Lidia Martín: humanismo, Dios y las Crisis

Quizá una de las palabras que mejor pueden definir qué es una crisis en términos generales sea la palabra CAMBIO

10 DE SEPTIEMBRE DE 2011 · 22:00

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Después de muchos meses de crisis financiera, nos hemos acostumbrado a convivir con el concepto. Pero, ¿qué significa realmente el término “crisis”? Lidia Martín Torralba, psicóloga y columnista habitual de Protestante Digital, compara las soluciones que encontramos en la sociedad y las que se presentan en la Biblia. Martín desarrolla más este tema en su reciente libro “Las Crisis” (Básicos Andamio, 2011)*. Pregunta.- De tanto escuchar la palabra “crisis” en tantos contextos diferentes (economía, política, valores, deporte…), parece que ya nos sabemos muy bien cuál es su significado. ¿Cuál es tu definición de “Crisis”? Respuesta.- Quizá una de las palabras que mejor pueden definir qué es una crisis en términos generales sea la palabra CAMBIO. Una crisis siempre implica tener que afrontar una situación que obliga a remodelar algún aspecto de la vida. Puede ser por una transición, por una pérdida, un shock emocional o cualquier otro evento, pero la persona debe reorganizarse y por eso el cambio es probablemente lo que mejor define las crisis, sean del tipo que sean. P.- Y llevamos un tiempo en el que parece que todo está en crisis, una crisis global, lo llaman. Pero, ¿dónde empieza todo esto? ¿Cuál es la raíz? ¿Hay algún un punto en el que podamos decir “nuestra crisis empezó aquí”? R.- Otra de las características de las crisis es que tienen un elemento temporal muy claro. Tienen un comienzo, tienen un final y se desarrollan a lo largo de un tiempo más o menos prolongado. Pero nos resulta muy complicado determinar de manera concreta cuál ha sido el evento precipitador o desencadenante de una crisis. Las cuestiones humanas no son una ciencia exacta y sobre los problemas que nos aquejan influyen múltiples variables que hacen de esto algo todavía más complicado. No suele haber un único factor ni un único momento responsable de nuestras crisis, sino un cúmulo de ello. Tener esto presente es una gran ayuda. A veces invertimos cantidades ingentes de tiempo intentando encontrar una explicación sencilla a las cosas que nos ocurren y eso no es fácil. Casi me atrevería a decir que es imposible. Estaremos mucho más acertados si tenemos en cuenta que si los problemas humanos son complejos, las explicaciones al origen de los mismos también lo son. P.- Uno de las realidades que menciones en el libro “Las Crisis” (Básico Andamio, 2011) es la fragilidad del hombre. Ante todos los avances tecnológicos que nos deberían dar más seguridad, ¿seguimos siendo conscientes de nuestra fragilidad? R.- Es una asignatura que, a mi entender, seguimos teniendo pendiente. Nos cuesta darnos cuenta de lo frágiles que somos, pero sobre todo, nos cuesta más aún reconocérnoslo. Nuestra idea acerca de nuestras posibilidades sigue siendo mucho mayor que la que la realidad nos muestra. Venimos dotados como especie de una cierta sensación de invulnerabilidad por la que pensamos que las cosas les pasan a los demás o que, en caso de ocurrirnos a nosotros, seremos capaces, mejor que otros, de afrontarlas y resolverlas. Esto es, claro está, meridianamente erróneo. Nuestra sensación en ese sentido nos juega una mala pasada y generalmente solemos darnos cuenta de lo frágiles que somos cuando ya estamos rotos. P.- Situaciones de repercusión mundial como el terremoto en Japón parecen haber mostrado que la crisis, también en las sociedades occidentales, puede “sacudirnos más allá de lo material o físico”. R.- A mí lo ocurrido en Japón me traía reminiscencias, en cierto sentido, de otras grandes catástrofes como fueron en su momento el 11-S o e Tsunami que azotó Asia hace unos años. Obviamente, con claras diferencias entre unas y otras, sobre todo por la intervención o no de la mano humana en las consecuencias de la tragedia, que no es una cuestión menor. Pero sí que ante todas estas situaciones la herida que queda va mucho más allá de los aspectos que mencionas. Nada ni nadie parece quedar a salvo de las crisis, por eso este libro trata un tema que nos toca a todos. Pero sobre todo, ningún aspecto de la persona queda al margen de ellas tampoco. Si lo pensamos detenidamente, incluso cuando las heridas físicas han sanado y los daños materiales han sido restablecidos, queda una herida latente, mucho más profunda, en nuestra psique y nuestra área espiritual tampoco queda al margen de ello. En esos momentos todo nuestro ser se vuelve convulso, nos acercamos más a Dios, o por el contrario nos cuestionamos su existencia y, más aún, nuestra posición ante ello. Nada en nosotros es, entonces, ajeno al influjo de la crisis. P.