con el encabezado “Tolerancia de cultos”, una breve nota informaba: “Se asegura que el ministro de Prusia ha pedido al gobierno que le permita poner un oratorio en su casa para celebrar las ceremonias del culto protestante, y que el ministro de relaciones no se opone a esa solicitud”.3 El redactor, anónimo, agregó un comentario sobre la noticia: “no sabemos lo que habrá de cierto en el particular”. Entonces era presidente de la República José Joaquín Herrera, y ministro de Relaciones Interiores y Exteriores, José María Lacunza.4 El tema de la tolerancia de cultos se discute apasionadamente en los debates del Congreso Constituyente de 1856-1857. Son expuestos pros y contras de permitir legalmente el establecimiento y expresión pública organizada de creencias distintas a la religión históricamente dominante, la católica romana. Con el fin de apuntalar su posición de apoyo a que las nuevas leyes dejasen de privilegiar al catolicismo romano, el liberal Ponciano Arriaga subraya que ya es una realidad la presencia de creyentes protestantes en el país. Observaba que en Real del Monte, Hidalgo, “existe una capilla protestante a ciencia y paciencia de las autoridades sin que haya motines ni incendios”.5 Lo cual, como apunta Bastian, “sólo era posible porque tal edificio se encontraba dentro de la propiedad de la compañía y estaba reservado a los mineros extranjeros”.6 Aunque no se debe descartar tajantemente que hubiesen podido asistir a los servicios ciudadanos mexicanos. Algunos extranjeros protestantes que decidieron hacer su vida en México no formalizaron su vínculo matrimonial, con su pareja mexicana, ante la Iglesia católica por no identificarse confesionalmente con tal institución. Ellos y ellas se beneficiaron de la Ley del Matrimonio Civil que promulgó el presidente Benito Juárez el 23 de julio de 1859. Dicha Ley “formó parte del proceso de secularización impulsado por el propio Juárez, a través de las Leyes de Reforma”.7 A principios de 1861 en la ciudad de México comenzaron a legalizarse civilmente varios matrimonios ya existentes que no habían sido admitidos antes por la Iglesia católica, por tratarse de la unión de un protestante extranjero con una mexicana. También se declararon validas nuevas uniones realizadas entre personas que no se reconocían como católicas (al menos una de ellas), sino integrantes de credos protestantes. Lo que antes era imposible por el predominio legal del cuerpo de creencias católicas en las instituciones civiles.8 No es una distorsión suponer que algunos de estos protestantes cuyo matrimonio quedó civilmente legalizado, tuviesen nexos con otros pertenecientes a la misma fe y pudieran tener reuniones para celebrar sus cultos religiosos. La ruptura grupal más nítida con la Iglesia católica fue la de los llamados Padres constitucionalistas. Su movimiento se caracterizó por ser “reformista intracatólico, nacionalista y antirromanista”.9 Iniciaron su organización en 1954. Estos sacerdotes radicados en la ciudad de México hicieron activismo a favor de la Constitución liberal de 1857, en cuyas sesiones se delibera acaloradamente sobre la libertad de cultos, pero que finalmente no es aprobada como pugnaban los liberales radicales.10 Desde sus primeros escritos se dieron a conocer como “padres constitucionales reformistas”,11 el nombre de Padres constitucionalistas les fue dado desde fuera del movimiento. Tres de los sacerdotes iban a desempeñar actividades importantes para el posterior fortalecimiento del cristianismo no católico: Rafael Díaz Martínez, Manuel Aguilar Bermúdez, quien era masón,12 y Juan Nepomuceno Enríquez Orestes. Éste último destaca por ser el más prolífico del grupo, sus escritos en defensa del movimiento ven la luz en distintas publicaciones de la época. A la solicitud del grupo de sacerdotes disidentes, a principios de 1861 las autoridades civiles responden otorgándoles en la capital de la nación el templo de la Merced que, por estar en ruinas e inhabilitado para el culto religioso, es sustituido por el de la Santísima Trinidad.13 Además de los actos eclesiásticos en este lugar, “el grupo cismático no tuvo más actividad que las frecuentes reuniones en la casa del padre [Manuel] Aguilar [Bermúdez], con la presencia de una docena de sacerdotes cismáticos, a las que se unían el diputado Manuel Rojo y el artesano textil enriquecido, Prudencio G. Hernández, entre otros”.14 El domicilio de Aguilar Bermúdez estaba localizado en el número 4 de la calle de la Hermandad de San Pablo.15 En casa de Aguilar Bermúdez se reúne una veintena de personas de distintas edades, incluso menores de edad e infantes. Hay lecturas bíblicas, intercambio de opiniones y esporádicamente Aguilar oficia de forma sencilla la Santa Cena, la cual imparte en dos especies, el pan y el vino “los distribuía de rodillas”.16 Esto acontece antes de la Intervención francesa en México, es decir entre 1861 y principios de 1862. El grupo tenía claras identificaciones con postulados protestantes/evangélicos. El respaldo del gobierno juarista a los sacerdotes liberales no crea la disidencia religiosa de éstos con Roma y la jerarquía que la representaba en México, sino que le otorga mejores condiciones para que se expresara. Sería un error concluir que es el