De católico a evangélico: Leopoldo Marechal

A Marechal en Argentina se le sigue considerando católico o se omite cualquier referencia de los últimos diez años de su vida, en cuanto a sentimiento religioso.

13 DE ABRIL DE 2012 · 22:00

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POETA POR SOBRE TODOS LOS GÉNEROS Del segundo Adán habla y escribe el redento Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900-1970) a lo largo y ancho de toda su obra novelística, poética, cuentística, teatral o ensayística. Si hoy su novela Adán Buenosayres (1948) es ampliamente reconocida, no siempre fue así, siendo él mismo objeto de patético olvido hacia los años finales de su existencia. Pero mejor leamos el comentario de mi amigo Pedro Luis Barcia, actual director de la Academia Argentina de la Lengua, certificando este tránsito de la ‘clandestinidad’ a la acogida en amplios sectores populares y académicos: “Adán Buenosayreses una de la media docena de novelas argentinas que mejor nos representan en la literatura. Ha debido recorrer, desde su aparición, hace casi cinco décadas, un largo camino de exclusiones, silenciamientos, cordones sanitarios literarios, desfiguraciones críticas que se urdieron en torno a ella, hasta alcanzar el creciente reconocimiento que se está dando en nuestros días”. Sobre Cristo gira buena parte de la creación literaria-teológica de Leopoldo Marechal. Y este connubio entre ambos frentes del sentir lo humano y lo divino, lo suscribo porque comparto -con Vico- el convencimiento de que los poetas somos teólogos naturales, y percibimos quién llora sal y quién encebolla sus párpados para la puesta en escena. Respecto a Marechal, es posible encontrar referencias al Hijo del Hombre allí donde pongamos la mirada en lo publicado por este genuino escritor cristiano. A modo de muestra, anotemos un fragmento del libro de cuentos titulado “El niño Dios”, aparecido en 1939, donde señala: “El nacimiento de un niño es siempre grato al corazón de los hombres, pues en cada niño que llega parece renovarse la alegría del mundo. Pero cuando el recién nacido es Dios en persona, que baja del cielo y toma la forma del hombre para salvarlo, entonces el acontecimiento se vuelve universal”. Y, como hay excelencia en su decir, mi labor será aún menor que en otras ocasiones. Iniciemos la zafra con algo de los puntos esenciales de su vida, según propio parecer, pergeñados hacia el final de sus días y publicados de forma póstuma, en 1973: “Yo confieso que sólo estoy comprometido en el Evangelio de Jesucristo, cuya aplicación resolvería por otra parte, todos los problemas económicos y sociales, físicos y metafísicos que hoy padecen los hombres”. A lo añade: “Desde hace años, me dedico, más que a leer, a releer, sobre todo las Sagradas Escrituras y los clásicos”. Cristo y la patria son los dos ejes principales de su literatura humanística, preocupada por los problemas que atañen al hombre y por la necesidad de ahondar en la metafísica del existir en comunión con la divinidad. Así, por ejemplo, unos versos sobre su sentimiento telúrico, sobre su argentinidad: “La Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar…La patria era una niña de voz y pie desnudos… La Patria debe ser una provincia de la tierra y del cielo”. Y Dios, siempre, pues “de todo laberinto se sale por Arriba”. Y también porque “Un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda”. ALGO SOBRE SU CONVERSIÓN Marechal fue católico nacionalista y tradicionalista, fiel seguidor de las tradiciones culturales de un catolicismo más bien epidérmico. Pero lo suyo, hay que destacarlo en estas primeras líneas, fue una Amor pleno a Cristo, a la figura y ejemplo de Jesús. Siempre fue cristiano. Lo que sucedió en 1960, al abrazar la de evangélica, fue la consumación de una entrega completa al Evangelio, como él mismo explicó en una