-¿Es negativo que el hombre tenga un impulso natural por superar las crisis por sí mismo? R.- Tenemos un serio problema con pedir ayuda, y de fondo casi siempre hay un cierto tinte de autosuficiencia. Nuestro impulso natural proviene, a mi entender, incluso de nuestros comienzos en el Edén, cuando el hombre pensó que solo podía y que no le hacía falta nadie más para alcanzar y ser lo que quería. No es bueno que el hombre esté solo, la ayuda para él forma parte de la propia creación de Dios (y hablo, obviamente, trascendiendo mucho más allá de la vida de pareja, que es el contexto al que pertenecen estos textos que menciono, pero que creo que no se reducen exclusivamente al contexto romántico). Sin embargo, somos tremendamente individualistas y, en el fondo, nos gusta creer que hemos sido nosotros, sin ningún tipo de ayuda, los que hemos conseguido resolver una determinada situación. Eso nos asigna el mérito en exclusiva, alimenta nuestro ego… pero no es una fuente positiva más allá de la satisfacción que proporciona en ese sentido. Al contrario, nos hace tener una idea de nosotros mismos como de supermanes en cierto sentido y nos incapacita aún más en ocasiones venideras para pedir ayuda. Sólo en algunos casos, en que la persona se niega a pedir ayuda por no molestar, puedo vislumbrar algún grado de bondad en el hecho de no pedir ayuda, pero en la mayor parte de las ocasiones, lo que subyace a este asunto es nuestro propio ego. P.- “No confiéis en los príncipes, ni en ningún hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra, en ese mismo día perecen sus pensamientos” (Salmo 146). Estas son algunas de las palabras de la Biblia que citas en el libro. Ante esta afirmación, ¿dónde buscamos la salida a la crisis, entonces? R.- Obviamente, no es la misma perspectiva la que tiene ante la crisis alguien creyente que alguien que no lo es. Entender que las circunstancias están todas al control de una mano más allá de la nuestra, la de Dios mismo, significa también comprender que la salida a la crisis está en esa misma mano. Como decíamos antes, lo que quizá más cuesta al hombre es aceptar que ante la crisis, solo no puede y que necesita ayuda. Reconocer que de quien ha de venir esa ayuda es Dios mismo es un reto todavía mayor. Pero eso no cambia la realidad de que le necesitamos. Para los unos y para los otros, la salida a la crisis se encuentra en el único Dios que controla todas las circunstancias. La diferencia es doble: unos lo saben y otros no; unos usan esa ayuda y otros deciden voluntariamente prescindir de ella. P.- Si pensamos en cómo afrontamos las crisis en diferentes áreas de nuestra sociedad, como la economía (altos niveles de endeudamiento), la educación (los niveles altos de abandono escolar), o la familia (lo poco que duran los matrimonios), da la sensación de que ante las situaciones difíciles a menudo reaccionamos con escapismo, o huyendo hacia a adelante. ¿Qué nos lleva a intentar ignorar los problemas que tenemos enfrente? R.- Creo que actualmente sabemos muy poco acerca de resolver problemas. Por matizarlo y ser algo más justa, diré que sabemos mucho de los problemas a nivel teórico, pero no da la sensación de que a nivel práctico estemos tan “puestos” en la materia, a la luz de cómo resolvemos nuestras situaciones cotidianas. Lo que no funciona, simplemente, lo sustituimos, como si de un pequeño electrodoméstico se tratara. Lo que no sabemos abordar, lo evitamos. Lo que no nos interesa hacer, lo delegamos en otros… y así sucesivamente, en todas las áreas de la vida. Tenemos lo que los psicólogos llamamos una baja tolerancia a la frustración, es decir, buscamos el placer inmediato y toleramos muy mal cualquier cuota de malestar. Por ello, cada vez más, el esfuerzo y el afrontamiento activo de las crisis parecen no tener lugar en nuestro modus operandi. Simplemente buscamos la emoción positiva que nos permita vivir en cierto sentido en un mundo de Yupi, pero la realidad es otra bien distinta y esto, tarde o temprano, terminamos por aprenderlo. P.