Suiza: una política que no excluye ideas

“De referéndum en referéndum, los suizos se han acostumbrado a opinar abiertamente sobre sus valores”

08 DE OCTUBRE DE 2011 · 22:00

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En la primera parte de esta serie, hablábamos de Suiza como caso recurrente para hablar de una democracia ejemplar. Pese a esto, algunos planteamientos de la Reforma se han distorsionado hasta el punto de negar que la fe pueda participar en la vida pública. Algo que la Historia del país parece contradecir. La obsesión suiza por la participación constante de los ciudadanos en las decisiones de Estado ha sido impulsada por una situación política concreta: la ausencia de grandes partidos dominadores. La diversidad del arco parlamentario lleva a equilibrios difíciles que con el paso del tiempo han dado lugar a la tendencia de “preguntar al pueblo”, es decir, hacer referéndums vinculantes sobre temas de Estado en los que parecía difícil encontrar una solución unitaria. Que los votantes decidan: Sí o No. Estas consultas suelen ser sobre situaciones especialmente sensibles, relacionadas mayormente con la moral pública. Por ejemplo, se apeló directamente a la conciencia de los ciudadanos para aprobar el sufragio femenino en 1971 (muy tarde para una sociedad tan democráticamente avanzada). También fue a través de un referéndum como se decidió sobre la prohibición de la construcción de minaretes en las mezquitas del país en 2009, o la propuesta en 2010 de expulsar a todos los inmigrantes que infringieran gravemente la Ley. Así, las votaciones populares directas tienen la función de medir el sentir de los ciudadanos sobre las situaciones más polémicas que afronta el país. Cuando los partidos necesitan una autoridad moral mayor que su representividad política, se da espacio a la cosmovisión individual de cada ciudadano. De referéndum en referéndum, el paso de las décadas ha llevado a que los suizos se acostumbren a opinar abiertamente sobre sus valores. Y dado que los valores y las creencias van ligadas, hablar sobre fe no ha dejado de ser algo habitual, especialmente cuando han estado en juego decisiones centrales para el país. Visto este panorama político de diálogo abierto, no es de extrañar que 3 de los 10 partidos que obtuvieron representación en las últimas elecciones (2007) incluyan en sus siglas una clara referencia a la fe cristiana. El más aglutinador de estas tres formaciones es el Partido Popular Cristiano, CVP (Christlichdemokratische Volkspartei). Tiene una amplia base de apoyo y se puede enmarcar como un partido democristiano de pura cepa. Cercano al CDU de Angela Merkel en Alemania, se define dentro de la tradición centroeuropea de los partidos con base ideológica cristiana. Al igual que otros en su área de influencia, el CVP ya hace años que dejó de representar a una minoría cristiana practicante para convertirse en un partido de gobierno aglutinador de corrientes muy distintas alrededor de un tronco humanista, orgulloso de su pasado nacional. Su influencia ha ido disminuyendo suavemente en los últimos 30 años. Su representación ha pasado de 44 a 31 parlamentarios (sobre 200), con pequeñas variaciones de elección a elección, casi siempre a la baja. Una tendencia que, de alguna forma, hace de espejo a la evolución de las iglesias históricas del país, también a la baja. En las últimas elecciones, el CVP acabó representando al 15’5% de los votantes. La próxima semana: Dos partidos netamente protestantes

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