Compré el disco que contenía la canción (
First Impressions of Earth) unos meses después, cuando el precio había bajado de la nube de los 21 euros. Ese día, al darme cuenta de que por fin estaba al alcance de mi presupuesto (y de mis principios morales), volví a hacer la ruta desde la letra “T” de la sección
pop-rock internacional a otro de esos ´auriculares liberados´ –como los móviles sin compañía adjudicada-, con el disco bajo el brazo, a comprobar que después de todo ese tiempo no había cambiado de opinión. Esta segunda vez escuché los 30 primeros segundos un track más avanzado en, el “6”, exactamente, y todo confirmado, la progresión de las guitarras de “Vision of Division” me sacaba de dudas, lo iba a comprar.
Al llegar a casa me puse a escuchar el tercer álbum de la banda, mientras buscaba en Internet críticas del disco. Y vaya sorpresa. Por lo que parecía, me había enamorado del “disco menos trabajado de The Strokes”, según coincidían varias revistas especializadas. Otros decían que el grupo se había perdido en la desidia. Pues vaya mala pata, es como si descubres un nuevo restaurante que te parece la panacea: bueno, bohemio y barato, pero acabas descubriendo que todos tus amigos ya han estado allí, y que además creen que cualquier otra cosa que han probado es mejor.
¿Te quita eso la ilusión por esa mesa en el rinconcito, y el plato combinado que te parecía perfecto y a precio ideal? No, por lo menos no me pasó con el disco. Con The Strokes había descubierto una utilización de las guitarras como nunca las había oído (
las escalas descendentes de Nick Valensi. en “Heart in a Cage” son…wow), un protagonismo vertebrador del bajo que se hacía notar sin necesidad de poner el equipo de música en modo
Bass Boost (vaya ritmo impone Nikolai Fraiture en “On the other Side”).
Y sí, aunque reconozco que me obsesiona la producción de los discos, y que a veces a uno le ciega tanto el sonido que no le deja ver las canciones, pocas veces había oído una combinación tan cuadrada de los instrumentos en algo que no fuera música clásica.
Conforme van pasando las canciones de First Impressions of Earth a uno le da la sensación de que hayan aplicado el truco de “Spinal Tap”, eso de ponerle un punto más de volumen a los amplificadores
de cada instrumento, para poder llegar hasta el
11 en lugar del habitual
10 que marca el máximo. Todos sacan un plus de sonido de debajo de las piedras. Y el resultado es que todos los integrantes de la banda son protagonistas, una obra sin actores secundarios. Un sonido cargado, cargado.
En algo sí que me ha sido más fácil coincidir con los críticos (en el sentido literal de la palabra): la voz de Julian Casablancas es de puro tedio. [Inciso: no es de extrañar que el número de Mayo 2009 de ´Rolling Stone´ le incluya en la lista de los músicos que más viven del cuento, todo encaja…]. El cantante arrastra las sílabas al largo de los compases y a duras penas puede aguantar los ritmos agudos que le marcan el resto del grupo. Como si estuviera allí por obligación, su voz parece cansada de las canciones, de la banda y de la vida en general.
Pero conforme pasan las pistas uno se da cuenta que precisamente en esta observación podría estar el quid de la cuestión.
Todo es una metáfora: el hombre frustrado que ya no aguanta el curso que le marca la vida.
Poco después de salir emocionado de Fnac con un nuevo potencial disco preferido, y después de escucharlo varias veces empecé a intuir algo al leer las letras (¡todos los discos deberían llevar las letras!) que comprendí que era profundo.
El mensaje de First Impressions of Earth es desesperante, es la frustración absoluta de las máscaras, del aparentar. Es el buscar sin esperanzas de encontrar, la resignación de tener que disfrutar la vida, el vacío de haber probado las 10 opciones que hay y no haber descubierto nada nuevo en ninguna de ellas. The Strokes comunican con bastante exactitud lo que algunos sociólogos definen como un síntoma en las generaciones que hemos nacido en el posmodernismo.
Todo es relativo, todo es posible, todo se puede probar, pero uno no encuentra una identidad plena en nada.
Si uno se cree el mensaje que Casablanca va transmitiendo tema tras tema, la conclusión acaba siendo peligrosa.
Todo es demasiado fácil.
Por unos momentos fue interesante
Pero ahora empieza a ser tiempo de decir adiós
Oh, estás frío, estás tan frío. (“Juicebox”)
La desgana lo inunda todo. No hay nada que tenga un valor más allá del instante, todo es decepción:
Estoy cansado de todas las personas que conozco
De todas las personas que veo
En la calle y en la televisión
…
Odio a todo el mundo
Odio a todo el mundo
Me odio a mí mismo por odiarlos a ellos
Así que beberé un poco más
Y así los amo
Pero cuando beba más
Los odiaré aún más de lo que los odiaba antes (“On the other Side”)
Vacío, vacío, y la soledad de quien siente que la vida era una trampa, que la promesa de un sentido era un cuento:
Son las 3 de la madrugada
Y estás comiendo solo
El corazón late en una jaula
Todos nuestros amigos se ríen de nosotros
Ahora desconfías
De todas las personas a las que amabas
Ayúdame, ya no soy yo el mismo
Mira a nuestro alrededor, ya no queda nadie. (“Heart in a Cage”)
Y para no alargar mucho la agonía, todo se resume en el track 11, donde Casablanca en un tipo de canción de taberna desgarrada concluye, después de hablar de fiestas y emociones descontroladas:
Sí, todo era sólo un sueño
Oh no, ¿era real?
No lo sé (“15 Minutes”)
En 2007, tras la gira de
First impressions of Earth, The Strokes se tomaban un “tiempo de hibernación muy necesario”, como explicaron después. Tiempo para que cada integrante del grupo probara con nuevos proyectos, por separado. Tiempo para intentar encontrar algo nuevo. Algo que no sea irritantemente tedioso. Algo que llene de verdad.
“El que beba del agua que le daré, jamás tendrá sed”. La frase es de un tal Jesús. Una respuesta contundente para The Strokes.
Sólo falta que se den por aludidos.