Santos: para orar y para evangelizar

Nada sucederá con el montón de oraciones cursadas rumbo al cielo, si no nos respalda una vida santa en toda nuestra manera de vivir. Ninguna persona tendrá poder en su trabajo de evangelización, mientras que permanezca en una vida que no honra al Señor, ni se somete a Su Palabra. Santos para orar y santos para evangelizar.

10 DE NOVIEMBRE DE 2007 · 23:00

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No conviene actuar con ligereza en ninguna de estas dos labores espirituales. El liderazgo debe preocuparse mucho más en hacer sus tareas propias, es decir, la de comprobar si quienes están al frente de la evangelización o simplemente participan en ella, tienen sus vidas en condiciones de dirigir y de participar. Ya se sabe que hacer de investigador o de examinador no es tarea agradable, pero los resultados es lo que hay que tener en cuenta y no las molestias. Porque no todo vale. A veces hemos de esperar que pase el tiempo, para podernos dar cuenta, de que en nuestra vida, o en la de otros, no hay fruto de ganar almas, porque hemos estado viviendo una doble vida; de cara a los de afuera, nos preocupábamos de parecer santos, pero de cara a nuestra conciencia y a los ojos del Señor, estábamos lejos de lo que es realmente santidad. Sin embargo hemos “evangelizado”. Hay personas que han estado testificando, dando diezmos y ofrendas, asistiendo ininterrumpidamente a los cultos y con todo y eso no han tenido resultado en la evangelización. ¿Por qué?.... por lo que más tarde han reconocido ante Dios y han testificado ante los hombres: estaban mintiendo continuamente, robando, cometiendo adulterio o fornicando, fumando drogas, bebiendo más de la cuenta, moroseando y además, trataban de engañar a los que le rodeaban, haciéndoles creer que eran personas consagradas, integras, celosas por la evangelización, celosos por la misma santidad (1 Timoteo 1:5-7,19). Se mostraban diestros en azotar desde el púlpito, si se lo permitían, a todos en la congregación cuando predicaba o compartía una reflexión. La mejor garantía de que tu participación en la evangelización es aceptada y respaldada por el Espíritu Santo, es tu integridad ante Dios y ante la sociedad que te rodea. Como dice el Apóstol Pedro “tened buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo” leer la cita completa (1 Pedro 3:8-17) Cuando cambiamos nuestra integridad, real, por lo que no es auténtico, lo que pronto saldrá a la luz será la verdad de lo que somos realmente. Cuando por fin se descubre nuestra falsedad, sólo tenemos dos alternativas posibles: la renuncia a la apariencia de integridad, el arrepentimiento y la confesión del pecado, o la continuidad en el error con lo que eso supone ante Dios. No te fíes de tu propia pasión por la evangelización o la pasión por la enseñanza de la Palabra si antes no tienes el testimonio interno de que vives una vida recta, santa y temes al Señor más que a nada ni a nadie. Pero si esto puedes constatarlo en tu interior con toda honestidad, entonces si, es limpia tu pasión por la evangelización o por la enseñanza de la Palabra. Examínate. Porque si con honestidad no puedes testificar de que estas andando como a Dios agrada, entonces te has convertido en un farsante y un engañador: de ti mismo y de los hermanos que te rodean. Las gentes de este mundo no son teólogos en su mayoría, pero saben discernir cuando un creyente es santo y cuando no lo es, por mucha parafernalia evangelizadora que pretenda desplegar en su entorno. Salir a evangelizar es mucho más que trazar planes de evangelización o participar en una actividad promovida por el pastor o el evangelista de una congregación. Evangelizar es otra cosa muy distinta de la de tener un amplio entrenamiento. En verdad sólo evangeliza aquel que está en comunión santa con el Señor y vive apoyándose en la Persona del Espíritu Santo, lo demás es sólo una actividad sin trascendencia espiritual; algo publicitario, comercial, semejante a cualquier negocio de este mundo. Porque la evangelización es para la iglesia: sus líderes y el resto de los miembros, la mayor y potente vía para ser más consagrados, más santos, más