En busca del fósil perdido

La ciencia de la paleontología, cuya finalidad es el estudio de los fósiles, aporta evidencias realmente incómodas para la teoría de Darwin. Actualmente se conocen ya más de 250.000 especies de vegetales y animales petrificados. Pues bien, el análisis de los mismos rara vez refleja las numerosas formas de transición entre especies que deberían haber existido si el gradualismo darwinista estuviera en lo cierto.

11 DE JULIO DE 2008 · 22:00

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Las especies fósiles no aparecen nunca en los estratos rocosos de manera gradual a partir de una transformación continua de sus antepasados en los estratos más profundos. Surgen siempre de golpe y ya perfectamente formadas. Esto suele ser la regla y no la excepción. No se han encontrado jamás los hipotéticos eslabones perdidos, que según el gradualismo, debieron existir entre invertebrados y vertebrados; o entre peces y anfibios; anfibios y reptiles; reptiles y mamíferos, etc. De ahí la extraordinaria importancia y la publicidad que se genera cuando es descubierto algún posible candidato, como los discutibles Archeopteryx y otros pretendidos fósiles intermedios. Tan manifiesto resulta este hecho que eminentes paleontólogos evolucionistas se vieron obligados en 1970 a elaborar una nueva teoría de la evolución que rechazaba los principales planteamientos del darwinismo, la llamada teoría del equilibrio puntuado. Una nueva hipótesis que no necesitaba fósiles intermedios. Según sus principales proponentes, los paleontólogos Stephen Jay Gould y Niles Eldredge, los fósiles mostrarían que a las grandes extinciones en masa ocurridas en el pasado seguirían diferenciaciones rápidas de nuevas especies que sustituirían a las anteriores. La evolución ya no se podría explicar por tanto como un proceso lento, gradual y ascendente representado por una línea inclinada, sino más bien como un trazo quebrado al modo de los peldaños de una escalera. Largos períodos de estabilidad en los que las especies no cambiaban y breves momentos de cambio evolutivo rápido. Esto explicaría por qué no se han encontrado los eslabones perdidos. Sencillamente porque nunca habrían existido. Por tanto, el gradualismo sería, desde esta perspectiva, una teoría muerta, aunque sorprendentemente continúa apareciendo todavía hoy en los libros de texto como totalmente cierta. Por su parte, los neodarwinistas como Ernst Mayr insisten en que no se posee ninguna prueba clara de este cambio repentino y brutal de una especie a otra que proponen los evolucionistas innovadores. De manera que tal polémica es la que persiste actualmente en el seno del evolucionismo. En medio de estas especulaciones, hay una tercera opción, la de aquellos que conjugan ambas hipótesis y afirman que la evolución podría funcionar gradualmente en determinados casos y por medio de cambios bruscos en otros. No obstante, lo cierto es que si la síntesis moderna no se sostiene como consecuencia de la escasez de fósiles intermedios, mucho menos demostrable resulta la teoría del equilibrio puntual que pretende justificar dicha escasez en base a la suposición de grandes transformaciones en áreas muy reducidas y en un tiempo muy breve, en el que no se habría producido la fosilización. De todo esto se puede concluir que, hoy por hoy, el origen de las especies desde la perspectiva de la ciencia sigue siendo tan oscuro como en los días de Darwin, aunque pocos investigadores se atrevan a confesarlo, o quieran reconocerlo.

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