Destrucción y donación de embriones

Eliminar vidas inocentes no puede ser nunca una buena solución. ¿No sería preferible limitar la congelación a aquellos casos en que fuera estrictamente necesaria? ¿Por qué no se realizan más fecundaciones in vitro mediante donación de embriones congelados a parejas estériles, incapaces de originar gametos sanos, que podrían ver así satisfecho su anhelo de paternidad? ¿Qué inconveniente habría en la práctica de esta adopción prenatal?

16 DE ENERO DE 2010 · 23:00

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¿No sería mejor empezar la relación con el nuevo bebé adoptado, no ya en el momento del parto sino antes, desde el mismo instante en que se inicia su desarrollo embrionario y durante todo el embarazo? La destrucción deliberada de embriones es una práctica que atenta contra la conciencia cristiana. Aparte de tratarse de una acción insensata, dado el elevado valor que posee el embrión, tanto desde el punto de vista médico como humano, el respeto a la dignidad de la vida naciente hace que este acto sea completamente rechazable para una ética cristiana. Lo que de manera eufemística se ha llamado "reducción embrionaria", es decir, la eliminación en el mismo útero materno de los embriones que se consideran sobrantes, es una práctica inaceptable que debería evitarse. ¿Por qué no transferir al claustro materno sólo dos o tres embriones que se han dejado madurar unas horas más, lo cual aumentaría seguramente las probabilidades de anidación? ¿Es justo eliminar vidas sólo para aumentar el porcentaje de éxitos? Lo mismo puede decirse de la utilización de embriones con fines puramente experimentales. La manipulación de cigotos o embriones preimplantatorios sólo debería estar éticamente justificada en aquellos casos en los que se persigue la solución de alguna deficiencia embrional. Si lo que se busca es la curación de una enfermedad precoz del propio embrión, se trataría de una actividad éticamente aceptable, pero si lo que se pretende es utilizarlo como medio para lograr fines que beneficien a otros pero no a él mismo, tal actividad resultaría censurable e incluso moralmente ilícita. Sacrificar embriones humanos en aras de la investigación científica es algo que nos parece asimismo rechazable desde una ética bíblica, aunque las leyes lo permitan. No obstante, conviene también tener en cuenta que el riesgo de que se comentan abusos no debe frenar el uso legítimo de una técnica que, si se realiza correctamente, va en favor de la vida y puede promocionar intereses verdaderamente humanos. En cuanto al tema de la fecundación in vitro en el ámbito matrimonial, a pesar de ciertas opiniones en contra que la rechazan por ser contraria al orden natural de la reproducción humana o porque se realiza artificialmente separando el aspecto unitivo del procreativo, lo cierto es que desde la perspectiva evangélica no debiera ser tachada de inmoral. Si se llegase a dar una solución ética definitiva al tema de los embriones sobrantes o se lograra de alguna forma evitar su creación, la fecundación in vitro, en sí misma, no contradice ningún valor humano que sea fundamental; no atenta contra el amor de la pareja sino más bien al contrario, une a los cónyuges en un deseo común por vencer su esterilidad. La nueva criatura que puede llegar a nacer no es un elemento extraño o extranjero en el hogar, aunque haya sido concebido mediante sofisticada tecnología biomédica, sino un bebé deseado y querido de antemano. No hay, por tanto, nada deshumanizante en una acción que pretende abrir a la vida un amor infecundo desde el punto de vista biológico.

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