El teatro y la Iglesia antigua

Los Padres de la Iglesia condenaban los espectáculos del mundo antiguo. Cuando alguien llegaba a la fe cristiana, no debía asistir ya más al teatro. Los actores que se convertían, tenían por lo tanto que abandonar su oficio. Hay no obstante algunas excepciones de profesionales que continuaron trabajando en el teatro, siendo ya cristianos. Un joven historiador de Santa Coloma, Juan Antonio Jiménez Sánchez (1972), ha estudiado estos casos, después de doctorarse en la Universidad de Barcelona. Tras

14 DE ABRIL DE 2008 · 22:00

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A finales del siglo II, Tertuliano denunciaba por primera vez, en su obra De spectaculis, la asistencia cristiana a unos espectáculos que la Iglesia consideraba como inmorales. El problema no era solamente que los actores incitaran a la lujuria o se vistieran de mujer, sino que estos espectáculos se consideraban idolátricos. Eran en cierto modo un acto de culto. Los juegos romanos tenían claramente un origen religioso, ya que estaban dedicados a honrar a diferentes dioses -sólo los combates de gladiadores nacen de un ritual funerario, con que se honraba a los difuntos-. La verdad es que en el siglo III ya nadie veía el teatro como un fenómeno de culto, pero eso no cambia la opinión de los Padres de la Iglesia. Cipriano de Cartago escribe una carta a mediados del siglo III, para responder a una pregunta de Eucracio de Tina. El obispo le había preguntado si un actor que se había convertido, podía continuar enseñando teatro, aunque ya no ejerciera el oficio. El africano le contesta que es un grave atentado contra la majestad de Dios, porque eso va en contra de las enseñanzas del Evangelio. Ya que si un individuo se viste de mujer y se exhibe ante todo el mundo con gestos afeminados, está actuando en contra de la Ley de Dios en Deuteronomio 22:5. ¿Por qué quería ese actor seguir enseñando teatro? ACTORES CONVERTIDOS Un actor que abandonaba el oficio a causa de su conversión, podía querer seguir ejerciendo el magisterio, para no acabar en la pobreza. Un profesional del espectáculo era alguien especializado, que tendría muchas dificultades para integrarse en el mundo laboral. Cipriano por eso recuerda en su carta que la Iglesia tenía medios para mantener a los necesitados. El antiguo histrión podía hacer uso de ellos, siempre que se contentara de vivir con unos medios frugales y no exigiera un salario para dejar de pecar. Ante la falta de recursos de la Iglesia bizacena, Cipriano le ofrece la ayuda de Cartago. El problema es que en el siglo IV el oficio se convierte en algo obligatorio y hereditario. Una carta, atribuida erróneamente a Sulpicio Severo, nos habla de un actor llamado Tuto, que tras su conversión y bautismo, había abandonado el escenario. Los decuriones de la ciudad intentaban sin embargo obligar al actor a continuar con su oficio. El cristiano recurre al autor de esta carta, para interceder por él ante las autoridades. El corresponsal le comunica a los decuriones que el antiguo actor no rechazaría realizar cualquier otra función municipal, siempre que no tuviera ninguna relación con el teatro. No conocemos el nombre de la ciudad, ni la fecha, pero esta carta estaría escrita entre el año 380, que se dicta una ley que permite la conversión de las actrices -hasta ahora sólo autorizada cuando alguien estaba al borde de la muerte-, y el 414, que se anulan todas estas disposiciones. No debía ser sin embargo un caso aislado, puestos que el Concilio de Cartago del año 401 reclama que ningún converso que hubiera ejercido un arte lúdica, debía ser obligado a ejercer su antiguo oficio. Hay otros casos sin embargo de actores, que después de haber sido convertidos, no abandonaron el teatro. SANTOS MIMOS Masculas era el actor principal de una compañía de mimo. Vivió seguramente en Cartago durante el reinado del vándalo Geiserico (428-477). Masculas era cristiano y actor al mismo tiempo, pero esto no parecía suponer ninguna contradicción en su caso, pues llegó incluso a convertirse en un símbolo de la resistencia cristiana a las persecuciones del gobernador arriano. El rey decretó la ejecución de Masculas por creer
que Jesucristo era el Dios verdadero, pero al final el verdugo desistió de matarlo. Su nombre aparece en los martirologios de la Edad Media, el 4 de diciembre, camuflado bajo el nombre de Archinimo, que no era más que su oficio, arquimimo, o sea el actor principal de una compañía de mimo. Una inscripción funeraria de las ruinas de la antigua basílica de San Pablo en Roma, nos informa también de la existencia de un pantomimo cristiano. El epitafio se encuentra en tan mal estado, que no se puede leer su nombre, la edad, ni el año de su muerte. El principio es típicamente cristiano (hic requiescit), pero se indica que era pantomimo de profesión. Otro llamado Vital, resulta algo más controvertido, ya que no hay nada en el texto de su epitafio que indique que fuera cristiano, aunque está enterrado bajo el pavimento de la basílica de San Sebastián de Roma. El fenómeno de los santos mimos es uno de los más interesantes y complejos de los relatos de conversiones milagrosas de actores. El esquema de estas historias es siempre el mismo: un actor se encuentra en escena, interpretando un mimo en el que se parodia el bautismo cristiano. Tras recibir una visión, el comediante se convierte milagrosamente y da profesión de su nueva fe ante todo el público. Luego es arrestado y llevado delante de las autoridades. Tras el interrogatorio, persiste en su actitud, a pesar de las torturas, y es finalmente ejecutado. No hay muchas garantías de la verosimilitud de estas historias, pero puede que haya algo de verdad en ellas. MORALIDAD Y DRAMA Muchos nuevos creyentes dejan su trabajo en el teatro, porque no creen que su oficio sea compatible con su fe. Es cierto que hay profesiones que son contradictorias con el cristianismo. Un texto del siglo I, la Didaqué, recuerda que la Biblia prohíbe la adivinación, los encantamientos y la astrología. Tertuliano pensaba que un cristiano no podía ser pintor o escultor, porque estaba obligado a representar a dioses. Y la Traditio Apostolica cita la ocupación de proxeneta o prostituta, como incompatibles con la fe cristiana, por su evidente deshonestidad. Pero ¿se puede ser un actor cristiano? Tertuliano veía el drama como algo inherentemente malo, pero también creía que el sexo dentro del matrimonio era pecaminoso. “El drama es hacer creer”, dice Somerset Maugham, “no trata con la verdad, si no con el efecto”. Por lo tanto “la importancia de la verdad, para el dramaturgo, es que añade interés”, pero “la verdad dramática es sólo verosimilitud”. Puesto que “es lo que se puede persuadir al público a aceptar”. El término griego para un actor es hipócrita, ya que está relacionado con la máscara con que se interpreta. Es por eso que la hipocresía religiosa se representa más fácilmente que la verdad del Evangelio. En la Edad Media se hacían obras sobre mártires, misterios y pasiones. La Reforma acaba con ellas, no porque esté en contra del drama, si no por el abuso religioso que se hacía del teatro. Los puritanos prohibían el teatro en domingo, pero aceptaban incluso que las mujeres actuaran, ya que en la época de Shakespeare, los hombres hacían el papel de mujeres. Lo que el actor representa, no significa necesariamente que lo apruebe. La Biblia está llena de hechos terribles, pero eso no significa que Dios los acepte. El drama puede que no sea la mejor forma para comunicar el Evangelio, pero tiene un gran poder emocional para mostrar la verdad del ser humano. Y la verdad es que no hay nada humano que nos haya de ser extraño…

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