Iris Robinson y la hipocresía

No vacilan en juzgar los pecados de los demás, pero esconden bien sus propias faltas. Son exigentes a las hora de pedirles cuentas a los otros y otras, pero en contraste, cuando son sorprendidos en sus excesos, para sí demandan comprensión. Siempre andan a la caza de la paja en el ojo ajeno, nunca reparan en la viga que deforma sus percepciones.

16 DE ENERO DE 2010 · 23:00

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Las palabras más duras de Jesús fueron las que dirigiera a los hipócritas. A los personajes religiosos de dos caras, los actores que lo mismo se ponían una máscara que otra, para ocultar su, verdadero rostro. Como entonces, ahora la hipocresía tiene buenos representantes en las comunidades cristianas. Los hipócritas se sienten y creen superiores a sus hermanos y hermanas en la fe. Y con mayor razón se auto enaltecen frente a los de afuera. Son implacables con las debilidades humanas que derrumban a sus congéneres, y se piensan inmunes al virus del mal consustancial al género humano. A diferencia de Jesús, que se identificaba con la fragilidad humana, que se condolía de su condición y era movido a compasión; los hipócritas se regodean en condenar y lacerar a los que juzgan caídos. Su soberbia hipócrita convenientemente olvida lo prescrito por el apóstol Pablo: “Así que, el que piense estar firme, mire que no caiga” (I Corintios 10:12, Reina-Valera). O como traduce la Biblia en Lenguaje Actual: “Por eso, que nadie se sienta seguro de que no va a pecar, pues puede ser el primero en pecar”. El pecado es muy democrático: a todos y todas nos alcanza, se nos filtra por todo nuestro ser. Por lo cual debemos recordar constantemente que “Este mensaje es digno de fiar y digno de ser aceptado sin reservas: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (I Timoteo 1:15, Biblia del Peregrino América Latina). Lo entendió bien John Newton, esclavista inglés que a partir de su conversión dedicó buena parte de su ministerio a combatir la ominosa esclavitud. Él repetía que sabía bien dos cosas: que era un gran pecador, pero que Cristo era un gran Salvador. Su convicción quedó cincelada en el estremecedor himno Amazing grace, que él compuso. El asunto de la hipocresía entre nosotros los cristianos se me ha hecho presente por el caso de Iris Robinson, esposa del ex primer ministro de Irlanda del Norte. En los primeros días del año Iris supo que la BBC de Londres estaba a punto de dar a conocer la relación sentimental y sexual que tuvo durante varios meses del 2008 con Kirk McCambley, cuando ella tenía 58 años y él 19. Fue así que la esposa de Peter Robinson optó por dar a conocer el asunto por sí misma, así como renunciar a su escaño de diputada en el Parlamento de Irlanda del Norte y Gran Bretaña. La señora Robinson es conocida en la política norirlandesa por sus constantes referencias a la Biblia, y es del conocimiento público que es ferviente integrante de una iglesia pentecostal, el Tabernáculo Metropolitano de Belfast. Al tiempo que Iris Robinson evadía defender los derechos civiles de los homosexuales (incluso justificó la golpiza homofóbica padecida por un gay); mantenía en secreto su affaire con el joven McCambley. Investigaciones periodísticas revelaron que el asunto de la infidelidad de Iris tenía antecedentes: ella había sostenido también relaciones extramaritales con el padre de Kirk, William McCambley, y a mediados de los años ochentas con un diputado correligionario del Partido Unionista Demócrata. En el asunto que hizo explotar toda la mascarada, la relación con Kirk McCambley, el marido de Iris no se comportó como ella había querido que lo hiciera Hillary Clinton con su esposo en el caso de la infidelidad de éste con Mónica Lewinsky. Iris, sin vacilar sentenció que "Ninguna mujer puede aceptar lo que ella toleró a su marido cuando era presidente. Sólo estaba pensando en el futuro de su propia carrera política". Peter Robinson sí perdonó a su esposa, ¿diría ella que lo hizo por motivos políticos? El tópico de la señora Robinson, que ha resucitado el viejo éxito de la canción de Paul Simon y Art Garfunkel (Mrs. Robinson) y la película The Graduate, alcanza cuestiones de tráfico de influencias para obtener dinero y facilitar trámites en favor de Kirk. Por sus conexiones políticas Iris obtuvo para el amante, que por la edad podría ser su nieto, 27 mil euros con los que abrió una cafetería en el sur de Belfast. Ella se quedó con el diez por ciento de la cantidad conseguida para abrir el negocio. Al terminar las relaciones de Iris con Kirk, ella le exigió la devolución del dinero, la mitad del cual por voluntad de Iris sería canalizado a su iglesia, el Tabernáculo Metropolitano de Belfast. No obstante que Peter Robinson, el primer ministro, dijo ser ajeno a las maniobras de tráfico de influencias de su esposa que beneficiaron a McCambley, y en parte a Iris, las fuertes críticas en las filas de su propio partido le llevaron a presentar en días pasados su renuncia al cargo gubernamental. En el tema de la señora Robinson, y su continuada operación de encubrimiento de relaciones extramaritales al tiempo que demandaba de la ciudadanía norirlandesa ceñimiento a la ética bíblica, nos parece que lo escrito por el corresponsal de El País en Londres da en el blanco: “Todo político, como cualquier ciudadano, tiene derecho a una vida privada, a hacer de su capa un sayo. Pero un político que apela a la religión para intentar imponer un modelo de comportamiento al conjunto de la ciudadanía, tiene que ser consecuente con ese credo. Y predicar con el ejemplo” (10/I). No es posible negar las crudas palabras de Peter Tatchell, uno de los más comprometidos activistas homosexuales en el Reino Unido: “Iris Robinson es una hipócrita”. Tenemos que ser humildes y como Nicolás Berdiaev recordarnos cotidianamente la dignidad de Cristo y la indignidad de los cristianos. Somos vasijas de barro que guardan un gran tesoro (II Corintios 4:7).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Kairós y Cronos - Iris Robinson y la hipocresía