Sobre cosas inútiles esta noche

¿Cómo pretendo yo hablar de poesía en medio de un planeta y de una Humanidad que se descompone en pedazos? Los medios de comunicación nos bombardean las retinas con todas las desgracias ante las que no podemos hacer gran cosa. ¿Por qué seguir insistiendo por el Arte, la Literatura, la Poesía? Por eso mismo: deje el mundo de allá afuera a un lado, véngase a dar una vuelta por su mundo interior. Haga algo sensato: cambie de tema por un rato.

31 DE ENERO DE 2009 · 23:00

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Perdónenme el desaliento. Perdónenme si me desvío unos centímetros de mi cuestión. Pero basta saber que esta noche en la que escribo acabo de apagar el televisor porque me aburrían unos hombres peleándose en una tertulia sobre lo de los autobuses ateos. Había un cura con voz de pito, cuyo único argumento era que los ateos no tienen razón y punto. Había una señora periodista enfadada con los católicos que se manifiestan en Madrid, y el único que parecía sereno era el señor ateo, que hablaba como un seguidor del Opus Dei. Y perdón, que no quiero faltar al respeto al sacerdote, ni a la periodista, ni al Opus Dei, pero (suspiro) qué espesor tan intenso... En la televisión a nadie le interesa descubrir un poco más de verdad, sino la más pura y pragmática audiencia, y estoy segura de que Jordi Torrents estará de acuerdo conmigo. Si no es así, la presencia en esa tertulia del cura chillón no tiene explicación en el Universo. El asunto está en el aire, vuela y nos sobrevuela, y a veces cae sobre nuestras nucas como si fueran incómodas y frías gotas de una cornisa. Hoy a una persona le ha parecido frívolo que yo dijera que el tema no me preocupa, porque en realidad, es una fantástica excusa para hablar con cualquiera acerca de por qué yo sí creo en Dios. Me han llamado frívola, y eso me ha dejado muy intrigada. No me lo han dicho con desdén, ni con ánimo de ofender, sino como si fuera una verdad absoluta y consabida. Me pregunto hasta qué punto la gente que me rodea cree que yo, rodeada de libros y de las fantasías de gente, a veces, bastante muerta, me tomo los temas de interés general a la ligera. Por ahora, los sondeos realizados apuntan a que creen que soy un poco excéntrica (la palabra elegante que significa “rara”), pero ya está. Voy a ahondar un poco más en el “perdónenme, pero…”: es cierto, hablar de poesía en tiempo de crisis es frívolo (alguien lo cantaba por ahí, ¿no?). Hablar de poesía en tiempos de crisis, en una iglesia, en círculos protestantes/evangélicos, puede llegar a ser paradójico: hay quien cree que hacer poesía “cristiana” (si es que eso existe) es hacer rimar “Bendito Hacedor” con “Divino Creador”, y lo siento, pero no todo lo que rima es poesía. Y están los que opinan que todo el dinero y todos los esfuerzos (y en especial los de los cristianos) está en acabar con los males del mundo, y que la poesía y el Arte son cosas superficiales e inútiles, que no valen nada para el día a día. Yo sigo creyendo que acabar con el hambre en el mundo no es un problema de falta de dinero, sino de falta de buena voluntad… Supongo que por cosas como esa me llaman frívola. Y lo siento, perdónenme, pero la poesía es algo muy serio, muy, muy serio, tal vez de las pocas cosas realmente serias que existan hoy en día que no están relacionadas con el dinero. La poesía nos inspira, nos llena los oídos, nos conforta. Pero la mejor poesía nos trastoca. Nos saca de nuestras cuatro paredes y nos hace pensar. Nos dibuja nuestro mundo interior, y los mundos exteriores adonde ninguna otra cosa existente puede llegar. Hay cosas que solo son explicables con poesía, mucho más allá de lo racional. Quien quiere exponer una idea, escribe un ensayo. Quien quiere contar una historia, escribe una novela. Quien quiere provocar una experiencia, hace teatro. Quien quiere hablar de lo intangible, de las ideas que a veces no llegan ni a formarse, del lugar donde habitan el pensamiento, la intuición, la espiritualidad y los sentimientos, entonces, esos pocos locos, escriben poesía. Y siempre ha sido así, y siempre ha funcionado. Hay pocas obras tan profundas y conmovedoras como la recopilación de poesías del libro de los Salmos. Milenios después de haber sido escritos, estos poemas siguen siendo de los favoritos de millones de personas en el mundo, en miles de idiomas diferentes, que se saben sus versos de memoria, y los piensan, y los releen. Y eso ocurre porque la poesía funciona. Para eso existe. Los poetas, al menos los buenos, no son unos seres frívolos, no son unos personajes bohemios que viven en buhardillas y llevan una gorra francesa y fuman en pipa y dicen frases como “la intangibilidad de lo inexplicable es la esencia de lo metafísico…”. Son personas que han renunciado a ganarse la vida escribiendo poesía, que trabajan de cualquier otra cosa, y
 
gastan mucho de su tiempo libre pensando y llevando a otras dimensiones humanas esos pensamientos. Uno de los mejores poetas españoles se llamaba Ángel González y era un hombre normal, un hombre de familia. De los que bajan los domingos a comprar el pan y hablan con los tenderos. Irónico, socarrón, divertido. No estoy de acuerdo con muchas de sus ideas, pero sus versos a veces consiguen hacerte reír, sobre todo los que hablan de la muerte, y esa risa que precede al asombro es maravillosa. Quien aún después de todo lo que he dicho no esté de acuerdo conmigo, puede leer parte de su obra aquí (ni siquiera tiene que levantarse, solo tiene que hacer clic). Si después de leer algo de Ángel González no comprende que la poesía es un instrumento que Dios nos dio para hacernos más humanos, si alguien piensa que eso no es importante en esta vida, entonces no merece ser llamado Humano. Y perdónenme, otra vez, si hoy estoy demasiado drástica… o frívola. Lo siento. Supongo que siempre pueden dejar esto, apagar el ordenador y salir a arreglar el mundo (exterior), aunque su mundo interior siga hecho unos zorros…

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