¿Un `evangelista´ en `Física o química´?

La capacidad del sacrificio humano no tiene límites. Y si no, que se lo digan a este pobre plumilla, a este juntaletras que intenta analizar lo que le rodea. Atención: ¡me he tragado en Antena 3 tres episodios de la serie Física o química! Pero que conste que ha sido para estudiar la presencia de un personaje evangélico en su reparto, nada más, puro interés casi sociológico. Y he sobrevivido, aunque la sobredosis de diálogos insulsos, tópicos y deja vu por metro cuadrado no me la q

02 DE MAYO DE 2009 · 22:00

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Creo que no sufría tanto desde la época de Las noches de tal y tal de Jesús Gil o de las túnicas astrales de Rappel. Pero vayamos por partes: de entrada, una serie de ficción española ambientada en una escuela o un instituto ya es garantía de cutrez. Hay series buenas (y malas, claro) sobre médicos, periodistas, policías, detectives o abogados, pero ¿qué enigmática maldición (ya parezco Iker Jiménez) persigue a los creadores de series escolares? ¿Hace falta adentrarse en el recuerdo y poner sobre la mesa engendros como Al salir de clase (sí, la de Elsa Pataky y Pilar López de Ayala), en Telecinco, o Compañeros, en Antena 3? De acuerdo, visionar tres episodios (los tres primeros de la tercera temporada) quizá no sea suficiente para hacerse una idea sobre Física o química, pero les puedo asegurar que en ella he visto más sexo (con orgías y relaciones entre alumnos y profesores incluidas), drogas, violencia, racismo y engaños juntos que en Yo Claudio. O sea, que el instituto Zurbarán lleva varios cuerpos de ventaja a la Roma más decadente y a Sodoma y Gomorra juntas. Y también, de acuerdo, hablamos de ficción, pero con el riesgo de hacerlo desde una plataforma que, en apariencia, pretende basarse en la realidad más cercana. ¿Que en la mítica V salen unos marcianos que comen ratones? Ningún problema, ya que ningún hijo de vecino pensará que la dependienta del Zara de al lado pueda ser una alienígena que se nutre de tiernos roedores de ojos rojos. Pero cuando la serie narra el día a día de un centro de salud, un mercado, una gasolinera o una escuela, es decir, de realidades próximas a cualquier ciudadano de a pie, entonces la necesidad de una cierta verosimilitud o credibilidad se hace más patente. Contextos cercanos requieren de un cierto costumbrismo para ofrecer una buena serie (Periodistas o El comisario serían buenos ejemplos). Si no, los guiones, los diálogos y las sobreactuaciones resbalan por los pantanosos terrenos del culebrón y la exageración. Y eso, es lo que le ocurre a Física o química. Tampoco se trata de que cualquier colectivo que no se sienta bien representado en una serie se queje (repito, es ficción), pero el exceso de esta ha incluso provocado que la Confederación de Padres y Madres de Alumnos (COFAPA) pidiera la retirada del programa al considerar que “denigra” al colectivo de profesores y al considerar que hace “un flaco favor a los padres que intentan educar a sus hijos en valores y virtudes que nada tienen que ver con las que muestra esta serie”, tal como detalló la presidenta de la entidad, Mercedes Coloma, a la agencia Europa Press. Encarna Salvador, secretaria general de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (CEAPA), también denunció en su momento que la serie da una visión “perniciosa” de alumnos y profesores. Para Salvador, tantos estereotipos “tumban” los proyectos educativos de la CEAPA, en los que a través de talleres o cursos se habla de los riesgos de la droga o de las enfermedades de transmisión sexual. “Con series así todos nuestros esfuerzos son inútiles”, señala. Estas quejas demuestran lo de una cierta necesidad de ser creíbles en una serie basada en temas cercanos, ya que seguro que los padres y las madres no levantarán su voz contra una serie que