entrevista publicada por el diario Clarín, hacia finales de 1969, seis meses antes de su muerte:“Dentro de mi obra se ve claramente mi aceptación de Cristo como único y suficiente redentor y la exaltación de la palabra del Evangelio, que releo constantemente y que propongo a mis amigos, incluso a los marxistas, como la única solución para resolver los problemas humanos que tanto nos preocupan”. Pero hay muchos otros testimonios de su conversión. Veamos los que dice Marechal, encubierto como el Obispo Frazada, personaje de su novela Megafón, o la guerra, encarnando a un antiguo sacerdote que se va a vivir a una barriada miserable del Gran Buenos Aires, desengañado de haber servido a tantos codiciosos farisaicos angurrientos de poder: “Arranqué de mis ojos las antiguas imágenes crucificadoras; arranqué de mi olfato el olor de la sangre coagulada y del sudor agónico; arranqué de mi oído la telaraña sonora de imprecaciones, lamentos y sollozos que se dejan escuchar un Jueves y que se olvidan un Domingo; arranqué de mi alma la tristeza de una Pasión obligatoria que se teatraliza una vez al año.Y no bien hube cumplido ese laborioso descarte, ¡se me dio la noche de las noches! (…)¡De pronto sentí al Señor viviente, al Cristo universalizado en su cósmica totalidad!No lo vi, lo sentí, ¡aleluya! Y la Alegría de la Redención me hizo trastabillar como un viento fuerte y me emborrachó como un vino armónico”. También en Poesía, más directo en cuanto a la pentecostalidad asumida. De uno de sus últimos libros, titulado El poema del Robot, extraemos estos versos: “A los que aún entregan a la emoción del viento/una risa Pentecostal/ en la salud del Cristo vivo;/ a todos esos "raros" que aún perfuman el cosmos/digo lo siguiente:/ La Física Nuclear suelta el olor/ de los gases livianos de la Tabla Periódica;/ y ese olor, al obrar en un alma sensible,/ nos da el precipitado de la Melancolía/ No es bueno descender a la materia/ sin agarrar primero los tobillos del ángel:/ Einstein, el matemático, se libró del abismo/ porque midió la noche con el arco/ de un violín pitagórico”. El periodista y poeta Carlos Velazco, quien había conocido a Marechal para hacerle un reportaje a publicarse la revista en la que trabajaba, siguió visitándolo. En una de esas citas el escritor le confesó la parálisis nerviosa que había sufrido su esposa Elbia, motivada por una fuerte impresión ante la ejecución de un general amigo. Marechal estaba algo desesperado, pues al ostracismo al que estaba sometido desde 1955 por haber sido peronista, se unía este hecho familiar. Velazco, que conocía de pasada los cultos y oraciones de una iglesia Pentecostal lideradapor el pastor Pedro Luis Suligoy, la cual se congregaba en Ciudadela Norte, les guió hasta allí. Más de treinta años después escribió un libro sobre la década evangélica del notable escritor, titulado La ciudadela mística. El hermano Pedro en la vida de Leopoldo Marechal. De sus páginas extraigo un fragmento: “Cuando concertamos el viaje a Ciudadela —un miércoles a las seis de la tarde— yo iba receloso del desencanto que el encuentro podría depararles. ¿Cómo enfrentarían la pobreza material del templo, el mal gusto estético de su decoración, los tablones en bruto que hacían a las vez de estrado y de altar, las oraciones a los gritos (sí, incontroladas y exaltadas hasta el anonadamiento en los rostros blancos de luz) y toda la rusticidad de los hermanos asistentes, a quienes yo no visitaba desde hacía cinco años. Caímos de sorpresa. Pero el hermano Pedro era un avezado conocedor de sus prójimos. Vivía con la red de pescador a cuestas. El apretón de manos con el ritual saludo “Paz del Señor”, fue suficiente para que Leopoldo y Elbia lo quisiesen como si se hubieran conocido de toda la vida. La mirada de lince del hermano Pedro entendió sin necesidad de agregar nada más. Al término