¿Ponerse de acuerdo? ¡Fácil!

Cuando en enero pasado alcanzamos la meta de los 50 años de casados, alguien me pidió la receta. Le dije: «Sencillo. Al comienzo de nuestra vida matrimonial, mi esposa y yo nos pusimos de acuerdo para dividirnos responsabilidades. Yo me haría cargo de los problemas grandes y ella de los problemas pequeños.

03 DE ENERO DE 2009 · 23:00

,
¿Cuáles eran los problemas grandes? Las relaciones usa-soviéticas, los alcances y costos de las investigaciones espaciales, las relaciones comerciales norte-sur, la búsqueda de un liderazgo unificado para los países de Europa, la protección del medio ambiente, las exportaciones de materia prima de los países del Tercer Mundo versus las importaciones de productos manufacturados desde el Primer Mundo, cómo detener la proliferación de armas nucleares, cuándo pedir, en qué gastar y cómo devolver un préstamo millonario al Banco Mundial o al Fondo Monetario Internacional y así por el estilo. ¿Y los pequeños? Cómo manejar el presupuesto de la familia, cuándo ir al supermercado, lavar mis camisas en casa versus mandarlas al dry cleaning, salir a comer afuera versus ir a comer al patio (lo que también es “ir a comer afuera”), cuándo comprarme otro par de zapatos, la posibilidad de conseguirme un autito aunque fuera usado versus seguir movilizándome en autobus, cómo hacer estirar los cincuenta pesos para mis “gastos menores” versus pedirle un suplemento a mediados de mes, si mandar a los hijos a estudiar a un colegio privado versus a una escuela pública, ir al cine a ver una buena película versus quedarnos en casa para buscar algo en la televisión, si ir dos veces en el año a visitar a la suegra versus una sola vez». El que me había pedido la receta me escuchó en silencio, pensó un rato en lo que yo le había dicho y en una frase resumió sus conclusiones: «¡Fácil! Es cuestión de ponerse de acuerdo. ¡Nada más sencillo!» ¿Nada más sencillo? Debo confesar que en estos últimos cincuenta años no nos ha ido del todo mal. En lo que a mi responsabilidad respecta, el mundo sigue existiendo; las guerras han comenzado, han terminado, han vuelto a comenzar y, de nuevo, han terminado; han muerto miles como consecuencia de las conflagraciones muchos de ellos víctimas inocentes pero han nacido millones de otros inocentes que a lo mejor van a morir en otras conflagraciones; la URSS entró en una especie de sueño invernal del que pareciera que recién está despertando como un oso colmilludo y hambriento; Estados Unidos se mantuvo ostentando él solo el liderazgo mundial hasta que apareció China quien pareciera dispuesta a arrebatarle la camiseta amarilla con miras a ganar en el embalaje final; el dólar se mantuvo, ufano, como la moneda sine qua non hasta que apareció el euro, bajándonos los humos al punto que casi pasamos por una moneda subdesarrollada más; se destruyó gran parte de la cultura milenaria de Irak pero, ¡qué va! ¿para qué sirve la cultura? ¡Nada más que para desenajenar a los pueblos que es lo que menos nos interesa! ¡Los queremos bien enajenaditos! Se les maneja con mayor facilidad. Eso, en las responsabilidades macro, las mías. Como digo, no me fue tan mal. Se ha puesto de moda el recalentamiento global, los hielos de los polos empiezan a derretirse, los océanos empiezan a subir de nivel pero ¡a qué preocuparse tanto si al fin y al cabo de algo tendremos que morir! En cuanto a las micro, las de mi mujer, de igual manera, no nos podemos quejar. Salvo en estos últimos doce meses en que nos hemos visto con el agua más arriba del cuello, el resto del tiempo hemos podido sobrevivir. Les doy a mis zapatitos hasta que se acaban, lavo las camisas en casa y hasta he aprendido a plancharles el cuello, nos hemos hecho clientes de un supermercado de tercera donde conseguimos casi los mismos artículos que venden los de primera solo que hasta un 35 por ciento más barato (claro, a veces la fruta y las verduras hay que seleccionarlas con pinzas y a las carnes hay que revisarles la fecha de vencimiento para asegurarnos que no haya pasado más de un mes de su expiración), educamos a los hijos en escuelas públicas, vamos a un restaurante una vez a las perdidas versus una vez por semana antes de estos doce meses fatales, se terminó la compradera de CDs clásicos y en cuanto a libros, me he dedicado a leer los que tenía sin abrir en mi biblioteca. Es cierto, ponerse de acuerdo es más fácil que beberse un vaso de agua. Si no, fíjense cómo han podido ponerse de acuerdo palestinos e israelíes. Estos, en represalia por unos cohetes lanzados por aquellos y que provocaron dos muertos (lo escuché en uno de los noticieros televisivos), contestaron con un ataque masivo provocando la muerte de más de 350 e hiriendo a más de 1.500 (hasta el momento en que escribo este artículo, lunes 29 de diciembre de 2008). Esto es lo que se dice: «Ojo por ojo, diente por diente». O, «a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra. Y a cualquiera que te cargare por una milla, ve con él dos. Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de ti prestado, no se lo rehuses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen»(*). Y si esto no les parece convincente, ahí tenemos el admirable entendimiento que hay entre el gobierno de Venezuela con la oposición política y/o mediática. Es cuestión de sintonizar Globovisión y escuchar al presidente Chávez para darse cuenta del cariño que se tienen. Si parecen dos tortolitos. ¿El secreto? ¡Ponerse de acuerdo! ¡Nada más fácil! En los Estados Unidos, durante 2008, las autoridades migratorias detuvieron a 723.000 inmigrantes ilegales de los cuales 350.000 ya habrían sido expulsados del país. De estos, la mayoría son hispanos. (Datos encontrados en la Internet.) No cuesta nada… expulsarlos. ¡Sólo hay que ponerse de acuerdo! En México, hay un entendimiento casi idílico entre los cárteles de la droga y las autoridades del gobierno y la policía. Como muestra, baste este botón: Desde el 1 de enero al 28 de diciembre de 2008, ha habido en el país 5.376 asesinatos vinculados al narcotráfico versus 2.477 en igual período del año pasado. Solo en el mes de noviembre, hubo 943 ejecuciones de este mismo tipo. Entre los años 1979 y 1990 se registraron 2.939 homicidios de niños entre 0 y 4 años. En ese período, moría un niño por estas causas cada dos días. Las muertes eran provocadas por ahorcamiento, disparos y ahogamiento por sumersión. Sencillo, ¡nada más que ponerse de acuerdo… para matar bebés! Una pareja de jóvenes se puso de acuerdo y, siendo aun novios, acaban de traer al mundo su primer bebé. Hoy por hoy, este es uno de los acuerdos mejor logrados: que jovencitos y jovencitas entren en la vida matrimonial por la puerta de servicio y, después de la primera intentona, o de la segunda o de la tercera, anuncien gozosos que ya son papás, mientras la sociedad los aplaude a rabiar, la prensa destaca el hecho a grandes titulares, y la abuelita es la envidia de medio mundo. En este affaire no hay mucho que discutir. La fuerza del deseo que a esa edad explota como volcán no deja mucho lugar a la reflexión. Como dice un adagio popular chileno, «entre ponéle y no ponéle, más vale ponéle». Y ya que hablamos de Chile, datos estadísticos obtenidos de la Internet dicen que en el 2005, 3 de cada 5 niños nacieron fuera del matrimonio. Y que cada año nacían (los datos son un poco viejos lo que hace suponer que los porcentajes han aumentado) 1000 bebés de muchachitas entre 11 y 14 años. ¿Ponerse de acuerdo? ¡Fácil! «Crezcan y multiplíquense. Llenen la tierra». Es la orden de Dios y hay que cumplirla, así es que muchachos, ¡a seguir poniéndose de acuerdo! En los Estados Unidos (uso la misma fuente), el porcentaje de niños nacidos de madres adolescentes ha disminuido en un 35 por ciento, pero la mejoría no se debe a que “la furia sexual” haya menguado, sino a que ha aumentado el uso de preservativos más eficaces y, más que antes, se ha estado echando mano al recurso aborto, lo que ha dado excusa para que los simpatizantes de un partido político le echen la culpa al otro partido cuando, en opinión de este escribidor, la verdadera causa habría que buscarla en otro lado. Un día de estos, en una clase bíblica, el profesor estaba enseñando las diferentes funciones de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo en su relación con el hombre, la Creación y el plan redentor. Uno de los alumnos alzó la voz para protestar alegando que no se podía dividir a Dios y que el que había muerto en la cruz no había sido Cristo sino Dios y que el Espíritu Santo no es Espíritu Santo sino que es Dios. Se le trató de explicar que Dios, en su soberana voluntad y sin menoscabar su unidad de Tri-uno había establecido funciones diversas a cada una de las personas. Que si bien éstas habían actuado de consuno desde la creación misma, para los efectos de la redención el que había muerto en la cruz había sido Dios Hijo. Y que cuando éste se dispuso a retornar a la Casa de Dios Padre anunció que vendría a ocupar su lugar Dios el Espíritu Santo. Fracaso total. El alumno, tozudo el tipo, se mantuvo firme en sus trece. El profesor se esforzó hasta donde pudo por sacar de su pobre confusión al alumno, pero en vano. Intervino, entonces, el pastor, e igualmente fracasó. Se produjo un tiroteo de palabras entre pastor y alumno dando origen a una humareda en el ambiente de la iglesia que aun no se disipa. ¡Qué fácil es ponerse de acuerdo! «¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No son de vuestras concupiscencias, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y guerreáis, y no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios. ¿Pensáis que la Escritura dice sin causa: El espíritu que mora en nosotros codicia para envidia? Mas él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos pues a Dios; resistid al diablo, y de vosotros huirá. Allegaos a Dios, y él se allegará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros de doblado ánimo, purificad los corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os ensalzará. Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley, sino juez. Uno es el dador de la ley, que puede salvar y perder: ¿quién eres tú que juzgas a otro?» (Santiago 4:1-12). Estamos comenzando un nuevo año. ¿Qué más agregar a lo dicho? «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y la caridad, estas tres: empero la mayor de ellas es la caridad». O: «Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor» (1 Corintios 13:13, versiones 1909 y 1995). (*) Sermón de la Montaña, Mateo 5, 6 y 7.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - ¿Ponerse de acuerdo? ¡Fácil!