muestre, por ejemplo, a un coche que habla (El coche fantástico) o a una familia encabezada por una vampiresa y una especie de simpaticote Frankenstein (Los Munster). Uno de los puntos débiles de la serie es la forma como tienen de forzar uno tras otro los estereotipos de personajes plagados de tópicos, ya sean el profesor enrollado con los alumnos o el director trepa, o los propios alumnos. Entre estos está el rebelde, la hippy, el nazi, el empollón, la que se lía con todos, el que enamora a todas, el macarra, el tímido, el gay, y así hasta el infinito y más allá que diría Buzz Lightyear. Sin olvidar que la relación entre alumnos y profesores va mucho más allá del horario escolar (todos se conocen y saben donde viven) o que algunos de los chicos tienen en realidad cinco años más que los 17 (primero de bachillerato, vaya) que quieren representar en la serie (una situación que, de forma brillante, parodiaron en la tristemente desaparecida Siete vidas con Anabel Alonso ejerciendo de jovencita en una serie dentro de otra serie). Con parte de razón, pues, la misma Antena 3 recordó que la serie “no es un documental, sino ficción”. ¿Qué piensan sobre Física o química algunos críticos televisivos? Veamos: “Es una serie sobre profesores y alumnos con un reparto más sólido en el lado docente. El problema es que no se vio nada que no se haya visto. El aulario televisivo quizás sea el subgénero menos original. Desde luego, mucho menos que algunas series de médicos o policías. Da la sensación que el único remedio narrativo en este tema es escapar hacia la sátira y el estereotipo deforme.” Tomás Delclòs (El País) “El futuro pinta negro: el aliento de los niños que van a la escuela (en la tele) es fétido. En Sin tetas no hay paraíso (Telecinco), las colegialas suspiran por salir del extrarradio vía prostitución. En Física o química (Antena 3) ya hemos visto líos profe-alumno, suicidios, drogas y puyas racistas. Semillas de maldad en las aulas. No future.” Daniel R. Caruncho (ADN) “Podemos decir que es el Compañeros de esta década. Eso sí, con un dramatismo de agárrate y no te menees. Si en las antiguas series de institutos todo versaba sobre amores, desamores, botellones y marginaciones light, en Física o química ya nos cascan un coma y un suicidio en el primer episodio. Así, sin más. Yo, la verdad, no sé si mi adolescencia fue en excesivo cateta o que los chavales que ahora tienen 17 años viven en una tiranía y un congojo que ríete tú de los institutos americanos.” Lunny Descarriado (Portalmix) Una de las innovaciones de la serie por lo que respecta a introducir un perfil de personaje es, en esta tercera temporada, con la inclusión de un personaje (Quino, interpretado por Óscar Sinela), creyente evangélico que permite a los guionistas adentrarse (o intentarlo) en temas como la fe, la castidad o la moralidad. La primera queja podría ser lo tópico que resulta el personaje, pero teniendo en cuenta que toda la serie es un tópico en mayúsculas, la verdad es que el de Quino no es uno de los personajes peor resueltos, ni mucho menos. Hay algún fallo formal, eso sí, como el hecho de identificarse él mismo como evangelista y no como evangélico o protestante (un error garrafal y habitual en televisión y en la sociedad en general) pero el resto de su participación en las tramas del Zurbarán no están tan mal desarrolladas. Veamos: Episodio 1, Tercera Temporada, “Empezar de nuevo” Quino, un chico tímido, llega al Zurbarán y, ya de entrada, consigue
 
captar la atención de varias chicas. Entre ellas, Yoli, con una fama algo dudosa debido a su facilidad por mantener relaciones sexuales con muchos chicos (de hecho, su mote es Zorra poligonera, pura poesía). Las primeras palabras de Quino las oímos cuando, en un debate sobre quién debe decidir lo que es correcto, él responde: “¿Dios? Es una posibilidad; lo hemos hecho desde hace tiempo”.