del culto (un sermón del hermano Pedro y cánticos y testimonios de la comunidad), el pastor impuso sus manos sobre ambos penitentes y oró acompañado por el resto de los fieles. A la salida, Marechal me confesó: —‘Encontramos al hombre que buscábamos’. Los veo volver, después del abrazo del hermano Pedro y del saludo amistoso de todos los hermanos… Mi recuerdo solo visualiza figuras, gestos, la máscara del símbolo, el puente invisible que unió desde entonces a la Ciudadela mística con el séptimo piso de un departamento del Once, donde la risa pentecostal entró coreando aleluyas y espantando para siempre al espectro de la elegía. ¿No es así, Leopoldo?”. Lo cierto es que la esposa se recuperó por completo y ambos recibieron el bautismo pentecostal SEMEJANZAS CON UNAMUNO Con Marechal en Argentina sucede casi lo mismo que con Unamuno en España. Se le sigue considerando católico o, peor aún, se omite cualquier referencia de los últimos diez años de su vida, en cuanto a sentimiento religioso se refiere. Graciela Maturo, en 319 páginas de un voluminoso ensayo sobre toda la obra de Marechal, tan sólo deja entrever algo de su paso del catolicismo a la fe evangélica. Pero no es nada clara:“El banquete de Severo Arcángelo es en verdad una novela evangélica, una parábola religiosa que enlaza la historia argentina… con el movimiento de los últimos tiempos de la iglesia cristiana”. Esta novela, debe decirse, tiene como personaje principal, al hermano Pedro. Lo cierto que no se le perdonaba esta decisión. Otra vez recurro al testimonio autorizado de Carlos Velazco:“Muchas noches hablé con Marechal de este asunto y de los reproches que recibió por haberse bautizado en el templo de Ciudadela… Recuerdo que le restaba importancia a los juicios condenatorios, aunque lo sorprendía la incomprensión de algunas críticas, entre ellas las de amigos de muchos años y el empecinamiento de algún sacerdote poeta, por obtener su pública retractación. Marechal, en realidad, nunca dejó de ser cristiano, que es lo que importa valorar… Algo, es verdad, había descubierto al acercarse a los hermanos evangélicos de Ciudadela y al hermano Pedro, amén del milagro de la resurrección de Elbia y de su retorno a la vida. Y ese algo, junto con la gratitud, lo colmó de admiración. Es la experiencia del Cristo sine glosa de los Evangelios. El Cristo viviente…”. Marechal conoció a Unamuno en 1926 y, lo cierto es que, si nos adentramos en la vida y la obra de ambos escritores, podemos encontrarnos con muchas semejanzas, máxime en su total entrega a Cristo, ambos con sendos textos poéticos que buscan ser un evangelio para los tiempos que les tocó vivir. EL CRISTO, EL EVANGELIO POÉTICO DE MARECHAL Galardonado varias veces con el Premio Nacional de Poesía, también obtuvo el Premio Nacional de Teatro con su famosa “Antígona Vélez”, Marechal obtuvo nombradía, ya lo dijimos, por sus novelas. Pero él fue y es esencialmente Poeta, con mayúsculas. Leamos lo que él dice al respecto de los géneros: Al escribir mi Adán Buenosayres no entendí salirme de la poesía. Desde muy temprano, y basándome en la Poética de Aristóteles, me pareció que todos los géneros literarios eran y deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico. Para mí, la clasificación aristotélica seguía vigente, y si el curso de los siglos había dado fin a ciertas especies literarias, no lo había hecho sin crear 'sucedáneos' de las mismas. Entonces fue cuando me pareció que la novela, género relativamente moderno, no podía ser otra cosa que el ‘sucedáneo legítimo’ de la antigua epopeya. Con tal intención escribí Adán Buenosayres y lo ajusté a las normas que Aristóteles ha dado al género épico”. Y antes de pasar al poema “El Cristo”, dejemos constancia de las obras principales de Marechal. En Poesía publicó Los Aguiluchos (1922); Días como flechas (1926); Odas para el