Si terrible es una sequía física pertinaz, más lo es la sequía espiritual.
Las causas de la sequía espiritual, cuyas manifestaciones ya vimos el pasado domingo, pueden ser de muy diferente índole.
1. ESPIRITUALES
Su origen se debe a veces a
problemas de fe: influencia del racionalismo, dificultades para aceptar lo sobrenatural, para comprender los misterios de la teodicea, el escabroso problema del sufrimiento en el mundo, o dificultades en el examen de ciertos pasajes bíblicos.
Otras veces la causa puede ser
el pecado. David, después de haber cometido su doble pecado de adulterio y homicidio, confesó:
«Se volvió mi verdor en sequedades de estío» (
Sal. 32:4). A menos que tras la comisión del pecado nos volvamos arrepentidos a Dios implorando su perdón, nuestra sensibilidad espiritual se secará inevitablemente; y, con la sensibilidad, el vigor de la fe.
La mediocridad de nuestro cristianismo es también no pocas veces causa de sequía espiritual. Como los laodicenses, no somos fríos ni calientes (
Ap. 3:15-16). Nos dejamos influir más por el espíritu del mundo que por el Espíritu Santo. No nos tomamos suficientemente en serio las implicaciones éticas y de compromiso de nuestra fe.
A muchos creyentes se nos podría aplicar el texto de una inscripción que puede leerse en la catedral de Lübeck (Alemania): «Me llamáis SEÑOR y no me obedecéis. Me llamáis LUZ y no me veis. Me llamáis CAMINO y no me seguís.» De un cristianismo así ¿puede esperarse una experiencia de plenitud espiritual? ¿Nos sorprenderá que en vez de ser como el árbol plantado junto a arroyos de aguas vaguemos insatisfechos por un desierto?
2. EXISTENCIALES
Problemas personales o familiares, enfermedades, pérdidas graves o tribulaciones de diverso tipo. Si no se superan mediante la fe, confiando plenamente en la soberanía sabia y bondadosa de nuestro Padre celestial, la sequía es casi inevitable.
3. PSÍQUICAS
Con bastante frecuencia la sequía no tiene causas espirituales ni existenciales. Son simplemente psíquicas o psicofísicas. Una persona psíquicamente lábil o de carácter depresivo no debe sorprenderse con desaliento si alguna vez su fe parece debilitarse y le domina el desánimo.
Factores tan comunes como el estrés, falta de sueño prolongada, molestias físicas persistentes como el dolor crónico o incluso alteraciones digestivas pueden secar el alma de un creyente fiel.
Naturalmente esta experiencia no debe preocupar demasiado. Es pasajera. Sobre la oscuridad enervante prevalecerá pronto de nuevo la luz.
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