O sea, que el chico, con un cierto aire de ingenuidad, explica sin ningún problema su visión sobre el control del mundo. A su alrededor, caras de extrañeza (lógicas) y hasta uno de sus compañeros santiguándose, un deje católico, pero que no es de extrañar en una sociedad en la que cualquier filiación espiritual se vincula a la mayoría religiosa, aunque sea más nominal que otra cosa. Entre los chicos del instituto, Quino despierta cierto recelo y envidia. Uno de ellos llega a decir que “con la pinta de rockero y la guitarrita ¿quién se creerá? ¿Bob Dylan con el rollo religioso?”. Más tópico, de acuerdo, pero que evidencia que el guionista, si algo no tiene es los 17 años de los protagonistas, ya que la referencia a la conversión de Dylan no cuela en un entorno que, como mucho, estará al tanto del último single de El Canto del Loco o de algún hip hopero con la gorra al revés y una camiseta de los Lakers demasiado ancha. Eso sí, Yoli lo tiene claro: “Que tenga un punto espiritual me pone”, a lo que otro compañero le aclara: “Ya, porque a ti siempre te ha ido lo espiritual”. Correcto, bienvenidos al planeta tópico. Y al de los diálogos chorras. Pero sigamos, que para eso me tragué tres episodios: Quino cuenta que nació en Venezuela y que está en España desde los 11 años. Su doble nacionalidad, pues, lo convierte también en un personaje que encaja en el papel de inmigrante latinoamericano, un perfil que, como veremos, también tiene un peso importante en la historia (por llamar a estos guiones de alguna manera). Eso sí, aunque sus compañeros le cuelguen, al conocerle, la etiqueta de santurrón, Quino fuma y bebe con los demás sin demasiado problema (tampoco caeremos en el error de afirmar que los evangélicos no fuman y no beben, ¿no?) y como que Yoli también le hace tilín, le dice que la invita a verle tocar con su grupo. Le da la dirección de un local, pero no le cuenta que se trata de una iglesia evangélica. El local es modesto, uno de los típicos lugares de reunión en un barrio modesto y, en este caso, con mayoría de inmigrantes latinoamericanos entre sus miembros. El nombre de la iglesia, El Nuevo Camino, y la ambientación del mismo (el tipo de carteles colgados, los bancos,…) en la serie es más que aceptable, por lo que al menos demuestra una buena documentación por parte del equipo de guionistas. Episodio 2, Tercera Temporada, “El adiós” Paralelamente a la historia de Quino y Yoli, otro chico del instituto, Julio, vive un proceso de transformación en neonazi que se integra en un grupo que pone el punto de mira, precisamente, en la iglesia de Quino. Otro diálogo impagable. Cuando Yoli confiesa a un amigo que ha quedado con Quino, ella, en un alarde de ingenio sin parangón, dice: “Espero que sea para tomar un café y no para excomulgarme”. Más frescura, vaya, y más confusión con vocabulario católico en un capítulo plagado de jóvenes que van de adultos y con una promiscuidad más que agotadora. En un giro de guión que ni Diablo Cody, resulta que el evangelista medio inmigrante y el nazi ¡tienen que hacer un trabajo juntos!. Y para rizar el rizo, pues que el nazi se enternece un poco e intenta evitar que Quino vaya a la iglesia esa noche, ya que su grupo de hitleritos tiene previsto atacarles. Quino y Yoli siguen avanzando en su relación. ¿Más perlas? Quino: “Que sea evangelista no quiere decir que no sea un chico normal, que me guste salir, las chicas…”, antes de confesar a Yoli que ha tenido cuatro novias en su vida. La historia se complica cuando Quino se niega a que otro compañero, Fer, les acompañe al cine por el hecho de ser homosexual. El diálogo va así: Quino: “Que haga lo que quiera con su vida, pero al final todos tendremos que pasar cuentas” y “La Biblia es bastante clara sobre la gente que vive de esa manera”. Yoli: “Ya, y la Biblia dice que Dios creó el mundo en siete días y que la mujer nació de la costilla del hombre ¿Qué pasa? ¿También te lo crees?” Quino: “No es lo mismo. Y odio a la gente que cita la Biblia sin haberla leído ¿Tú te la has leído?”. O sea, que los guionistas de la serie ya pueden empezar a planchar sus chaqués para cruzar la alfombra roja y recoger un futuro Oscar, que están que se salen. En fin, seguimos. Los nazis, con cadenas y palos, van a la iglesia y apalizan al grupo de jóvenes que sale de ensayar. Entre ellos, Quino, aunque Julio ha avisado a escondidas a la policía en su particular proceso de redención. Al día siguiente, Quino llega al instituto magullado, pega a Julio y le acusa de formar parte del grupo de neonazis. Julio, en cambio, insiste en que él intentó salvarle, pero Quino le echa en cara que “aunque yo no estuviera, te daba igual que pegaran a mis hermanos del culto” (al menos aquí el vocabulario sí que es evangélico y no habló de los feligreses de la misa. Algo es algo). Julio (condicionado por una nueva novia, hermana del líder del grupo nazi) acaba complicándose la vida al empujar a una profesora, que pide una orden judicial de alejamiento.