anticlericalismo juarista el único factor que hace posible el surgimiento de los Padres constitucionalistas. Más bien éstos ven fortalecidos sus esfuerzos por construir un catolicismo diferente (que terminará rompiendo con el tradicional) a la llegada de un régimen favorable a sus ideas. El 12 de mayo de 1861 el párroco de Santa Bárbara y de Nuevo Morelos, Ramón Lozano, en el estado de Tamaulipas, junto con su feligresía hacen público un manifiesto de 12 puntos. El encabezado dice “Dios, Libertad y Reforma”. Consideran que es necesario protestar contra “los obispos que aún siguen usando el carácter tirano, déspota y feroz que ejercían antes de las Leyes de Reforma [juaristas], sin miramientos a ellas ni consideración a los individuos […] que han declinado mucho de la humanidad y mansedumbre que les encargó el fundador de la religión que encabezan, cuando les dijo ‘yo os envío como corderos entre los lobos’ pudiendo decirse en verdad que hacen el papel contrario, y más bien parecen lobos entre corderos”.17 El punto primero consigna que las iglesias de “Santa Bárbara y Nuevo Morelos” han acordado “formar espontáneamente una sola Iglesia, apoyada en las creencias católicas en la libertad de conciencia; según lo explican las leyes nacionales de reforma, por cuya razón se denominará católica, apostólica, mexicana”. Los esfuerzos de Lozano en Tamaulipas reciben influencia de los Padres constitucionalistas, lo que se denota en el nombre del movimiento y los objetivos marcados en su manifiesto. Entre uno y otros se da intercambio de información y experiencias, de ello quedan las evidencias en los escritos periodísticos de Enríquez Orestes.18 Las reuniones evangélicas iniciadas en 1861 en casa del Padre constitucionalista Manuel Aguilar Bermúdez son trasladadas en 1864 a “los bajos de la casa núm. 21 de la calle de San José del Real”.19 Coadyuva al movimiento el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John William Butler, el cual en 1862 fue pieza clave para que Santiago Hickey se mudara de Matamoros a Monterrey para realizar su labor misionera. Entre los asistentes en el nuevo lugar se contaban José Parra y Álvarez, Prudencio G. Hernández y Sóstenes Juárez.20 Otra fuente menciona al padre Aguilar Bermúdez como quien consigue, en la dirección mencionada, “un espacioso salón […] y allí se celebraron las primeras reuniones públicas bastante concurridas”.21 Quien facilita el lugar, que era de su propiedad, es el señor Verduzco, “arquitecto y maestro de obras”. Él formaba parte de la congregación, y permite usar las instalaciones sin recibir retribución alguna hasta que el grupo se consolida y tiene fondos para cubrir alguna suma como pago de renta.22 Creo haber dejado aclarado que para cuando Santiago Hickey inicia en Monterrey lo que sería la Iglesia bautista, el 30 de enero de 1864, ya había antecedentes en otras partes del país de núcleos evangélicos. En el próximo artículo voy a referirme a su llegada a la ciudad regiomontana. ****
1 Tomás Martín Westrup, Principios: relato de la introducción del Evangelio en México. Escritos del protagonista principal en dicha obra (editados por su hijo Enrique Tomás Westrup), s/e, Monterrey, Nuevo León, México, 1948, p. 30.
2 Carlos Martínez García, James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830, Maná (Museo de las Sagradas Escrituras), México, 2013. 3 El Siglo XIX, 30/XI/1849, p. 662.
4 Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México (sexta edición), tomo II, Editorial Porrúa, México, 1995, p. 1463.
5 Jean-Pierre Bastian, Los disidentes: sociedades protestantes y revolución en México, 1872-1911, El Colegio de México, México, 1989, p. 46.
6 Ibíd.
7 Mónica Savage, “El laicismo en los primeros matrimonios civiles de la ciudad de México: el inicio de una fe anónima”, Históricas, núm. 86, septiembre-diciembre 2009, p. 2.
8 Ibíd., pp. 2-18.
9 Daniel Kirk Crane, La formación de una Iglesia mexicana, 1859-1872, tesis de maestría en Estudios Latinoamericanos, UNAM, México, 1999, p. 47.
10 Los pros y contras en la discusión en Los debates sobre la libertad de creencias, Facultad de Derecho-UNAM, México, 1994.
11 Por ejemplo en La Unidad Católica, 26/IX/1861, p. 2; El Constitucional, 17/XII/1861, pp. 1-2; 28/XII/1861, p. 1 y 29/XII/1861, p. 2.
12 La Patria, 18/XII/1891, p. 3.
13 El Pájaro Verde, 9/II/1861, p. 2.
14 Ibíd., pp. 33-34.
15 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 91.
16 Arcadio Morales, “Asunto histórico”, El Faro, 1/VI/1906, p. 97.
17 Texto completo del documento en Abraham Téllez Aguilar, “Una Iglesia cismática mexicana en el siglo XIX”, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, núm. 13, UNAM-Instituto de Investigaciones Históricas, México, 1990.
18 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 54.
19 La Buena Lid, X/1896, p. 4. El lugar mencionado se encontraba cerca del templo popularmente conocido como La Profesa, que se localiza en las actuales calles de Madero e Isabel la Católica en el Centro Histórico de la ciudad de México.
20 Ibíd.
21 Alberto Rosales, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, 1869-1922, s/e, México, 1998, p. 14.
22 Arcadio Morales, “Asunto histórico”, El Faro, 1/VI/1906, p. 97.

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