hombre y la mujer (1929); Laberinto de amor (1936); Cinco poemas australes (1937); El centauro (1940); Sonetos a Sophía (1940); Heptamerón (1966) o El poema de Robot (1966). En Novela están: Adán Buenosayres (1948); El banquete de Severo Arcángelo (1965); Megafón, o la guerra (1970). En teatro se pueden citar: Antígona Vélez (1951); Las tres caras de Venus (1952); La batalla de José Luna (1967) o Don Juan (1983, pieza estrenada con carácter póstumo). Finalmente, en como ensayos, algunos ejemplos: Historia de la calle Corrientes (1937); Descenso y Ascenso del Alma por La Belleza (1939) o Cuaderno de navegación (1966). EL CRISTO – l – Al silbo amoroso del Viento se oponen orejas de hierro: las caras de hierro se miran en duros espejos de hierro. Ya Hesíodo ha contado y llorado las frutas violentas del hierro. Y el padre Virgilio, que limaba hierro, ya vio en profecía la gloria del Niño fundidor de hierro, que nacerá de madre virgen para que tenga Juez el hierro. Habitante del hierro y en témporas de hierro, yo busco el oro que vuelve sobre llanuras de plata fundida ya siete veces. – 2 – Oye lo que te digo, hermano en bruto: si el Verbo descendiese hasta los hombres, ¿piensas tal vez que reconocería su imagen en tu duro metal enajenado? ¿Encontraría en ti la imagen de oro que grabó en tu substancia junto al árbol primero? Ladrón del oro, Adán oscurecido, ¿qué has hecho de la fruta que robaste? Las caras de hierro se miran en fríos espejos de hierro: yo busco el oro que vuelve sobre llanuras de plata. – 3 – Y oye lo que te digo, hermano en bruto, ladrón del oro, fugitivo Adán: si has cambiado tu ropa de viajero y escondido tu robo entre metales, ¡devolverás al árbol esa fruta robada! “¿Cómo lo haría?”, me dirás. Al silbo amoroso del Viento se oponen orejas de hierro. Y oye lo que te anuncio, hermano en fuga: para que tenga Juez el hierro debe nacer un Niño de oro. – 4 – Lenguas untadas con la profecía ya dicen los asombros que vendrán. Yo, habitante del hierro y en témporas de hierro, preví las manos del Adán segundo. Y eran manos calientes (dos palomas de sangre) que llevaban al centro y devolvían una fruta robada y un oro en dispersión. Yo, Leopoldo el redento, preví la gran astucia. Y oye lo que te digo, hermano cruel: en un jardín plantado hacia el Oriente, hay un árbol que llora su despojo. – 5 – Ya la vieja serpiente se ha dormido en el hierro. “¿Y quién aplastaría su cabeza?”, dirás. Ha de nacer un Niño de oro, para que tenga Juez el hierro: su madre virgen lo esperaba. Y eso es lo que te anuncio, y oye bien: Yo, Leopoldo el redento, preví la gran astucia, y el teorema de Arriba que será demostrado. – 6 – ¿Quién es Aquella que florece como el cedrón junto a las aguas, rosa en lo exacto, almendra en lo inviolable, nudo primero del acontecer? Su madre virgen lo esperaba, y ha de nacer un Niño de oro. Yo, el redento, he previsto la justicia de la segunda Eva, y la ecuación celeste que se resolverá por una flor en la balanza, por una almendra sin rotura. En un jardín plantado hacia el Oriente, hay un árbol que llora su despojo. Y eran manos calientes (dos palomas de sangre) las que le devolvían una fruta robada. 7 Pero, ¿quién es Aquella, la que pisa la luna y el dragón, la rosa en obediencia y el cubo de la luz? Parecerá una niña frente al ángel, y es anterior al ángel y a su primer diseño; parecerá una niña junto al mar, y es anterior a todas las paciencias del agua. Nudo gracioso del acontecer, ¡oh, Virgen en tu almendra, danos al Niño de oro! Y oye lo que te digo, hermano cruel: este poema es fácil como la geometría. –8 – Por el número fiel de la Eva segunda nos ha nacido este pimpollo exacto, y este segundo Adán que vuelve al centro, y este piadoso escándalo de Arriba. Ladrón del oro, fugitivo Adán, ¿qué has hecho de la fruta que robaste? Yo te anuncio al que vuelve y restituye la