Cristo en la obra poética de Concha Urquiza (I)

En la poesía mexicana siempre ha sido vista como una rara avis, aunque reconocida como la mejor poeta después de Sor Juana Inés de la Cruz.

30 DE MARZO DE 2012 · 22:00

,
El periplo vital de los llamados “poetas místicos” siempre causa un cierto morbo, especialmente si la persona en cuestión condimenta su afición religiosa y literaria con algunas tendencias contradictorias, ya sean políticas o ideológicas. Y si muere joven, la leyenda se acrecienta y se tejen historias alrededor de los momentos finales de su vida que buscan, de manera inevitable, explicar los versos surgidos de la experiencia ante lo sagrado. En el caso de Concepción Urquiza (1910-1945), su muerte prematura en circunstancias poco claras, su vocación expresiva tan arraigada desde la niñez, su militancia política en el socialismo, pero sobre todo la brillantez de sus poemas, la coloca como una practicante muy peculiar de la poesía de inspiración religiosa gracias a sus valiosas aportaciones. Éste es un retrato brevísimo que realiza Margarita León Vega, especialista en su obra: “Fue mujer de notable belleza y cultura, de amena y enterada charla; mujer de letras y entrañable maestra; amiga lo mismo de estridentistas y de comunistas que de sacerdotes; militante política y postulante a monja. Observa en lo privado una conducta liberal a la vez que guarda celosamente los preceptos de la Iglesia católica; es creyente devota de Cristo y pensadora escéptica”.[1] León ha escrito un amplísimo estudio titulado De contrarios principios engendrada. Poesía y prosa de Concha Urquiza (México, UNAM-Gobierno de Michoacán, 2009, colección El estudio). En la poesía mexicana siempre ha sido vista como una rara avis, aunque reconocida como la mejor poeta después de Sor Juana Inés de la Cruz. Nunca publicó en vida, pero sus poemas dispersos tuvieron la suerte de haber sido recopilados por el sacerdote Gabriel Méndez Plancarte, quien los dio a conocer el mismo año de su muerte.[2] Rosario Castellanos se ha referido a ella como “piedra angular” del movimiento poético femenino que se desarrollaría en los años cuarenta del siglo pasado, y Gabriel Zaid ha definido su obra como un punto de quiebre en la poesía mexicana del siglo XX, aunque no la incluyó en su volumen sobre poetas católicos. Castellanos escribe: “En ella dos fuerzas lucharon siempre son vencedor y sin tregua: el impulso místico y el estético”.[3] Nacida en Morelia, Michoacán, su poesía es fruto de un conocimiento literario y lingüístico precoz, pues al dominio de las lenguas clásicas sumó una verdadera pasión por las letras del Siglo de Oro español, además de una profunda inmersión en el lenguaje bíblico, de donde proceden sus magníficos poemas sobre Ruth, Job y el Cantar de los Cantares. A reserva de ahondar más en los entretelones de su vida y la evolución de su trabajo, se comentarán aquí brevemente algunos de los textos que dedicó a la figura de Cristo, que tanto la impactó, al grado de ser considerada como otra “enamorada de Dios”, más allá de las veleidades eróticas que vivió y que entrelazó con su experiencia espiritual, tal como ha sucedido con otras poetas consideradas místicas. Como afirma Javier Sicilia: “Invadida por Dios, desgarrada entre su amor por Cristo y su amor por los hombres, Urquiza recorre en el breve lapso de su vida las noches de los sentidos y la del espíritu”.[4] Y Méndez Plancarte señala que esta poesía “es mística pero no de aquella que describe las experiencias sobrenaturales que la iglesia católica reconoce como tales, la de ésta es una ‘ahincada contemplación de lo divino y ultraterreno’, es también una ‘sagrada obsesión de Dios’”.[5] En “Christus” (de Variaciones sobre el Evangelio), ve a Jesús en la barca y toma ese motivo para construir una mirada apacible sobre él: “Prosigue y se desliza/ la barquilla feliz, mojando apenas,/ las alas en la brisa,/ de tierra gerasena/ ambicionando la templada arena”. De “El encuentro”: “Las armoniosas nazarenas manos/ elévanse a lo alto;/ brama y recula el infernal misterio/ ante intangible obstáculo”. Se trata de una reconstrucción lítica de la acción del Espíritu en la vida de Jesús. “Loores por Cristo” recrea la anunciación a María “Humillabas el blando/ cuello, a la voz del ángel mensajero,/ y estábaste escuchando/ cual se iba dilatando/ por tus pechos la leche del Cordero”. “Cristo en la cruz”, fechado el 22 de junio de 1939, es un poema en quintetos y versos de 7 y 11 sílabas que contempla la crucifixión con un progresivo acercamiento al crucificado, donde el yo poético desea compartir algo de su pasión: “Como el mendigo hambriento/ que en la puerta del rico se detiene/ y en el áureo aposento/ los ojos entretiene,/ y de la ajena dicha los mantiene […]// …así yo, miserable,/ me llego a mi Señor crucificado,/ de gloria no mudable/ entonces rodeado/ en su cruz, como en trono, levantado”. Poco a poco, el poema se despliega y se arroba ante el sufrimiento del Salvador paladeando sus virtudes y aspirando a acompañarlo en el madero del desasimiento y la entrega: “Oh Fruto deleitable/ madurado en la llama de la muerte!/ Oh trono deseable/ en donde el rey más fuerte/ luz por el pecho generoso vierte!// Quién como tú se viera,/ oh Víctima de amor, en cruz clavado!/ Quién como tú perdiera,/ quién fuera, oh Deseado,/ sobre tu misma cruz crucificado!”. Se confiesa el desapego a lo divino y la afición a su supuesto contrario, en esta lógica: “Yo abrazo del mundo,/ presa del bajo amor de la criatura,/ el pecho al cieno inmundo,/ teniendo por ventura/ beber incierto halago, en cárcel dura”. Y concluye con un sabor sacramental: Que sólo así, de vero/ sabré que soy el hijo que regresa,/ cuando a como heredero/ me sientes a tu mesa/ y me des de tu cáliz de tristeza”. “Canciones” celebra una visión más alegre aunque fluida, gracias al verso ágil que la expresa, reelaborando la imagen del fruto: “Oh Cristo, fruto maduro/ —pulpa dulce, zumos agrios—,/ ¡quién se durmiera en tus ojos/ y amaneciera en tus labios![…]// Aguas de olvido tus ojos,/ corrientes de amor tus labios,/ ¡quién se durmiera en tus ojos/ y amaneciera en tus labios!”. “A Jesús, llamado “el Cristo’”, un conjunto de cinco sonetos, es quizá el resumen del acontecimiento místico de quien contempla, comparte y se duele, al mismo tiempo que se solaza en la consecución de los beneficios de la obra redentora. En el primero, se acusa al “Dueño mío” de “fingir olvido” y se le pide ocultarse “en buena hora”, aunque se anuncia: “y más que nunca te amaré por eso”. El segundo arriesga la sensación nihilista con un lenguaje de amor arrebatado: “Pero mi nada floreció en tus labios/ ¡y aun a la gloria de tu amor se atreve”. El tercero rescata un momento de armonía y de espera pero propone y atisba lo que viene: “…una noche sin sueños y sin gloria…/ ¡y aun quiera Dios que sin traerme azares/ venga la muerte a rubricar la historia”. Citamos completo el cuarto, cúspide de esta visión beatífica, pero también sincera, de entrega y reconocimiento de la ambigüedad del compromiso creyente: Entre el cobarde impulso de olvidarte y el doloroso afán de poseerte, el corazón vacila de tal suerte que ya no sabe huirte ni buscarte. Conozco que he nacido para amarte, que dejarte de amar sería muerte, y más quiero perderme con perderte que mi torpe placer sacrificarte. Mas, ¿qué mucho, mi Dios, si me quisiste de contrarios principios engendrada? cielo y tierra es el ser que tú me diste; y cuando busca el cielo su morada primera, y va a subir, se le resiste la tierra, de la tierra enamorada. En el último, la voz poética confiesa el amor ya sin ambages ni falsas infidelidades, pues como si el alma, presa del acoso divino, no tuviera más opción que entregarse también para corresponder, desesperadamente, a la seducción: —Diligis me plus his? [¿Me amas más que éstos?] Quiero decir que te amo y no lo digo aunque bien siento el corazón llagado, porque para mi mal tengo probado que soy tibio amador y flaco amigo. No amarte más es culpa y es castigo, que de ansias de tu amor me has abrasado, y con sólo dejarme en mi pecado extremas tu rigor para conmigo. Sólo quiero vivir para buscarte, sólo temo morir antes de hallarte, sólo siento vivir cuando te llamo; y, aunque ardiendo en vivo fuego, como la entera voluntad te niego no me atrevo a decirte que te amo. (14 de julio, 1939)

