El actor y la nada

La recepcionista le ve acercarse con paso inseguro y colocarse detrás de la última persona que aguarda para solicitar información.

20 DE FEBRERO DE 2010 · 23:00

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Cuando llega al mostrador saca trabajosamente de una cartera un sobre con documentos.
Vengo para arreglar lo de la jubilación, señorita.
Y es en ese momento cuando ella identifica la voz y le dedica una mirada de reconocimiento. Sí. Es él –se dice. Aunque afincado en Barcelona desde que la recepcionista lo recuerda, el actor* jamás ha perdido su acento argentino. Se le ve bien, sigue estando guapo, y tiene brillando aún en sus ojos, a pesar de cierto innegable aire de derrota, aquella picardía que siempre le caracterizó.
¿A qué departamento debo dirigirme? Porque quisiera retirarme… –hace una pausa-. ¿Sabes qué me gustaría? Jugar a la petanca, como todos los abuelos; no me importaría tener un apartamento más pequeño; disfrutar con mis nietos; jugar al dominó en el bar… Tengo sesenta y ocho años ya, y estoy cansado.
Mientras revisa la documentación que el actor le muestra, la recepcionista es amable con él y le dice que con sus espectáculos en el teatro ha regalado momentos de sonrisas a muchas personas, y también con sus intervenciones en la radio.
Va a tener usted suerte de que esto se le pueda tramitar aquí, que ya sabe cómo somos en la administración, que entre el ´esto no es aquí´ y el ´vuelva usted mañana´… Pero precisamente en la primera planta se encuentra el departamento de ´Artistas y Toreros´, sí, agrupados así, y nosotros añadimos socarronamente ´y gente de mal vivir´
El actor capta la broma y ríe, y busca la mano de la recepcionista y se la estrecha cariñosamente antes de dirigirse hacia donde le ha indicado. Al cabo de un rato, el actor reaparece. No hay nadie en el mostrador, y cruza la mirada con la recepcionista, que le hace un gesto con la cabeza. Entonces él se acerca.
¿Puedes creerlo? Toda la vida trabajando, luchando día a día, todos y cada uno de los días, y no voy a quedar ni mileurista.
No es la primera vez que la muchacha escucha esta misma historia, aunque no deja de sorprenderle que alguien tan reconocido y de tanto éxito se la esté refiriendo en primera persona.
Que un empresario para el que trabajaste durante un año o más –prosigue el actor- no te cotizara, ya es grave. ¡Y cómo le encuentras, si es que aún está vivo! Pero que no lo hiciera televisión española, que me mandaba los billetes cada semana para ir a Madrid, que deben estar los programas grabados… Y no te hablo de la prehistoria, sino de los ochenta…
La recepcionista dice lo que suele decir en estos casos:
No se apure todavía, que hay veces que lo que no aparece en un primer momento se encuentra en una búsqueda un poco más cuidadosa… Sí, sí, ahora mismo presento un escrito de reclamación. Pero es que uno se ha dejado la piel, se ha dejado la vida. Y si he tenido trabajo, muchas veces es porque me he producido yo mismo los espectáculos… Y eso que se dice de que un aplauso compensa de todo… ¡Si en algún momento alguien se cree eso, necesita urgentemente un amigo que le dé una patada en el trasero y le haga poner los pies en el suelo!
Desde el mostrador la chica sigue mirando al actor, que aún cavila:
Y menos mal de la Fundación de Ayuda al Artista, que si no… ¡Es que no te queda nada! ¡Te dejas la vida y no te queda nada! –mirando a la recepcionista intensamente a los ojos, repite casi en un susurro- Nada…
Ella, delicadamente, le indica dónde debe entregar los documentos y se despide con amabilidad. No sabe si la atención especial que le prestan sus otros compañeros mitigará por un instante siquiera toda esa atmósfera de fracaso o quizá una pizca del dolor de huesos que evidencia al andar o el inconfesable vacío del alma. Porque el actor le ha dicho: Nada… ¿Vanidad de vanidades? ¿Todo es vanidad? Mejor acuérdate de tu Creador ahora que eres joven y que aún no han llegado los tiempos difíciles; ya vendrán años en que digas: “No me trae ningún placer vivirlos”. Hazlo ahora, cuando aún no se apaga la luz del sol, de la luna y de las estrellas, y cuando aún hay nubes después de la lluvia… El discurso ha terminado. Ya todo está dicho. Honra a Dios y cumple sus mandamientos, porque eso es el todo del hombre. Dios nos pedirá cuentas de cada uno de nuestros actos, sean buenos o malos, y aunque los hayamos hecho en secreto. **
*Responde a las iniciales A.P. **Del libro de Eclesiastés, capítulo 12.

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