fruta enajenada. “¿Cómo lo haría Él?”, me dirás en tu hierro. El ha de ser la fruta y ha de buscar el árbol: El mismo ha de colgarse, por Sí mismo, de la rama en despojo. Y este poema es fácil como la geometría: yo, el redento, preví la ecuación, ¡aleluya! – 9 – Hermano en viaje, Adán oscurecido, te anuncio al que devuelve la fruta y su ladrón: la fruta vuelve al Árbol y el ladrón vuelve al centro por este Adán que nos parió la almendra, bello y escandaloso para siempre, ¡aleluya! – 10 – Y ha de asumir la forma del ladrón, para que al centro vuelvan el ladrón y la fruta: este segundo Adán es el oro robado, y es el primer Adán que lo devuelve. Se desposó la tierra con el cielo, ¡aleluya!, y este Adán es el Hijo y a la vez el Esposo. Yo, el redento, preví la gran astucia, o el teorema de amor que se resuelve por la obediencia de la Rosa, por las dos caras de su Hijo. – 11 – Y oye lo que te digo, hermano en fuga: Pondrás en un mortero tu lógica de hombre, la molerás hasta batirla en polvo y arrojarás al viento sus átomos heridos. Alcanzarás entonces la lógica divina, por la cual todo es fácil en el Cristo y su almendra.12 Habitante del hierro y en témporas de hierro, yo lo miro pisar la tierra exacta. Bajo los pies del Cristo, bajo sus dos talones puros y escandalosos, la tierra ya no sabe si reír o llorar, si detener su vuelo de tábano celeste, si rendirle sus águilas y flores. La tierra se anonada en el absurdo, bajo aquellos talones que la hieren, pues en el Cristo reconoce al Verbo que la creó al nombrarla, y es demasiado que la criatura sostenga el peso de su Creador. Pondrás en un mortero tu lógica de hombre: sólo el desnudo entiende la desnudez primera. 13 Lo veo junto al mar, o surcando sus lomos ya en la quilla mojada, ya con los pies enjutos. Y el mar entra en el alto pavor de lo increíble, pues en el Cristo ya miró a su Verbo, al que le dio la espuma y el hígado furioso y al que saló la esfera de sus aguas como un pan levantisco. Es demasiado que la criatura sostenga el peso de su Creador; y el mar que lo levanta no sabe todavía si dormirse a sus pies, viejo león, o templarle al oído sus vihuelas amargas o devolverle su pescado ciego. Todo parece fácil en el Cristo y su almendra: si el mar lo adivinó, ya está desnudo.14 Lo sigo bajo el cielo y su mirada. Y el cielo que lo cubre tiembla como una flor en el pulgar y el índice del aire; pues en el Cristo ya conoce al Verbo que dibujó su cúpula redonda, que atornilló su justa mecánica de estrellas y calculó sus polos y sus ejes. Es demasiado que la criatura se vea techo de su Creador. Por eso el Cristo, abajo, es un teorema que parece insoluble, y el cielo, arriba, es una perplejidad combada.15 Sólo el hombre de hierro no lo ve todavía; y es justo, hermano en fuga, que lo ignores aún. El Cristo es un teorema que será demostrado, y tú mismo has de ser el compás y la escuadra. Resolverás tú mismo la ecuación admirable, ¡oh, sin saberlo, hermano, y aunque hieras al Cristo ya con tu risa de flautín al alba, ya con tu voz de cuerno a medianoche!16 Judas cumplió ya el gesto que le fue señalado: misterioso de oficio, ya cuelga de una rama. Y el peso enorme de la profecía tironea sus pies hacia el abismo; pero, arriba, sus ojos reventados de cuervos usan ya otra mirada. Fruto, a su vez, de un árbol, Judas ya está en la higuera, misterioso de oficio, incomprensible.17 Y el Cristo, prisionero de la Letra, ya está enfrentado con los Hombres Letras: con el hombre Ghimel y el hombre Thau. Insistentes escribas le arrojan al semblante sus gárgaras de letras: le lloran letras o le ríen letras (llantos de cuerno, risas de flautín). Entre un olor de guiso de pescado y una zumbante nube de moscas o palabras, el Cristo es un silencio más alto que la música, y es toda la Palabra, y anterior al sonido. Insistentes escribas deshojan a sus pies el árbol en