Eurovisión: votos, vecinos y `frikis´

¿Qué extraña adicción provoca el festival de Eurovisión? En una época de platos cocinados en tres minutos, series de TV con capítulos-píldora de 25 o 45 minutos, mp3 para escoger un tema sin tener que tragarse todo el disco,…, resulta que un programa que puede superar fácilmente las tres horas sigue enganchando.

23 DE MAYO DE 2009 · 22:00

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De acuerdo, el mejor momento es el de las votaciones, aunque en la edición celebrada la semana pasada en Moscú la emoción terminó muy pronto, ya que Noruega batió todos los récords (y se hizo con el título a falta aún de varias votaciones; estilo Barça, vaya) y la pobre Soraya ya veía que no se comía un torrado, y que sólo se salvaba de ser colista si llegaban los 12 puntitos (que llegaron) de ¡Andorra!. Soraya vendía antes del festival el habitual discurso de vamos a ganar y todo ese rollo, pero era más que evidente que la calidad de su canción era muy discutible (con un cutre spanglish de los que hacen época), aunque el festival no se caracteriza precisamente por fomentar eso. Hay un no sé qué, un efecto Eurovisión, un tono que convierte a una canción en festivalera o no: si se trata de una balada, eso sí, necesita un buen y lacrimógeno acompañamiento de piano y un rostro con un deje angelical. Pero una canción festivalera necesita los siguientes ingredientes: ritmo + letra simple + crescendo (momento balada + explosión y estribillo) + punto exótico (ya sea un violín, como el de Noruega, o un toque étnico-folklórico que suene a mira estos moldavos como incluyen de bien esos ritmos orientales que todos bailan por la calle) + un deje disco dance. Hay otro elemento festivalero que también ha dado sus frutos, como es el debatido frikismo. ¿Qué es friki en Eurovisión? Resulta que un grupo de ucranianos vestidos con cascabeles y gorrito de gnomo y saltando como un coro soviético no es friki, pero Chikilicuatre, el travesti israelí Dana Internacional, los finlandeses Lordi ataviados de monstruos de peli de serie B o el austríaco Alf Poyer (quizá el friki por excelencia de la historia de Eurovisión, con su aire desganado y esos cutre animales de cartón pluma a su lado), sí que lo son. Y recordemos que Lordi y Dana ¡ganaron el festival!, mientras Poyer fue sexto y hasta Chikilicuatre llegó al 16ª lugar con casi el triple de puntos que Soraya en Moscú. En esta edición el frikismo ha bajado de intensidad y ha encumbrado a un jovencito noruego con un tema resultón. Poco más. Pero está claro que el supuesto frikismo anima el festival y, repito, Dana Internacional ganó en 1998 con una actuación digna de fiesta de drag queen carnavalesca (con el tema Diva, eso sí, pegadizo, pegadizo), y los nórdicos Lordi arrasaron en el 2006 con una brutal y monstruosa (en todos los sentidos) puesta en escena que ni los Kiss (bueno, ellos sí). Capítulo aparte merecen los que, para mí, encarnan la máxima expresión de esta broma dentro de la broma que es el festival: Rodolfo Chikilicuatre (representando a España en el 2008) y Alf Poyer (a Austria el 2003). Por un lado, pues, nuestro Rodolfo Chikilicuatre, un personaje creado por la productora El Terrat (la del gran Andreu Buenafuente), una broma que fue
 
