Promesas hechas realidad

Mientras Victoria Román se nos daba a conocer con un relato brevísimo en el que contaba cómo alguien, viajando en una moto, había pasado velozmente junto a ella arrebatándole la cartera, Melsy Navarrete lo hacía por un camino quizás no tan traumático aunque quizás un poco más complicado.

03 DE MAYO DE 2008 · 22:00

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Corría el mes de noviembre de 1999. Temuco, Chile. La fecha de inicio del primer seminario para personas interesadas en desarrollar sus talentos de escritores estaba ahí, a la puerta. A nuestra llegada a la ciudad, y poco después de haber descendido del avión que nos había trasladado desde Santiago, nos encontramos a la coordinadora nacional de ALEC tratando de explicar a alguien al otro lado de la línea telefónica que la matrícula ya se había cerrado y que «lo siento pero han llegado demasiado tarde, etcétera, etcétera». El forcejeo verbal era evidente. Por un lado, alguien trataba de abrir una puerta ya cerrada y, por el otro, se insistía en que era tiempo de mantenerla así. Viendo que el trámite se dilataba, le pedí el teléfono a nuestra coordinadora y decidí enfrentarme yo mismo con la persona que pugnaba por conseguir un cupo en nuestro seminario. Pronto me di cuenta que no se trataba de uno sino de dos: uno para la persona que estaba al teléfono a más de 400 kilómetros de distancia y otro para una amiga que permanecía a su lado esperando nerviosa el desenlace de la negociación. A poco de hablar con ella y cuando me aprestaba a decirle que lo sentíamos mucho y otras gavelas(*) de las que se utilizan en estos casos, algo me dijo que mejor les abriéramos un tantico la puerta para que pudieran pasar ellas, de perfil y a pasitos muy breves, pero nadie más. Así lo hicimos y así quedó la cosa. Nuestra porfiada interlocutora y su amiga fueron dos entre las ochenta y cinco personas que llegaron de distintas regiones del país atraídas por la novedad de adquirir técnicas para mejorar el estilo y acceder con buenas posibilidades al mundo de la creación literaria. Si en esa instancia algo las distinguía de los demás era la forma persistente en que habían logrado matricularse a última hora. Al año siguiente convocamos a un concurso de cuentos y lo ganó nuestra alumna del teléfono, que no era otra que Melsy Navarrete. Su cuento La princesa del amor, pendiente de publicación, vino a confirmar su talento natural que no ha dejado de cultivar desde entonces.(**) Hoy, irrumpe en el mundo de los libros y se incorpora a la generación naciente de escritores cristianos hispanos con su novela Los hijos del cautiverio, una pieza de fino arte literario que está llamada a hacer un verdadero impacto en el mundo de la literatura cristiana de ficción. Acerca de ella, Berta Marín, periodista, profesora y colaboradora voluntaria de ALEC, dijo, después de haberla leído con ojos de mentora: «La trama es emocionante; tiene audacia literaria; en otras palabras, estamos en presencia de una escritora con pasta». Basada en un hecho histórico registrado por los años 458 antes de Cristo, la novela de 136 páginas desarrolla algunas de las consecuencias existenciales provocadas por una orden emitida con fuerza de ley para que los israelitas que habían sido llevados cautivos a Babilonia y que allá se habían casado con mujeres babilonias las despidieran y junto con ellas a sus hijos. La medida, sin duda de una crueldad extrema, es acatada por la mayoría de los infractores que tienen así que pagar un alto precio de sufrimientos, angustias, rebeliones y dolor. Hay algunos, sin embargo, que se resisten y buscan la forma de incumplir la orden. Uno de ellos es, precisamente, Jonatán, el profeta, cuya mujer babilonia ha abrazado la fe de su marido, renunciado a sus dioses paganos y hecho del Dios de los desterrados su propio Dios. Más o menos como Rut, la moabita. El plan, sin embargo, no funciona y aunque este segmento tiene un final feliz, este final feliz se logra después de años de cárcel, de un prolongado periodo de separación y de abandono de la función sacerdotal. Melsy, como una artífice experimentada, va traslapando las historias del sacerdote Jonatán, del hijo del alfarero y del dulce cantor. Siguiendo el estilo de Dan Brown en el Código Da Vinci, las tres secciones nunca se alejan la una de la otra sino que, intercalándose, van conformando el todo de la novela que a cada vuelta de página va tornándose más cautivante. Victoria Román es otra cosa. Ambientada en Fez, Marruecos, Tiempo de canela cuenta la historia de una joven periodista que llega a la ciudad enviada por una publicación italiana para cubrir un afamado festival de música sacra. La protagonista, una joven inquieta, inquisidora, inteligente y deseosa de aprender las cosas nuevas que la vida le va poniendo en su camino, tiene, sin embargo, una sed interior que no ha logrado saciar con nada. En sus idas y venidas por el mundo ha incursionado en cuanto sitio ha esperado encontrar la fuente del agua que le quitará su sed espiritual. En Fez se inserta, como una visitante apasionada de lo bello y temerosa de lo que no conoce, en una cultura que le es completamente extraña. Disfruta de la amistad de personas que llegan a quererla y en las que aprende a confiar y en medio de la algarabía provocada por el prurito de vivir en pocos días lo que normalmente tomaría años, conoce a un joven que la atrae irremisiblemente como un gigantesco imán. Se enamora de él ?y él finalmente de ella? pero lo que más le cautiva del muchacho es que ve que él tiene lo que ella busca. Al final lo conseguirá pero en el proceso vivirá una experiencia tan impactante en una cultura tan ajena a la suya que la dejará marcada para siempre. Será, sin embargo, una marca esculpida con finos instrumentos manejados por una mano magistral que sabe con precisión de joyero dónde y con qué intensidad dar el próximo golpe para que se vaya produciendo el milagro que hace que la joven periodista, que llegó a Fez con la carga emocional no resuelta, vuelva a Italia con la convicción de haber encontrado, por fin, lo que tanto había buscado. Los hijos del cautiverio y Tiempo de canela, además de las obras publicadas en 2006, son dos exponentes más de lo que la Asociación Latinoamericana de Escritores Cristianos, ALEC, busca producir, desde su nacimiento en Temuco, Chile, noviembre de 1999: literatura de calidad surgida de la pluma de personas que de pronto se encuentran ante la ineludible invitación que les hace la vida: transformarse en escritores permanentes para la gloria de Dios. Y aceptan el reto. Tal es el caso, en esta ocasión, de Melsy Navarrete, de Chillán, Chile, y de Victoria Román, de Fez, Marruecos cuyas obras verán la luz pública este 16 de mayo cuando se efectúe en Miami la Escuela para Escritores de ALEC.
(*) Este es un término que, aparentemente, por ahora no aparece registrado en el diccionario de la Real Academia Española; pero no importa, lo usamos pensando que cualquier día aparecerá. El idioma lo hacemos nosotros, mi hermano y los distinguidos señores de allá arriba pulen y dan brillo a lo que nosotros no dejamos de mandarles. (**) Melsy Navarrete no solo ha demostrado, en estos casi diez años de vida de ALEC un interés excepcional por ir mejorando su estilo y llegar a ser lo que ALEC busca, una escritora cristiana permanente, sino que ha desarrollado por nuestra Asociación un amor a toda prueba. Haciendo verdaderos sacrificios económicos y laborales ha querido estar presente en todas las actividades que hemos organizado, dentro y fuera de Chile. Sin duda, es uno de los ejemplos más elocuentes de fidelidad y cariño a un movimiento que no busca sino cumplir, modesta pero seriamente, la visión que Dios nos ha dado.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El escribidor - Promesas hechas realidad