Sigamos con Yoli y Quino. Ella, ante su actitud con los gays, comenta que “me he colgado de un monje franciscano” y que “si el medio venezolano quiere vivir en la Edad de Piedra y refugiarse en sus cánticos y sus rezos, allá él”. Más vocabulario católico, vaya. Para recuperar la confianza de la chica, Quino se pone un piercing (además del Oscar, el guión arrasaría en su tópica antesala, los Globos de Oro, ¡anda qué no!). Ok, pues piercing en la oreja, pero Yoli le pregunta a Quino sobre un curioso anillo que lleva en un dedo. Exacto, se trata de un anillo de castidad (sí, como el de Hannah Montana o los Jonas Brothers), ante el que Quino explica que “no me puedo acostar con nadie hasta que no me case”. Otro chasco para la pobre Yoli. Episodio 3, Tercera Temporada, “Crimen y castigo” A la espera de ver cómo evoluciona el papel de Quino en el cuarto episodio (¿seré capaz?), los guionistas deben haber visto que la retahíla de tópicos sobre el personaje se agota, por lo que su presencia cae en picado. Su único momento es cuando, al enterarse del verdadero currículum de Yoli con los chicos, Quino empieza a esquivarla. Venga va, diálogo de Palma de Oro en Cannes: “Que somos muy diferentes y lo nuestro no va a funcionar” (Quino), ante lo que Yoli responde: “Te mentí porque me gustas. Sabía que si te enterabas no te iba a gustar. Yo no puedo borrar mi pasado, igual que tú no puedes borrar tus creencias”. Al final, no obstante, Quino la perdona y se reconcilian como pareja, al mismo tiempo que Julio, después de recibir una paliza de los propios nazis por defender a Fer (sí, el gay), culmina su particular proceso de perdón y redención. CONCLUSIÓN Sería un error quejarse de la presencia de un personaje evangélico en la serie. ¿Tópicos? Muchos, pero ya hemos dicho que toda la serie es un gran tópico. Al menos, un personaje similar normaliza un poquito la presencia evangélica en un país donde tan sólo se habla de los protestantes en televisión en reportajes estilo Callejeros (o sea, cuando se adentran en algún poblado gitano y en sus iglesias de Filadelfia) o en otros que, con vocación más seria, se dedican a denunciar la figura de los telepredicadores que cuentan fajos de billetes detrás de los púlpitos o a recordar que hasta el mismo Papa habla de sectas para referirse al crecimiento evangélico en algunos países. Así, Quino se erige como un pequeño oasis. En una serie mala, sí. Con diálogos de vergüenza ajena y unas sobreactuaciones que ni Grace Kelly en Mogambo. Pero con un perfil y una actitud más que creíble, con sus luchas entre un contexto donde sexo y drogas campan a sus anchas; con sus dudas ante el amor que surge con alguien no creyente; con sus enfrentamientos a la incomprensión e incluso la violencia por parte de quien ve en la diferencia una amenaza. Hasta ahora, las únicas referencias espirituales que aparecían en series hispanas se basaban en el típico cura de pueblo bonachón (y secundario, claro) o en las monjas (¿recuerdan la serie Hermanas?) que viven entre las restricciones de la clausura y una vida dedicada al prójimo. Quizá me equivoque, pero no me consta en otra serie ningún personaje evangélico con cierta relevancia en una trama narrativa. En definitiva, de lo que menos nos podemos quejar acerca de Física o química es, precisamente, de la presencia de este chico. Mi queja va, directamente, hacia la baja calidad del producto, aunque quizá lo digo por ser evangelista y por escandalizarme de las típicas orgías y del típico consumo de típicos estupefacientes varios de nuestros típicos jóvenes. Quizá sea eso. Típico.

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