Los Andes, Chile
14 de enero

Cuando amanece oigo al Aconcagua cerca, muy cerca: aurora en las rodillas: silbido como de cera derretida. La materia cristaliza, porque nada de lo creado puede existir por su propio mérito. Estamos en Portillo Hotel, junto a un lago que llaman Inca, que se congela en invierno, y crea vapor o niebla pasajera en verano."/>

Lo difícil de lo fácil

Los Andes, Chile
14 de enero

Cuando amanece oigo al Aconcagua cerca, muy cerca: aurora en las rodillas: silbido como de cera derretida. La materia cristaliza, porque nada de lo creado puede existir por su propio mérito. Estamos en Portillo Hotel, junto a un lago que llaman Inca, que se congela en invierno, y crea vapor o niebla pasajera en verano.

31 DE OCTUBRE DE 2009 · 23:00

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El edificio amarillo chillón en medio de un paraje apenas trastocado por los alrededores me despierta cierta pena, igual que esa necesidad del hombre de dejar su impronta en todo lo que ve: la necesidad de que algo le pertenezca por el sólo hecho del contacto físico: el empeño en decir “esto es mío”. Eso me da pena, más que el color chillón y el metal en la piedra (luego descubro que el color chillón es importante, porque en invierno el hotel se sumerge en la nieve, o la nieve lo envuelve, y por lo tanto, la significancia de destacar). El camino hasta aquí, desde el lugar llamado Los Andes, hasta los Andes verdaderos, sumando incontables flechas, tendidos eléctricos y letreros hechos a mano de mil maneras, parecía suave y cubierto de rosas invisibles, de senderos perfectamente trazados y delimitados. Y es sencillo recorrerlo en un 4x4 bien equipado. Sin embargo, a pie y con sudor, entre espinos, alambres también manuales, y aridez ensortijada en nuestras vestimentas es más difícil de lo pretendido. Es un paso en pendiente, muy progresivo, a través de la cordillera, antes de comenzar un ascenso asequible, pero duro que lleva a la frontera física con Argentina y con Cristo Redentor. Se cruza entre cerros mortales, que pueden dar una sensación de agobio a aquellos poco acostumbrados a verse rodeados de montañas. Lo más difícil de un lugar que parece fácil de transitar es detenerse a contemplar la misma facilidad, y en un sendero como el andado, vencer la torpe idea inicial de creer que todo se repite continuamente. Así, se empiezan a apreciar formas sorprendentes en la roca, matices hermosos en el crecimiento apartado y pausado. Como si la roca pensara largo y tendido, durante años y décadas, en el proceso de su movimiento, en los inconvenientes y ventajas de formar parte del mundo. Más aún en este sitio tan perteneciente a la tierra en su esencia de explosión contenida, como extraña a ella en su insólita acumulación de agentes geográficos, para nada fortuitos. Como ya he dicho antes, da la sensación de que los montículos han dialogado y negociado con Dios antes de tomar cualquier decisión sobre su emplazamiento y dificultad para ser manoseados, mucho tiempo incluso antes de nuestros pensamientos acerca de ellos. Aspiro el fragor contenido de la cordillera. Un roce que procede de las alturas y que me da las fuerzas necesarias para avanzar.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tierras - Lo difícil de lo fácil