- Para alguien que no cree en Dios, la idea de que necesitamos del Creador para salvarnos de nuestra crisis puede sonar a “falta de confianza en uno mismo”. ¿Qué le responderías? R.- La visión de sí mismo que el hombre tiene le coloca en el centro de su mundo y le ve como un superhombre capaz de todo lo que se propone. El humanismo más duro habla alto y claro en esta línea y lo hace, por ejemplo, en ámbitos tan de moda como el coaching empresarial. La visión que incluye a Dios y le coloca en el lugar que verdaderamente le corresponde, en el centro, entiende que el hombre tiene muchas capacidades, sin duda, pero las ve como un regalo divino y que, en primera y última instancia, dependen del Creador para ser puestas en marcha. El cristiano ha decidido dejar de tener confianza en sí mismo como si no hubiera nadie más, para depositar su confianza en el que le da la vida y le sostiene. Lo que hace, lo hace en la gracia de Dios, y esto incluye el afrontamiento de las crisis. Para el humanista, lo peor que se puede hacer es perder la confianza en uno mismo. Para el creyente, la confianza no puede estar en mejor lugar que en Dios mismo. P.- Se dice que las crisis siempre son una oportunidad para dejar aflorar algo nuevo. ¿Vemos esto en la Biblia también? R.- La imagen bíblica del alfarero que le da forma al barro y da lugar a todo un duro proceso de transformación es muy gráfica. La crisis, sin duda, nos hace más fuertes cuando conseguimos superarla y produce, por ejemplo, paciencia en el proceso, tal como dice Santiago en su carta. La crisis siempre tiene un elemento de riesgo, de peligro, pero también de oportunidad y la oportunidad supone en muchas ocasiones un aporte de novedad, de generación de nuevos recursos y capacidades que nos permiten seguir adelante. P.- Una de las afirmaciones en las que profundizas en el libro es esta: “Dios permite la crisis”. ¿Cómo explicar esto a alguien que está en una situación realmente complicada? R.- Esta es una pregunta que me sirve muy bien para matizar algo que es tremendamente importante. Las personas somos muy dadas a frases fáciles cuando otros están pasando momentos de crisis. Somos así. Desde fuera, todo se ve mejor y más sencillo. Y tendemos a usar frases que, aunque reflejan realidades inapelables, no son lo más adecuado en situaciones complicadas. En el libro se habla de que Dios permite, está, obra, habla, escucha… en la crisis. Estas realidades nos sostienen en ella cuando volvemos a pensar en esto una y otra vez. Pero llegar a esta conclusión o reflexión por unas vías no es lo mismo que hacerlo por otras. Cuando esta frase viene descontextualizada o de manera aislada, la persona puede sentir (y así es, efectivamente, en muchas ocasiones por desgracia) que el otro minimiza su crisis. Y esto levanta un muro entre ambos muy difícil de franquear. Qué diferente sería, antes de recordar al otro que Dios permite la crisis aunque es bien cierto, que reconociéramos lo difícil que es su situación, el dolor que trae a su vida y la desesperanza en la que parece encontrarse. Estas frases nunca deben usarse desde la trivialidad o la receta estándar, sino desde el dolor compartido con quien sufre y el convencimiento real de que DIOS tiene un propósito en la vida de esa persona. P.- Una de las próximas veces que podremos oírte será en el evento nacional de los Grupos Bíblicos de Graduados, el GBG 2011 de este año. Tu seminario tratará sobre el tema de la confesión y el perdón, desde una perspectiva bíblica. ¿Nos puedes contar algo de cómo vas a enfocarlo? R.- Estos temas son siempre un misterio para nosotros, porque nos hablan de algo que parece ser antinatural en nosotros. Confesar y perdonar no son asignaturas fuertes para el ser humano en general e incluso han venido marcadas por un tinte ciertamente negativo en muchas ocasiones por ser mal entendidas. Por eso creo que merecerá la pena detenernos en contrastar la perspectiva humana sobre la confesión y el perdón con la alternativa que supone la visión divina de ambos. Sólo cuando comprendemos el papel de la gracia en todo ello podemos vislumbrar algo de lo que verdaderamente significan y del bien que traen al ser humano. *“Las Crisis” de Lidia Martín, se puede conseguir poniéndose en contacto con Publicaciones Andamio: [email protected] ó tel. 93 432 25 23. También visitando su librería cristiana más próxima.

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