Monsiváis: escenas de temor (una) y amistad (muchas) (I)

Me le acerqué con temor y temblor. Pocas semanas después de que Carlos Monsiváis cumplió cincuenta años, en 1988, me decidí a tratar de establecer contacto con él y, de ser posible, solicitarle que me diese algo de su tiempo para conversar sobre un tema que yo sabía era para él de central interés: el protestantismo mexicano."/>

Cómo conocí a Carlos Monsiváis

Monsiváis: escenas de temor (una) y amistad (muchas) (I)

Me le acerqué con temor y temblor. Pocas semanas después de que Carlos Monsiváis cumplió cincuenta años, en 1988, me decidí a tratar de establecer contacto con él y, de ser posible, solicitarle que me diese algo de su tiempo para conversar sobre un tema que yo sabía era para él de central interés: el protestantismo mexicano.

25 DE JUNIO DE 2010 · 22:00

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Con la decisión tomada en mente y corazón me apresté a ser uno más de los asistentes a la presentación de un libro en la que Monsiváis sería comentarista. El acto estaba anunciado para tener lugar en el auditorio de la librería El Sótano, en el sur de la ciudad. Fue tal el número de personas que se dieron cita para ser testigos del evento, que el mismo debió mudarse al estacionamiento de la librería, donde el gentío se apretujaba para escuchar las palabras del escritor. El acto concluyó, mientras yo muy atento seguía con la mirada los pasos del escritor. Estaba casi seguro que Carlos Monsiváis se adentraría en la librería para otear en la mesa de novedades bibliográficas. Así fue, y entonces me armé de valor para irme acercando a él. De súbito enfiló hacia la salida, y apenas traspasó la misma le llamé por su nombre. Él se detuvo y aproveché para decirle que había leído en La Jornada la entrevista realizada por un reportero del diario con motivo de estar por cumplir cincuenta años (José Luis Perdomo Orellana, 23 de abril de 1988). Me miró e hizo un gesto amable pero no hizo comentario alguno. Pero cuando le señalé que en esa entrevista había mencionado a varios personajes históricos del protestantismo, de inmediato me reviró: “es que yo soy protestante”. Mencioné que yo también lo era, a lo que un afable Carlos rubricó: “ah, entonces llámame por teléfono a mi casa”. No esperé más de dos días y realicé la llamada telefónica. Él mismo me respondió y me hizo una invitación para que lo visitara en su domicilio. Fue un domingo en la tarde, cuando crucé el portón y tras caminar por el patio delantero fui recibido por Carlos Monsiváis en su sala/biblioteca/estudio/audioteca/hemeroteca/fototeca. Tuvimos una cálida conversación, que me permitió dejar atrás el temor y temblor de días atrás. Me hizo varias preguntas sobre cuestiones relacionadas con mi identificación con el protestantismo. Ya relajado yo también le hice comentarios de las evocaciones bíblicas en sus escritos. Nos despedimos y salí del lugar con la intención de compartir a mis amigos sobre los detalles del encuentro. Para cuando entablé el contacto inicial con Carlos Monsiváis yo ya estaba enterado de lo escrito por él en su Autobiografía de 1966 sobre su procedencia protestante. Con interés arrobado leí que él, en la misma primera página del breve volumen, a los 28 años, se declaraba “precoz, presuntuoso y protestante”. Supe por ese volumen de su casi devoción por la traducción de la Biblia realizada por Casiodoro de Reina y publicada en 1569; y de la posterior revisión llevada al cabo por Cipriano de Valera en 1602. En la Autobiografía, Monsiváis informaba a sus lectores acerca de su iconografía heterodoxa, en la que estaba ausente la virgen de Guadalupe. En cambio citaba como personajes de su admiración a protestantes desconocidos para la inmensa mayoría de los mexicanos. En las páginas de la Autobiografía leí y releí afirmaciones suyas como las siguientes: “Pertenezco a una familia esencial, total, férvidamente protestante […] Mi verdadero lugar de formación fue la Escuela Dominical. Allí en el contacto semanal con quienes aceptaban y compartían mis creencias me dispuse resistir el escarnio de una primaria oficial donde los niños católicos denostaban a la evidente minoría protestante, siempre representada por mí. Allí, en la Escuela Dominical, también aprendí versículos, muchos versículos de memoria y pude en dos segundos encontrar cualquier cita bíblica. El momento culminante de mi niñez ocurrió un Domingo de Ramos cuando recité, ida y vuelta a contrarreloj, todos los libros de la Biblia en un tiempo récord: Génesiséxodolevíticonúmerosdeuteronomio”. En mi primera lectura de la Autobiografía no comprendí algunas menciones de Monsiváis, ya que convertido al protestantismo en mi adolescencia carecía de una formación que me permitiese aquilatar mejor sus afirmaciones: “Leía apasionado a Dumas y Michel Zévaco porque Los cuarenta y cinco o los Pardaillan eran hazañosos en medio de las guerras de religión y yo, hugonote intensísimo, lloraba desolado evocando la Noche de San Bartolomé […] Me correspondió nacer del lado de las minorías y muy temprano conocí el rencor y el resentimiento y justifiqué por primera vez el oportunismo en la figura de Enrique IV, no porque creyese que [la ciudad de México] bien vale una misa, sino porque toda posibilidad de venganza, así fuese la anacrónica de recordar a un príncipe hereje que gobernó Francia, me sacudía de placer”. Yo no podía vislumbrar que la primera conversación con Carlos Monsiváis sería la antesala de una larga serie de diálogos con él, de encuentros afectuosos y enriquecedores en los que también participaron en distintas ocasiones mis amigos y hermanos Carlos Mondragón, Esteban Cortés, Alfredo Echegollen, Marcos Cornish, Alberto Bielma, Fernando Pérez y Oscar Jaime Domínguez, entre otros. Una y otra vez regresamos a temáticas bosquejadas por Monsivaís en la multicitada Autobiografía: "A la hora de la comida [en casa] debía enterarme de persecuciones en los pueblos, de linchamientos y asesinatos. Mi primera imagen formal del catolicismo fue una turba dirigida por un cura que arrastra a cabeza de silla a un pastor protestante […] Mi protestantismo duplicaba mi juarismo. Las Leyes de Reforma independizaban a la sociedad mexicana de un clero al que jacobina y calvinista y justamente atribuía muy buena parte de los grandes males del país”. En veintidós años, de 1988 a 2010, mi temor primigenio por encontrar el tiempo y el lugar para intentar un contacto personal con Carlos Monsiváis se transformó por su generosidad y calidez en incontables encuentros, intercambios, coincidencia en foros acerca de la tolerancia y el protestantismo, requerimientos de su parte para concertar citas con liderazgos del amplio abanico que es el cristianismo evangélico, sesiones de cantar himnos, enseñanza de su parte a un grupito que tenía limitados conocimientos de la música góspel, préstamo y regalo de valiosos volúmenes para acrecentar el acervo del Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano, espacio que él acompañó desde que Carlos Mondragón y quien redacta este artículo le compartimos del proyecto. Concluyo esta primera parte con unas líneas de Carlos Monsiváis, las que escribió como dedicatoria en mi ejemplar, que atesoro y no prestaré más, de su Autobiografía. Si las reproduzco es solamente para que los lectores comprueben su conocimiento de la Biblia, y no por lo que dice de mi persona. Conmovido recuerdo su afecto: “A Carlos Martínez García, que es más obsesivo que Josué 1:9, más beligerante que Juan 1:1, y más cumplido que Salmos 1:1, el saludo amistoso de Carlos Monsiváis”. “Tiemble el enemigo y huya de la lid”.

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