Vanesa: del ocultismo a Cristo

Era una mañana como otra cualquiera en la que estaba en mi tiempo con el Señor, sintiendo -como pocas veces- esa especie de secura que suele ocurrir ante determinadas circunstancias de la vida e incluso en algún tramo del servicio al maestro, cuando sonó el teléfono; era alguien que pertenecía a un programa evangelístico de televisión que llamaba para pedirme que me pusiera en contacto con una mujer a la que llamaremos Vanesa.

30 DE AGOSTO DE 2008 · 22:00

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En aquella misma tarde me puse en contacto con ella y quedé de ir a visitarla al día siguiente. Cuando salí para ver a Vanesa, brillaba el sol y la mar estaba serena, como si todo se estuviera preparando para un encuentro muy especial. Cuando llamé a la puerta, me abrió una mujer menuda con edad suficiente para ser mi madre; pero con un brillo en sus ojos y una mirada tan llena de encanto, que hacían apenas imperceptibles los profundos surcos que marcaban su rostro, rostro que había vivido unas experiencias tan especiales, que -obviamente- dejaron su huella. Después de haberme enseñado la casa, me invitó a sentarme en la sala y comenzó a contar su historia... Hace ya muchos años que Vanesa se entregó a Cristo, pero mucho tiempo atrás y durante años, ella y toda su familia estuvieron metidos -bien de lleno- en una rama del ocultismo que ni puedo, ni quiero, ni debo nombrar. Me habló de cosas terribles que hizo en su pasado, y en un momento de la conversación me dijo: yo vi al Enemigo frente a frente... En aquel instante, un tremendo escalofrío recorrió todo mi cuerpo... Me habló de viajes astrales, de atravesar paredes y de cosas demasiado duras para ser contadas. Vanesa hizo una parada y me dijo: pero encontré a Cristo y mi vida cambió por completo, fue terriblemente duro; pero el Señor pudo más y... es por eso que le amo tanto… La historia de Vanesa y su entrega a Cristo son totalmente ciertas, lo he podido comprobar con los pastores de su lugar de origen; pero la huella de todo aquello dejó su marca y ella está sufriendo terriblemente a causa de un hijo suyo. Quedé con Vanesa para ir a buscarla el domingo y venir -con mi familia- a la reunión de la Santa Cena. Ella se sentó a mi lado y -durante todo el tiempo- estuvo llorando de emoción. En cada alabanza levantaba sus manos al cielo, su sonrisa era como algo celestial y -de vez en cuando- sacaba un pañuelo bordado que guardaba en la contraportada de su Biblia y secaba las lágrimas de sus ojos. Cuando acabó la reunión, sólo tenía palabras de agradecimiento, había disfrutado tanto de todo... Cada domingo, desde aquella primera vez, tengo a Vanesa sentada cerca de mí en la reunión. Hay días que viene contenta, hay otros que viene cargada con sus circunstancias; pero siempre, siempre marcha repleta de gozo y llena de paz, eso que sólo puede dar el Señor y la compañía de los hermanos. Son muchas las veces que tengo que llamar a Vanesa para animarla y para ayudarla; pero, cada vez que hablo con ella, me contagia de su ánimo y su entereza para encarar su difícil situación. Aquella mañana en la que yo estaba en mi tiempo con el Señor, estaba necesitando algo, y mi maravilloso Dios me lo regaló: la llenura y el refresco espiritual que supone el ver un alma arrancada de los mismísimos tizones del infierno, para llegar a entregarse incondicionalmente en los brazos del Dios de amor. Una vez más en mi vida, he podido comprobar lo amoroso y detallista que es el Señor conmigo. Sólo El sabía la secura que sentía, y se encargó -personalmente- de refrescar toda mi alma y todo mi ser. No sé por cuánto tiempo voy a tener a Vanesa cerca; pero siempre la recordaré como un regalo que hizo Dios a mi vida.

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