La caminata transformadora

Van los dos caminantes a pie, cabizbajos, confundidos, comentando lo que ha pasado en esa pascua en Jerusalén. Al profeta Jesús cuyo verbo claro y rotundo entusiasmaba a los pobres y atraía por igual a pescadores como Pedro, a guerrilleros como Simón Celote y a cobradores de impuestos como Mateo, lo acababan de ejecutar.

03 DE ABRIL DE 2010 · 22:00

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Se había atrevido a criticar sin cortapisas a la élite docente y religiosa, “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas”, echándoles en cara la hipocresía y la religiosidad aparatosa con que cubrían su corrupción y sus abusos. Al ver la religión convertida en negocio se había indignado al punto de armarse de un látigo y echar a los mercaderes. Los saduceos que administraban el negocio del templo y la jerarquía religiosa, que había perdido la confianza del pueblo, se pusieron de acuerdo en que había que eliminar a este profeta: era un peligro para el desorden establecido. Como ellos no podían matarlo, ya que el poder romano era el que dominaba, había que convencer al gobernador Poncio Pilato, conocido por ser de mano dura con los revoltosos y como buen romano preocupado sobre todo por el orden y la estabilidad. Acusaron a Jesús de estar soliviantando a las masas y de querer hacerse rey. Pilato entrevistó personalmente a Jesús y se dio cuenta que era inocente de aquello que lo acusaban. Pero, “con la jerarquía religiosa nos hemos topado”, dijo para sí, y aunque trató de lavarse las manos terminó cediendo al chantaje. El profeta fue condenado a morir crucificado. Una vez más la injusticia disfrazada de justicia triunfaba, el odio vencía al amor, el mal se imponía sobre el bien. La vieja historia se repite. Es el drama humano de siempre y no hay esperanza de cambios. Por eso van los dos caminantes hacia Emaús, cabizbajos y derrotados. Serán once kilómetros de triste recorrido. Se les une otro caminante y se inicia un diálogo inesperado, un diálogo absorbente como esos que de pronto podemos tener en el tren hoy en día. El viajero los lleva a pensar en las palabras del libro sagrado, donde todo lo que pasó estaba predicho, y les refresca la memoria sobre lo que el propio profeta había anunciado. Hablaba tan bien y con tal poder de convicción que el corazón les arde, y cuando llegan a destino lo invitan a cenar con ellos. Y allí en la cena toma la iniciativa de partir el pan y bendecirlo. En ese momento los caminantes se dan cuenta que el viajero es el profeta mismo y éste desaparece. ¡Con razón no pudieron encontrarlo en su tumba! ¡Jesús vive, ha resucitado conforme lo anunció! Y aquí estamos nosotros esta mañana, veinte siglos después, a la otra orilla del Mediterráneo, uniendo nuestras voces a las de millones de discípulos y discípulas repartidos por todo el planeta, que en más de dos mil idiomas proclaman también: ¡Ha resucitado! Hay esperanza: la injusticia, el odio y el mal no tienen la última palabra. Y se puede vivir una vida nueva y diferente porque el poder que resucitó a Jesús puede actuar también en nosotros, hoy mismo (Romanos 8:11).

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