creciendo gracias a la votación popular en internet y que llevó al actor David Fernández a representar a España casi sin darse cuenta y a provocar un debate que ni el de la nación Zapatero-Rajoy. Sí, al país al que habían representado Massiel, Mocedades, Sergio Dalma, Anabel Conde o Salomé (por citar nombres con buen resultado final), pero que desde el sexto puesto de David Civera (¡buf! peñazo, peñazo) en el 2001 iba de mal en peor: primero, los soseras triunfitos, que después de pasar meses de gala en gala, de pique en pique, de bronca en bronca y de ensayo en ensayo, veían como uno tras otro (aunque con resultados dignos) iban pasando festival tras festival sin opción de ganarlo (Rosa, en el 2002, quedó séptima, mientras Beth, octava, y un tal Ramón, décimo, iban bajando peldaños). Las mentes pensantes de RTVE, pues, cerraron el grifo triunfito y en los años 2005 y 2006 mandaron dos productos a cual más horroroso (Son de Sol y Las Ketchup), que se hundieron ambas hasta la 21ª posición, cosechando la indiferencia de todo un continente digna de los cero puntos de la pobre Remedios Amaya años ha. La cutre tabla de fin de curso de los D´Nash del año siguiente (vigésima plaza), sin comentarios, aunque ellos mismos osaron criticar la participación de un Chikilicuatre que consiguió más puntos que ellos, que quedó cuatro puestos más arriba y que lanzó una de las canciones del verano (no hablamos de calidad, oigan, hablamos de diversión, de espectáculo televisivo puro y duro). El otro gran friki (mi favorito) es el austríaco Alf Poyer. Este buen hombre se plantó en la edición del 2003 con una puesta en escena y una
canción que no era más que una parodia de los propios montajes del festival, pura crítica e ironía. Acompañado de animales de cartón y un coro de chicas haciendo bailes grotescos, Poyer legó al mundo una canción que parecía, primero, surgida de un sketch de Barrio Sésamo, pero con un estribillo añadido propio de alguna banda punk nacida de algún antro londinense en el 77. Sin voz, con un ritmo más que simplón, con un estribillo infantil y vestido con la primera camiseta que encontró en el armario, el Poyer que tanto ridiculizaron los comentaristas de Televisión Española (TVE) durante la emisión, terminó el festival en ¡sexta posición!. Haciendo un simil futbolero, Poyer se clasificaba por méritos propios para la UEFA, mientras nuestra Beth, pura mercadotecnia, diseño y todo eso, quedaba por debajo de nuestro friki predilecto. Chikilicuatre y Poyer ni tan sólo son cantantes. Son actores metidos en el fregado, una forma sana de reírse de un concurso que, cada vez más, está condicionado por las votaciones entre países vecinos. Y que conste, nada que objetar, ya que España tampoco se queja de los votos habituales de Andorra y Portugal (aunque los comentaristas sí lo hacen cuando el bloque nórdico o el de la Europa del Este empiezan a mover el marcador). Sea como sea, no deja de ser de estudio sociológico como países que han llegado a estar en guerra (Serbia-Bosnia-Croacia) o han sufrido rupturas más o menos traumáticas (Rúsia-Ucrania-Letonia-Lituania) se dedican ahora a otorgarse las máximas puntuaciones posibles. Eso sí (más sociología), los históricos enfrentamientos entre las grandes potencias continentales (Alemania-Francia-Reino Unido) siguen más que vigentes, ya que entre sí no se dan ni las gracias. Y allí en medio, España, que no recibe votos ni por afinidad migratoria (Alemania y Turquía, por ejemplo, son primos hermanos en este capítulo), mientras que la vecinal se limita a Portugal y, desde hace pocos años, a la recién llegada Andorra. ¿Y Francia? Pues eso, ni las gracias. Mutuamente, que conste. Eurovisión tiene razón de ser (las elevadas audiencias de esta última edición así lo confirmaron), aunque hay que mirarlo como un show, un espectáculo con momentos dramáticos, pero también con otros humorísticos y hasta críticos con el propio festival.
 
Si quiero música, ya iré a la FNAC. Hay países que para recuperar glorias pasadas incluso recurren a cantantes de prestigio (este año, Israel participaba con Noa, mientras Francia lo hacía con Patricia Kaas), aunque yo sigo votando por encontrarme año tras año a personajes como Lordi, Chikilicuatre, Dana Internacional, Alf Poyer y, claro, a algún grupo de moldavos, rusos o irlandeses ejecutando una danza regional al más puro estilo que nos recordaba el fabuloso Franco Battiato (recomendable, muy recomendable) en su canción “Yo quiero verte danzar”:
Yo quiero verte danzar como los zíngaros del desierto con candelabros encima, o como los balineses en días de fiesta. Yo quiero verte danzar como derviches tourneurs que giran sobre la espina dorsal al son de los cascabeles del kathakali. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza. Y Radio Tirana transmite música balcánica mientras bailarines búlgaros, descalzos sobre braseros ardientes. En Irlanda del Norte, en verbenas de verano, la gente anciana que baila a ritmo de siete octavas. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza, danza. Y gira todo en torno a la estancia mientras se danza. En el ritmo obsesivo la clave de ritos tribales, reinos de hechizos y de los músicos gitanos rebeldes. En la baja Padana en verbenas de verano, la gente anciana que baila, viejos valses vieneses.
Eso sí, la gran decepción de esta reciente edición la he tenido con la ausencia como comentarista de José Luis Uribarri, la voz por excelencia de Eurovisión. Uribarri siempre sabe cómo se distribuirán los votos, siempre pisa con comentarios innecesarios la canción del ganador o se deshace en excesivos elogios hacia el vestido de la presentadora de turno. Pero su voz, su tono, equivalen a Eurovisión. Y nos la han quitado. Si tiene que ser así, reclamo como comentarista hispano para futuras ediciones a Rober Bodegas (el monologuista de Sé lo que hicisteis) o a las hormigas Trancas y Barrancas. Puestos ya a ser frikis

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