otoño de la literatura.18 Después, bajo sus telas imperiales, El Hombre que se Lava las Manos le pregunta: “¿Qué cosa es la Verdad?” Y la mira de frente y no la ve, preguntador de hierro bajo sus ropas claras. Al silbo amoroso del Viento se oponen orejas de hierro, y el Cristo es el oro que vuelve pisando llanuras de plata.19 El Hombre que se Lava las Manos, juez de tierra, quiere soltar al Cristo prisionero: ya entre columnas imperiales gritan odios de cuerno, rabias de flautín. ¡Ah, no temas, escriba de nariz exaltada! Y oye lo que te digo, hermano cruel: te juro que ni el hombre de la toga, ni los hinchados bíceps del Imperio, ni todas las astucias que medita el abismo, ni siquiera la mano voladora del ángel pueden soltar al Cristo prisionero. Esa verdad te juro, y oye bien: el Cristo es una presa divina, entre columnas. 20 El Hombre del Imperio ya se lavó las manos: de toda eternidad se las lavó. Y ahora estás escupiendo, hermano en fuga, la barba de tu Cristo, y azotas ya su carne que brotó de la almendra, su pulpa de mercurio trabajado. ¡Qué bien estallan en el aire digno tus risas de flautín y tus burlas de cuerno! Estás alegre, y con razón, hermano, ¿por qué no bailas junto al Cristo en obra? El Cristo es un teorema que se va demostrando: tú mismo eres ahora su compás y su escuadra.21 Lo empujas a la cruz de los ladrones, y ríes frente al sol, hermano ciego. ¿Qué astucia de justicia te lo sopló al oído? Esta verdad te anuncio, escúchame: sólo un dios puede ser crucificado, sólo un dios es capaz de inscribirse en la cruz. La cruz de tus ladrones era una cruz robada: sin saberlo, tú mismo la devuelves ahora.22 La cruz vuelve a pasar del ladrón al robado y el Cristo ya la mira como el fruto a su rama. Ladrón del oro, fugitivo Adán, ¿qué has hecho de la fruta que robaste? La fruta vuelve al árbol por este Adán segundo que nos parió la almendra.23 La fruta vuelve al árbol, y el árbol a su centro. ¡Toma la cruz restituida y marcha! ¡Bien sabes el camino, Adán sin culpa! ¡Bien conoces el centro del árbol que te duele! ¡Ah, con sus dos talones puros y escandalosos, el Cristo es un teorema que se va demostrando!24 Este segundo Adán es el oro robado y es el primer Adán que lo devuelve. Oye lo que te digo, hermano en hierro: eres tú mismo quien restituye la fruta. Llevas tú mismo al hombro la cruz, y no lo sabes: te diriges al centro del árbol y lo ignoras. No ves cómo tu hierro se va trocando en plata, según opera el Cristo que te asume. Y eran talones puros (dos rosas castigadas) y eran manos calientes (dos palomas de sangre) los que se dirigían al centro con el árbol. Y el oro caminaba, y tú detrás.25 El Cristo es el oro que vuelve, pisando llanuras de plata. Ya está en el centro, y tú con Él, hermano: ya cuelga de la cruz, y tú con Él. Y en un jardín plantado hacia el Oriente, un árbol ya recobra su despojo.26 El Cristo es un teorema demostrado. Yo lo veo en la cruz, Hombre Total: desde sus pies hasta su frente, asume toda la Creación en los tres mundos. Sólo un dios puede ser crucificado: su madre lo buscaba entre las tumbas.27 Yo lo miro en la cruz, y tres mundos lo ven, dulce y escandaloso para siempre: a su derecha el sol, a su izquierda la luna, y en el fondo una noche de cabeza de cuervo. Espinas de su frente lo hacen rey: es el Rey Muerto ahora, y en seguida es el Fénix de la resurrección y el buen oro logrado. Su madre lo buscaba entre las tumbas: no lo encontró, ¡aleluya!28 ¡Y adiós, hermano en plata o en retorno! ¡Llora, si quieres, por el Cristo roto: besa la flor caliente de sus llagas ahora! Yo, Leopoldo el redento, preví la gran astucia y el teorema celeste que nos fue demostrado por la obediencia de la Rosa, por las dos fases del Cordero. Y oye lo que te digo, hermano en plata: no volveré a llorar junto a la Cruz.

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