[1]M. León, “Concha Urquiza: poemas de la adolescencia (inéditos y no recopilados)”, en Literatura Mexicana, UNAM, vol. XVIII, núm. 2, 2007, p. 231, www.iifl.unam.mx/html-docs/lit-mex/18-2/leon.pdf.
[2]C. Urquiza, Obras. Poemas y prosas. G. Méndez Plancarte, comp. y pról. México, Bajo el Signo de Ábside, 1945. José Vicente Anaya la complementó en El corazón preso. Toda la poesía reunida. Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 1985 (Renacimiento 8), que reeditó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en 1990 y 2001. De Anaya es un breve pero muy interesante volumen: Brota la vida en el abrazo. Poesía mística y cotidianidad de Concha Urquiza. Una biografía oral. Veracruz, Instituto Veracruzano de Cultura, 2007.
[3]R. Castellanos, Declaración de fe. México, Alfaguara, 1997, p. 125.
[4]J. Sicilia, “Concha Urquiza en los ojos de Margarita León”, en La Jornada Semanal, núm. 783, 7 de marzo de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/03/07/sem-javier.html. Cf. Idem, “La pasión de Concha Urquiza”, en La Jornada Semanal, núm. 797, 13 de junio de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/06/13/sem-sicilia.html.
[5]G. Méndez Plancarte, “Prólogo”, en El corazón preso (1985), pp. 25-26, cit. por J.Á. Escarpeta Sánchez, “Urquiza y su poesía: la eterna escisión”, en La Palabra y el Hombre, núm. 87, jul.-sept. de 1993, p. 173, http://cdigital.uv.mx/bitstream/123456789/1421/2/199387P169.pdf.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Ginebra viva - Cristo en la obra poética de Concha Urquiza (I)