Un tranvía llamado Muerte de un viajante

Nuestra literatura, fiel reflejo de nuestra sociedad occidental, es como si un día vas paseando por Central Park (una preciosa, verde, refrescante y cautivadora mañana de sábado) y de repente te encuentras un agujero negro supermasivo, inexplicable, en mitad de un camino de tierra. Así ocurre, que en lo aparentemente sencillo, a veces uno se encuentra con dilemas irresolubles.

07 DE MARZO DE 2009 · 23:00

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Esto que están leyendo no es un artículo, sino un ejercicio de vagueo. Es una excusa. En diez horas he de presentarme al examen final de mi famosísima asignatura de Literatura Norteamericana (cuyo título original es Contracultures de postguerra als Estats Units, supongo que para darle más emoción), y en estas diez horas que me quedan he de terminar de entender este guirigay de temáticas enrevesadas, releerme enterito Un tranvía llamado Deseo (1959) de Tennesse Williams, dormir unas cuantas horas decentes, despertarme, ducharme, desayunar, viajar en metro y sentarme en un aula de la universidad a esperar a que empiece el turno de mi sufrimiento. A mí la tensión me provoca dolores de cabeza y nauseas. No sé cómo estaré dentro de diez horas, pero ahora mismo, no estoy bien. Mi mayor consuelo es saber que por esta razón Dios inventó los exámenes de septiembre. Llevo dos noches y varias semanas detrás de organizar los contenidos y estudiarlos y comprender, de una vez, de qué están hechos estos autores de cuyas obras están nuestras referencias culturales y nuestras películas de Hollywood llenas. Y no consigo ver nada claro. La profesora no dejó de ver connotaciones a una homosexualidad reprimida en cada cosa que tocábamos. Y yo no sé si estar de acuerdo, o en desacuerdo, pero me adscribo a lo que dijo Tennesse Williams (un homosexual reprimido gran parte de su vida): que aquellos que solamente quieren que se hable de homosexualidad, en la vida, en el arte, en la cultura, están haciendo muy estrecha su visión de la realidad. En cualquier caso, lo que más me ha trastornado, lo que me mantiene en este estado de caos, a punto de un colapso, es esta cita de Flannery O´Connor, escritora sureña (del Sur de Estados Unidos), a propósito de lo grotesco en la temática de los escritores sureños de esta época: “Siempre que me preguntan por qué tienen los escritores sureños, en particular, una marcada inclinación por escribir sobre freaks(1), yo digo que es porque nosotros somos todavía capaces de reconocer uno. Para ser capaz de reconocer un freak, tienes que tener una cierta concepción del hombre en su totalidad, y en el Sur la concepción general del hombre es, todavía, principalmente, teológica”. Una concepción teológica del hombre nos da la capacidad de identificar lo inusual. Para poder entender esto, debemos mirar al hombre, al ser humano, en toda su concepción teológica: un ser de carne y hueso, creado perfecto, pero corrupto por su propia culpa. Lleno de pecados, de fallos, incapaz de comunicarse con Dios por sí mismo, como debería ser. Un ser creado con una aspiración divina en su interior. Y si miramos al hombre común desde aquí, es cierto lo que dice Flannery O´Connor: lo raro, lo inusual, lo estrambótico, lo esperpéntico, lo grotesco del género humano, se nos aparece mágicamente delante de los ojos. Más que observarlo todo desde la pobre perspectiva de la identidad sexual de cada uno, esta perspectiva de lo friqui, de lo inusual en el mundo, teológicamente hablando, de repente se me ha presentado como el motor de las grandes obras de la literatura. En dos de las obras que tendría que haber estudiado para el examen de mañana se puede ver: En Muerte de un Viajante (1949), de Arthur Miller, desde nuestra visión teológica del hombre, vemos que Willy Loman, el protagonista, es un friqui, un ser que ha fracasado en darle un sentido a su propia existencia, un reflejo de tantos otros Willy Loman para quienes lo único importante es prosperar, tener una casa más grande, conseguir un puesto de trabajo más importante, tener más dinero, y al final descubren que obtenerlo no les satisface. Acaba harto de todo y decide suicidarse, harto de perseguir durante décadas un sueño
 
americano que no ha sido hecho a su medida, de “casi” conseguirlo, una y otra vez. Un viajante que no ha disfrutado jamás del viaje, obsesionado siempre con el destino. En Un tranvía llamado Deseo, la protagonista, Blanche, es otro friqui: una mujer que se vuelve loca, que se viste con joyas baratas, con ropas aristocráticas, que defiende una clase que no tiene, que se rodea de un aura de misticismo de la que carece, y se cree su propia mentira para no caer de lleno en su miserable realidad: una mujer pecadora, infame, mentirosa, manipuladora, perversa y pervertida. La literatura está llena de personajes que, aún siendo representaciones, son fieles reflejos de sus imágenes en la realidad. No sé cómo sería en los años 40 y 50 del siglo XX la zona sur de Estados Unidos, lo conocido como el cinturón bíblico (una zona geográfica marcada por una fuerte coyuntura social alrededor del protestantismo evangélico, principalmente bautista, de corte muy conservador), desde donde escribió esta inquietante teoría Flannery O´Connor. No sé cómo será en el resto del mundo, pero en el sitio donde yo vivo hay una enorme cantidad de friquis. Y mirarlos desde los ojos de Flannery O´Connor es demasiado inquietante. Son demasiadas preguntas. ¿Y ahora, además, resulta que nuestra literatura contemporánea cumple esta función, nos remarca la visión teológica del hombre para destacarnos lo inusual del mundo? Yo no lo sé. Eso supondría revisar todas nuestras viejas teorías literarias. No tengo respuesta a una pregunta tan compleja. Es como enfrentarse a la existencia de un agujero negro en mitad de Central Park, o del Parque del Retiro: uno no sabe por dónde empezar a darle sentido, pero ahí está. Tal vez por eso me esté dando miedo presentarme al examen de mañana(2).
1) Dejo freaks sin traducción porque el término de jerga del español actual friqui, que viene de aquí, define muy bien a este tipo de personajes, mucho más allá de lo comúnmente traducible como locos o lunáticos o extravagantes. 2) Nota de la autora a posteriori: definitivamente me he de presentar a la segunda convocatoria, pero no porque no llevara preparado el temario, sino porque me equivoqué de lugar y de hora.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El alma del papel - Un tranvía llamado Muerte de un viajante