La ‘Leyenda negra’ de la Inquisición y España

Rescatar la memoria de una época es librarla de su “leyenda”, sea negra o rosa.

18 DE NOVIEMBRE DE 2012 · 23:00

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Unas notas y reflexiones en torno a la llamada “Leyenda Negra” contra España serán de utilidad. En esta tarea nos encontramos con actitudes y modos de pensar que valen luego para interpretar otros asuntos de la actualidad. Un aspecto fundamental es que ante esta materia histórica (o cualquiera otra), podemos usarla como “medio”, es decir, como herramienta o instrumento, para los fines propios de cada uno en la actualidad; o podemos usar su estudio como “mediación” de nuestro humano existir, es decir, nos acercamos sin ser ajenos a la actuación del alma humana que en ese caso se manifieste. Por leyenda negra se entiende el resultado y la propagación de imágenes distorsionadas de la actuación, como una esencia natural nacional, de “España” en la creación y desarrollo de la Inquisición, la conquista de América y la intervención (especialmente del duque de Alba) en los Países Bajos. Precisamente serán los flamencos y Guillermo de Orange los que aparecen como “creadores” de esa leyenda, incorporándole la muerte de don Carlos. Guillermo de Orange, en su “Apología” (el motor de este proceso), publicita la actuación y carácter de Felipe II, la intolerancia de la Inquisición (lo que es igual, la de los españoles), y los millones de muertos en la conquista de América. (El himno nacional holandés, el “Wilhelmus” [van Nassouwe], es de esta época.) Además de la propia experiencia en sus carnes, la información estaba tomada de gente proveniente del campo “español”. Es el caso de Bartolomé de las Casas [ordenado obispo en Sevilla, en el convento dominico donde primero estuvo el tribunal inquisitorial], con su Brevísima relación de la destrucción de las Indias (1552); del secretario Antonio Pérez, con sus Relaciones, editada en París en 1598 (año de la muerte de Felipe II); y del anónimo autor de Artes [métodos, artimañas] de la Santa Inquisición, editado en Heidelberg en 1567. (La excelente traducción de Francisco Ruiz de Pablos es el tomo IV de nuestra colección “Obras de los Reformadores Españoles del siglo XVI”, Sevilla, Mad, 2008.) En el contexto de la época, se trataba de usar estos datos para avisar del peligro que suponía para la libertad y el bienestar de un pueblo, quedar bajo la autoridad de la corona de Felipe II. Estos “avisos” también se producían en el bando contrario. Todos usaban esta medida, que llamaríamos hoy, de contrapropaganda, de “inteligencia”, etc. [¿Se acuerdan de las armas de destrucción masiva de Irak? ¿Recuerda alguien las “causas” que justificaron, en contra del derecho internacional y de sus propios estatutos, la acción de guerra de la OTAN contra Yugoslavia?] Lo que entonces se hacía, hoy también se hace, por tanto acercarnos a leyendas requiere conciencia despierta de que estamos ante algo que ha “interesado” a poderes diversos, y según como retomemos el asunto, nosotros mismos podemos ser parte de esos intereses. Aquí nos importa lo que tantas veces se dice: dejar hablar a los textos. Ese es el camino esencial, que los textos se lean (mal empezamos, con una Inquisición que no es precisamente promotora de la luz y de la lectura), y que se lean en tinta negra, rosa o celeste (seguro que el negro sobre blanco es mejor), pero que se lean. Luego ya estaremos en mejor situación para leer los otros textos: leyendas, que se han escrito sobre los hechos concretos. Ya podremos ver si son veraces, si son inventadas, o si distorsionan cuánto y qué parte de la realidad. Precisamente entonces estaremos en condiciones de afirmar que son “leyendas”, que no corresponden a la realidad. Rescatar la memoria de una época es librarla de su “leyenda”, sea negra o rosa. De eso van estas notas y reflexiones; que puedo hacer con ustedes sin necesidad de ataduras institucionales o formales de una u otra filiación; la única vinculación es con el Redentor, eso siempre, pero no significa que esté ausente de la condición común de humanidad relativa, que va aprendiendo poco a poco. Con los errores y carencias propios, estaremos juntos tratando esta cuestión de la llamada “leyenda negra”, con el talante que otros ya han mostrado, y que puede resumirse en la actuación de Luis de Usoz, que nunca quiso usar lo “mediático” (como diríamos hoy), o lo que hacía ruido de masas, para favorecer la causa del Evangelio, la causa de la Verdad. Varios ejemplos podían ponerse, pero recordemos uno por su especial significación. El carácter diabólico de la Inquisición no necesita de ninguna propaganda artificial que “ayude” a tal calificación: en su natural ya es suficiente, se trata de conocer su naturaleza, con eso basta. Se enteró Luis de Usoz de la publicidad que se estaba ofreciendo por un tal Lemanouski, coronel del ejército de Napoleón, que afirmaba y difundía que a su entrada en Madrid se encontró retenido en el monasterio (palacio, también) de los dominicos; liberado por sus tropas, se les negó confirmar que allí la Inquisición tenía cautivos; descubiertos en sus sótanos, los soldados quedaron turbados ante tales muestras de crueldad. Liberaron a cuatrocientos y dinamitaron el palacio. Resultado: la Inquisición quedaba al descubierto en su malignidad absoluta. Pero Usoz investigó (¡eso de dejar hablar a los textos!); y descubrió que aquello no podía ser cierto. No existía ni el lugar. [Este tema fue tratado en una ponencia en el pasado congreso sobre Reforma Española por la doctora Frances Luttikhuizen.] Publicó desmentidos, y finalmente ante notario estableció la falsedad de lo que ya estaba recorriendo el mundo, y pasaba a ser “hecho científico”. (Si meten en un buscador la palabra “Lemanouski”, verán que todavía se usa el pretendido episodio como argumento contra la Inquisición o la iglesia papal.) Nos advierte la Escritura que habrá quien con palabras infladas y vana hará mercadería de la gente. Lo inflado y vano, a favor o en contra, no lo queremos. No lo necesitamos. La formación y actuación de la Inquisición española (realmente será lo que aquí tratemos; lo de la conquista de América y la actuación en los Países Bajos, o el tema de Felipe II con su hijo don Carlos, solo de referencias accesorias), como parte de la formación y actuación de lo que hoy llamamos “España”, debemos leerlo en sus textos: finales del XV y todo el XVI. Respecto a esto, en lo que entra el “desmontaje” de la llamada leyenda negra, se han escrito, y se escriben textos en la actualidad, hay discursos de personas e instituciones concretas (de todos los campos, también del “protestante”), que representan no una leyenda, sino una opción concreta. De eso trataremos también. Desde la posición (con nuestra relatividad y carencias) de buscar la verdad y ser “mediados” por ella, pues no asumimos otro compromiso. Cuando Julián Juderías publicó “La leyenda negra” en 1914, primero en entregas para un semanario y luego en forma de libro, estaba dejando por escrito su opción, su posición. Es verdad que incluso el término ya había sido usado, y que la idea de propaganda interesada contra España se trataba por diversos autores, pero fue Juderías quien ha quedado como referente del concepto. Y esto se debe destacar, pues se trataba de analizar cómo se había configurado el concepto de España (así continua el título del libro), pero eso solo es posible desde otro concepto. Pensaba dedicar solo unas tres semanas a este tema, incluyendo esta introducción, pero me parece que será necesario ampliar las reflexiones.

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