En busca del culpable de mi fracaso

Da lo mismo que se trate de algo celestial o terrenal, material o espiritual, mercantil o financiero, moral, o lo que sea. No importa lo grande que sea el fracaso ni lo abultado del problema, tampoco que sean graves las consecuencias y menos que muchos salgan perjudicados sean ateos, agnósticos, cristianos o musulmanes ¡que más da! Si las cosas se hacen mal o salen mal y hay a mano un culpable, no hay problema. ¿Y si no hay culpable? —se preguntará alguno— ¡Vaya tontería! Pues, se busca un culpa

23 DE MAYO DE 2009 · 22:00

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Y si se busca y no se encuentra, se lo inventa uno que para eso está la imaginación. Este es el deporte nacional —y hasta de más allá— de práctica generalizada sea de manera consciente o inconscientemente. No se escapa nadie, ni personas, ni asociaciones, ni partidos políticos, ni instituciones por muy evangélicas que sean éstas. Ahí está esa tendencia tan humana pegada a tal condición que, a fuerza de ejercitarla, llega a convertirse en una verdadera habilidad practicada con excelencia y, a veces, hasta con auténtica fruición. Esa perspicacia susceptible que permite ver en el otro la causa de todos nuestros males con su deducción lógica: Si el otro no existiera o despareciera los problemas propios se habrían acabado para siempre. Pareciera que esa es una cuestión reciente y fruto de la vida urbana pero un día te das un paseo por el libro del Génesis y te das cuenta de que la cosa viene de antiguo. Estaba recién estrenado el actual estado de cosas, es decir, ya los humanos habían hecho uso indebido de la completa libertad con la que fueron dotados y habían perdido para siempre aquella inocencia del principio por lo que su vida se iba hundiendo en el caos. Habían pasado unos años de todo esto pero, comparativamente hablando, hacía cuatro días. Dos hermanos —Caín y Abel— ofrecían sus sacrificios a Dios y, como Dios se agradaba sólo de los de Abel, Caín se enfadó mucho y se le notaba en la cara. Dios intentó hacerle reflexionar para que viera dónde estaba su propio fallo, en qué se estaba equivocando y qué estaba haciendo mal para poder corregir lo que fuera necesario. Que ejerciera la introspección, vamos. Caín, por su parte, estaba convencido de que tanto su fracaso como las causas y las consecuencias tenían un nombre: Abel. Si Abel no existiera él no tendría ningún problema de modo que, sin pensárselo dos veces, mató a su hermano, y a otra cosa. El resultado no se hizo esperar. Aquello no mejoró la aceptación de Dios sino al contrario su relación empeoró, y mucho. De golpe se le vino encima maldición de la tierra, frustración en el trabajo, desarraigo de los suyos, peligro de la vida y un serio estigma. Han pasado miles de años desde entonces y hoy somos civilizados y vivimos en una sociedad muy avanzada pero da la impresión de que en esto no nos hemos movido demasiado del sitio.

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