dependientes del Espíritu Santo. La más poderosa vía para crecer en el conocimiento de la Sagradas Escrituras, lo más potente para hacernos personas con un corazón humilde, dócil, manso, caritativo, generoso, y ferviente. Si la evangelización no produce en nosotros estas virtudes (y otras) sería muy conveniente que nos parásemos para examinar bien las verdaderas motivaciones internas que estamos teniendo para estar participando. La labor de evangelización, llevada a cabo por personas que no están falseando su verdadero estado espiritual, produce en quienes la practican un constante avivamiento espiritual en su interior. Hay quienes pretenden alcanzar avivamientos en su vida, sólo por medio de ver, oír y estar presentes en lo que se denominan “cultos o congresos gloriosos”. Se olvidan, o no consideran para nada, la potencia espiritual que se desata cuando nos involucramos en el trabajo de la evangelización. Por lo tanto lo más probable sea, que no crean que el comienzo de un avivamiento personal les pueda venir por lo que escuchen en un congreso sobre evangelización, o una predicación sobre el tema, o un buen libro que anime a ello. Aunque no cesaremos de recomendar la lectura de buenos libros sobre la evangelización, para motivarnos. Tengamos en cuenta lo que puede hacer Dios con nosotros, cuando nos atrevemos a leer un libro sobre la vida de santidad de creyentes que nos han precedido. La mayor parte, o número de miembros de una iglesia local que no se involucra en la evangelización es por lo menos por dos razones: una, muy probable, puede ser que su vida no está a la altura de la santidad que debería practicar como hijo de Dios, y la otra es, porque no sabe cómo evangelizar realmente a otra persona a pesar de que lleve años escuchando hablar de cómo compartir la fe y de conocer textos bíblicos apropiados. Esto último puede ser por la falta de un verdadero discipulado en las iglesias de hoy. El discipulador no sólo debe enseñar algo de Biblia sobre el tema de la evangelización y la oración, sino que debe enseñar al discípulo a cultivar una vida de oración y salir a evangelizar llevándolo a la calle y a encuentros programados con inconversos. La falta de santidad entorpece el entendimiento, embota la mente para aprender y retener lo aprendido, por lo tanto, siempre se estará necesitado de volver a la capacitación del creyente. La ausencia de santidad aleja la pasión por el Señor, por alimentamos de la Palabra, y de practicar la comunión con los santos, y también nos aleja de la participación en la evangelización de nuestra generación. Aquí, en la tierra, sin santidad no hay pasión sana por la evangelización. Se puede decir, que los creyentes que no participan en la evangelización de su generación, están padeciendo de un peligroso alejamiento de Dios, a pesar de que asisten a cultos y leen la Biblia. Y muy probablemente estén viviendo una doble vida en sus hogares, trabajos e iglesias. No toda persona que evangeliza es una persona que anda en santidad, pero sí que todo verdadero santo comparte su fe al mundo y testifica del obrar de Dios en su vida. Sin oración previa a la evangelización no tendremos respuesta del cielo para alcanzar a las almas perdidas, ni poder cuando predicamos el evangelio y valor para hacer el trabajo en la tierra. Pero el que evangeliza sin verdadera santidad, no le importa estar evangelizando aunque a la oración no le haya dedicado apenas tiempo. La oración antes, durante y después de la evangelización debe ser una marca decisiva y distintiva del que hace labor de evangelista. He podido constatar que cuando lo que interesa es ejecutar planes de evangelización, la actividad de regar con oraciones por muchos días de antelación, brilla por su ausencia y en no pocos casos la oración sólo forma parte del protocolo del proyecto. El creyente, el hijo de Dios, que anda en santidad se involucra lo mismo en la oración que en la evangelización. Con la ayuda del Señor, podemos crecer y mejorar en el constante requisito de nuestra santidad personal para poder ver al Señor, orar sin cesar e ir por el mundo y predicar el Evangelio.

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